Desconocemos el momento de la evolución en el que el homínido comenzó a modular los sonidos, posiblemente gruñidos que emitía desde su garganta, elaborando incipientes palabras con las que trasmitía sus pensamientos, llegando a forjar el habla. Quizá antes de que existiera la palabra el hombre se entendiese con sus semejantes por medio de las pictografías o iconografías que conllevaban una simbología sobre lo que se deseaba transmitir. Estas las encontramos en muchos lugares, cuevas, farallones, paredes pétreas etc. La palabra es la expresión oral de la idea que tenemos en mente, de forma tal que es como una moneda: una cara es la idea de lo que queremos comunicar, y la otra es la expresión verbal de la misma. Así una y otra se deben de corresponder, puesto que no hemos llegado a alcanzar la transmisión de los pensamientos telepáticamente tenemos que valernos, como he dicho, de vocablos que sean la viva imagen de nuestras ideas. Por ello nuestro lenguaje debe de ser claro, nítido e inteligible para que nuestro interlocutor comprenda lo que queremos comunicarle Las lenguas nacen crecen y mueren, en algunos casos no mueren sino que, con el paso del tiempo evolucionan y cambian. No es lo mismo cómo nos expresamos en la actualidad a como lo harían unos españoles del siglo XI, que es cuando parece ser que se compuso el poema del Cid, aunque la versión que se conserva, todos los estudiosos mantienen que fue la de 1200 El pueblo es quien lleva a cabo estos procesos, por ello, refiriéndonos ya al español, la Real Academia, cuando incorpora una expresión nueva al Diccionario, sólo le da un marchamo de legitimidad a lo que ya es de público dominio. Pero una cosa es la evolución lógica de una lengua viva y otra la destrucción de esta como está ocurriendo en la actualidad. Oímos expresiones que son verdaderas aberraciones del lenguaje. Una de las que más de moda está es: “esto hay que hacerlo sí o sí”. Vamos a ver, la conjunción o es disyuntiva, es decir que sirve para oponer dos cosas distintas v. g: blanco o negro, azul o amarillo, bueno o malo, y así hasta el infinito. Lo correcto es: esto lo tenemos que hacer sin remedio, queramos o no, por obligación, etc., etc., etc. Esta es la definición de la RAE sobre la conjunción O: La conjunción o expresa diferencia, separación o alternativa entre dos o más personas, cosas o ideas. Puede tener valor exclusivo (es decir, si se dan dos opciones solo puede ser una y no las dos a la vez) o inclusivo (puede ser solo una o podrían ser ambas). Nuestra lengua, posiblemente, junto con el griego antiguo, sea de las más sonoras, musicales y más ricas en acepciones de cada palabra. Nuestro Carlos I, Emperador del Sacro Imperio Romano germánico, en más de una ocasión, aunque cuando vino a España, desconocía el Español, demostró su preferencia por nuestra lengua, llegando a decir: “Hablo en español a Dios, italiano a las mujeres, francés a los hombres, y alemán a mi caballo”. Hay quien dice que en otro momento se expresó así: “Hablo en italiano con los embajadores, en francés con las mujeres, en alemán con los soldados, en ingles con loscaballos y en español con Dios”. ¡Ojo que Carlos no había nacido en España, como su hermano Fernando que vio la luz por primera vez en Alcalá de Henares en 1503! Fuere lo que fuere, lo cierto es que su preferencia por nuestro idioma que hoy, este grupo de ignorantes que nos rodea, políticos, periodistas y gente de la más variada ralea están prostituyendo. Con frecuencia oigo expresiones tales como este autobús cuenta con setenta y un plaza. Los artículos indeterminados un una, se usan el primero para anteponer a un nombre masculino y el segundo para uno femenino, pues nada, es otra forma de destrozar nuestra bella lengua. De barbarismo, igualmente estamos bien servidos, basta con que un indocumentado, por pereza, desconocimiento o por esnobismo oiga una palabra extranjera, para que como un papagayo, la repita, sin molestarse en encontrar una equivalente en nuestro idioma, una de ellas es el galicismo influencer pero como la religión más extendida del mundo es el papanatismo, la repite todo quisque, sin molestarse en reemplazarla por influyente, recomendado por la RAE, que no reconoce a aquella. Parece que hay un propósito bien establecido y determinado para envilecer a nuestro idioma.
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