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Porque no siento lo que tú sientes…

Carlos Ortiz de Zárate
domingo, 8 de noviembre de 2015, 09:24 h (CET)
Las encuestas son estimaciones que admiten manipulación, pero las previsiones de voto en las próximas Generales que revelan las últimas publicadas, me inquietan. Los ciudadanos prefieren a los partidos del poder, que no se han recatado para exhibir sus miserias y su incapacidad para gestionar lo que nos toca vivir, frente a unos poderes emergentes que ofrecen alternativas. Yo lo vivo así:

Todos queremos vivir y dejar huella, pero, desde la más remota antigüedad, se nos ha metido en un escenario de cosmos que surge del caos, por el orden que impone la batalla a muerte entre los poderosos; elementos, dioses, poderes, que amenaza siempre estallar y que nos tiene atrapados. Son mitos que no nos dejan espacio, solamente hay personajes de poderosos y nosotros somos meros sufridores. Eso es el cuento desde la más remota antigüedad hasta la actualidad, sea en la cosmogonía griega, en los libros sagrados, en el Orlando Furioso o en la “gran pantalla”. No podremos entendemos mientras no desmontemos el cuento y tampoco podemos seguir como estamos.

Soy un “rebelde sin causa” y hay claros síntomas que indican que no soy el único; me fijo en los abstencionistas y en los que hemos votado lo que estimamos “un mal menor”. No hay amor por la política y no saldremos del guion hasta que nos involucremos en la gobernanza de nuestra cotidianidad. No es cierto que el cosmos de los poderosos de la tierra o de los cielos sea nuestra única salida al caos, por el contrario, los intereses de aquéllos, nos arrastran al abismo. La crueldad está mucho más presente en la actualidad que en los mitos, textos sagrados o epopeyas

La rebeldía sin causa es una resignación tan perniciosa como el mito; seguiremos excluidos de los escenarios en los que se decide nuestro destino; solos no vamos a ninguna parte, tenemos que encontrar la causa y, desde luego no la encontraremos en una mera eterna rebeldía, porque, entonces nos iremos de este mundo sin habernos enterado de nuestro paso.

El cosmos es una entelequia, pero está compuesto de variables tangibles. Así, hay mecanismos de control de la gestión de los gobiernos locales emergentes y no estamos utilizándolos satisfactoriamente, a juzgar por los indecisos, abstencionistas o “seguidistas que reflejan los resultados de las encuestas de opinión. Sin embargo los partidos del poder no reparan en gastos para mostrarnos la pésima gestión y el panorama que nos espera. Los poderes emergentes presentan otro panorama, pero, sinceramente, no he llegado aún a ver resultados que me apasionen.

Hay muchas causas, claro; los poderes manejan la gran pantalla y lo han dejado todo atado y bien atado; no lo tienen fácil los emergentes, pero sí tienen que tener claro que tienen que hacer llegar sus “buenas prácticas” en la gestión del caos que nos amenaza cada vez más.

La única vía, es activar recursos potenciales, empezando por la implicación de los cuídanos. Soy un convencido de que son más eficaces esos recursos que los dineros. Somos muchos, me repito, los que queremos implicarnos y en mi caso, me he ofrecido. Pasan los días y no he recibido respuesta: no se han establecido aún los canales de recepción. Están desbordado y caemos en la paradoja de no incorporar ayuda que podría activarlos.

Sigo siendo un rebelde sin causa y no me resigno. Tengo que encajar en alguna causa, porque no me resigno a pasar por este mundo sin enterarme de que he vivido.

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En nuestra realidad circundante, en lo que solemos citar como nuestro entorno, el sistema judicial tiene como objetivo no la Justicia, abstracción platónica que nos trasciende, sino garantizar, con realismo y en la medida de los posible, la igualdad de los ciudadanos ante la ley, que no es poco. Por eso hablamos de Estado de Derecho, regido por la Ley.

Estamos habituados a tratar con las apariencias, con la natural propensión a complicar las cosas en cuanto pretendemos aclarar los pormenores implicados en el caso. Los pensamientos son ágiles e inestables. Quien los piensa, el pensador o pensadores, representa otra entidad diferente. Y curiosamente, ambos se distinguen del fondo real circundante, este tiene otra urdimbre desde los orígenes a sus evoluciones posteriores.

Dejó escrito Salvador Távora sobre Andalucía que «la queja o el grito trágico de sus individuos sólo ha servido, por una premeditada canalización, para divertir a los responsables». No sé si mi interpretación es acertada, pero desde que vi por primera vez su obra maestra, Quejío, en el teatro universitario de Málaga creo que muy poco después de su estreno en 1972, el término adquirió para mí un sentido diferente al que antes tenía.

 
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