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Evaluación del profesorado

Ciertamente el maestro ha de estar continuamente al día en la capacidad de enseñar
Manuel Villegas
sábado, 14 de noviembre de 2015, 10:29 h (CET)
Se está hablando de una proposición legal para que los profesores se sometan periódicamente a procesos de evaluación.

Pero yo digo, profesores, médicos abogados y hasta fontaneros o albañiles, pues quien en su profesión no está permanentemente al día, corre el peligro de ser aventajado por los que continuamente se encuentran al corriente de los últimos conocimientos, con el consiguiente perjuicio de ser desplazado por los demás.

Pero antes de someterlo a que demuestre su capacidad y aptitudes para la enseñanza, lo primero que hay que hacer es devolverle su autoridad.

Los nuevos planes de enseñanza, todos socialistas, desde que estamos en Democracia, en su propósito de hacerla igualitaria han bajado el nivel de la misma a la mínima expresión, al mismo tiempo que se privaba al maestro de su capacidad de decisión en la clase, o lo que es lo mismo se le hacía perder toda su jerarquía.

Se ha quebrantado todo estímulo de superación, toda ansia de conocimientos, todo esfuerzo y sacrificio. Total ¿para qué tenerlos si puedes pasar de un curso a otro sin haber aprobado totalmente el anterior? Más de un alumno habrá pensado así.

El educador ha quedado relegado a una especie de compañero más de los alumnos, al que pueden desobedecer, tratarlo de igual a igual y faltarle al respeto cada vez que les venga en gana, pero mucho cuidado con que el maestro se atreva a llamar la atención al que no hubiese hecho sus deberes o que se extralimitase en la falta de la compostura necesaria de una clase, pues ésta ya no se consideraba obligatoria, ya que, por ello, podría llegar a ser expedientado, cuando no agredido por el alumno o por el padre de éste, si llegase el caso. Más de una denuncia por malos tratos ha ido puesta a los docentes tanto por parte de los alumnos como de los padres.

La pérdida del sentido de la obligación, del valor del sacrificio y el esfuerzo, la abnegación y ansia de superación de los discípulos, puede ser que también hayan influido en los educadores, pues posiblemente algunos, no todos, hayan llegado a pensar: ¿Por qué me voy a esforzar en que aprendan, si, faltos de conocimientos, pasan de un curso a otro?

Personalmente he podido comprobar escritos de titulados universitarios con faltas de ortografía.

Cuando yo estudiaba un fallo de éstos conllevaba automáticamente un suspenso, pues en la Universidad no se podía consentir un disparate de tal calibre. Hoy, por lo visto, sí.

Hemos llegado a tal extremo aberrante de falta de respeto a los maestros que se ha tenido que crear la institución de Defensor del Profesor, dadas las continuas vejaciones y amenazas verbales y agresiones físicas, a las que se han visto sometidos.

Conocemos muchos casos de didácticos que se han tenido que dar de baja por depresión, por la enorme presión a la que eran sometidos por sus alumnos, y otros, deseosos de que llegase el momento de la jubilación para librarse de la tensión a la que estaban sometidos en sus clases.

Yo pertenezco a una época en la que el maestro era toda una institución y cuya palabra era casi venerada como lo eran sus enseñanzas, y si alguno de nosotros hacíamos una trastada (y las cometíamos, como cuquillos) y nos daba con la regla un palmetazo en la mano o un coscorrón, que no se nos ocurriese contárselo a nuestros padres, pues, aparte de decirnos: “algo habrás hecho para ello”, nos podíamos llevar, aparte de una reprimenda, un buen cachete.

La palabra maestro viene de la latina magíster que es el que conduce dirige, manda o guía, es decir, es quien ha de conducir y guiar a aquellos niños o adolescentes que le han puesto en sus manos para impartirle toda clase de conocimientos y formarlos rectamente a fin de que sepan cómo desenvolverse en la vida de adultos en la que le esperan toda clase de problemas.

El maestro no es un colega ni un amiguete con el que se tiene el trato superficial y obligatorio, cuando el educando decide entrar en clase, al que se pueda tratar como a un igual, maltratándolo o vejándolo con toda impunidad según le venga en gana al jovenzuelo.

Como digo, primero que recupere su autoridad, que no se cuestionen sus actuaciones dentro de clase y después todas las puestas al día que se quieran, pero antes deberemos de plantearnos las siguientes cuestiones:

¿Para qué evaluar?, ¿qué se debe de someter a valoración, el alumno, el profesor, la clase que dirige o el centro educativo?

Para evaluar al alumno ya tenemos los Informes Pisa, en los que la capacidad de éstos no sale muy bien parada.

Si es al profesor, se podrán precisar los conocimientos que tiene, no cómo los imparte.

Tratándose de la clase en conjunto, no quisiera yo estar en el lugar del profesor al que ha han tocado en ella cuatro o cinco discentes de esos que no faltan, dispuestos no sólo a negarse a ser enseñados sino a armar alboroto y jolgorio, haciéndole al profesor imposible dirigir el aula.

Y si es el centro el sometido a valoración, quién es el responsable, ¿el Director, el claustro de profesores, o todos a la vez?

Difícil solución encuentro en esta peliaguda cuestión.

Una muy importante: ¿Quién es el evaluador, qué conocimientos acreditados ha de tener para sacar conclusiones sobre la valía de un enseñante, de los alumnos de un aula, o del Centro en su totalidad?

¿Cómo y cuando y a qué parámetros de conocimientos han de ser sometidos lo mismo unos queotros?

Hay que conocer muy bien el mundo de la Enseñanza en toda su globalidad, cosa que sólo lo saben los que imparten clases, y no dedicarse a dictar leyes sin un perfecto conocimiento de causa, como les pasa a la mayoría de nuestros políticos, pues hay que ser cocinero antes que fraile para saber lo que pasa en la cocina, en este caso en la Enseñanza.

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