Puede ser que los árabes le pusieran este nombre a consecuencia del color rojo de sus tierras preñadas de óxido de hierro. Parece que intuían la presencia de los sucesivos incendios que sufría y sigue sufriendo. Es una parte de la serranía de Ronda batida por todos los vientos de la cercana costa, de poniente y de levante, incrementados por el terral que también se adueña de la zona. Su espesa vegetación de alcornocales, pinsapos y todo tipo de matorrales unido a la sequedad del terreno propicia la posibilidad de extender el fuego apenas cualquier incidencia, fortuita o premeditada, aparece en cualquier parte de la sierra. Los pueblos y las distintas urbanizaciones han ido invadiendo este paraje y trayendo consigo la falta de coherencia y de respeto al bosque por parte de sus habitantes. Como consecuencia de la misma se han producido los dos últimos terribles incendios que han estado a punto de asolar la montaña llevándose por delante casas aisladas, animales autóctonos y la maravillosa vegetación que tardará decenas de años en regenerarse. El primero, en septiembre de 2021 tardó más de cuarenta días en dominarse, con pérdidas de vidas humanas y desolación total en las poblaciones cercanas. Todo ello es consecuencia de la “civilización” invasora y la especulación desorbitada que crea comida para hoy y hambre para el mañana. Curiosamente arden espacios que se intentan urbanizar. Tan solo hay que escuchar a los mayores que han desarrollado toda su existencia en la zona y que jamás habían vivido situaciones como las presentes. La buena noticia de hoy se basa en que, en esta ocasión, se ha conseguido controlar el incendio en pocos días gracias al Infoca y a la extraordinaria intervención de los bomberos de la zona, la UME y un excelente equipo que ha coordinado los medios aéreos y terrestres. Finalmente, parece que han acorralado la bestia que amenazaba con arrasar lo que se pudo salvar el año anterior. La buena noticia de hoy me la transmiten esas personas mayores que, una vez más, han podido volver a sus preciosas casas de pueblo, a cuidar sus gallinas y sus animales domésticos, y a intentar defenderse de la Costa que intenta invadirlos con el turismo y la especulación desorbitados. Esos hombres y mujeres que llevan toda la vida cuidando su entorno y que de golpe y porrazo se ven amenazados por la “civilización” menos civilizada.
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