Parece que ha llegado el periodo vacacional pospandemia. Aunque relativizando muchas cosas, porque todavía se producen muchísimos contagios en España y el resto del mundo. Pero esto pasa, en parte, desapercibido, ya que las televisiones generalistas han quitado el foco de la última ola de coronavirus y no le dedican apenas atención en sus informativos.
De todas formas, es preciso poner sobre la mesa o sacar a la palestra varios datos que dan que pensar o que son muy esclarecedores. En Gijón, por ejemplo, y en el resto de Asturias han cerrado más comercios que en cualquier otra parte del país, por la bajada muy considerable en el nivel de compras que era habitual antes de llegar la pandemia. Y a esto se añade la notable subida de la inflación que ha alcanzado, como se sabe, los dos dígitos, subiendo un punto y medio de mayo a junio de este año 2022.
Además, por si no fuera suficiente, mucha gente no puede ir de vacaciones más de cuatro o cinco días, porque la situación económica no da para más. Es triste y penoso, pero es la realidad que se está observando socialmente y que sale también en los medios de comunicación de masas estos días.
Por otra parte, las restricciones impuestas por las PCR y pruebas similares con plazos de 24 horas, en países como Francia, están condicionando negativamente la llegada de turistas.
A esto se añade la tasa que va a imponer Venecia, a partir del próximo año, a los turistas que llegan a esta preciosa ciudad y que puede ser de hasta 10 euros, con el fin de evitar una masificación turística que perjudica a los propios venecianos y a la conservación de su belleza artística.
Ya que han entrado en Venecia hasta 130.000 turistas diarios. Fundamentalmente, es por la razón de que muchísimos turistas no pernoctan en esta hermosa ciudad y la visitan durante el día unas horas nada más.
Entre la subida de los combustibles y la del IPC, el presente se está complicando de una forma muy considerable y la gente lo sabe y lo nota en sus carteras. Es cierto que todo esto no afecta de la misma manera a los que ganan más dinero mensualmente, pero si la microeconomía sigue empeorando a este ritmo, toda la ciudadanía será afectada en su calidad de vida. Ahora mismo, la mayor parte de la población española tiene que apretarse el cinturón. No puede vivir como antes de la pandemia o eso dicen encuestas y entrevistas en los medios.
Muchísimos negocios siguen cerrando, porque el consumo de los españoles es más reducido que hace tres años. De todas maneras, se puede reconocer que la forma de divertirse, convivir y relacionarse ha cambiado muy notablemente. La libertad de movimientos de la que se dispone actualmente es algo a celebrar, sin ninguna duda.
Los meses de julio y agosto son los meses vacacionales por excelencia y esto es lógico, si se piensa en el paréntesis del verano, como periodo para reponer fuerzas y descansar y olvidarse de los problemas.
También es cierto que con el cambio climático, la gran diferencia entre las estaciones está reduciéndose de una manera clara, y esto también supone que los viajes turísticos o culturales se pueden realizar, en cualquier mes o meses de cada año.
Existen contradicciones, en mi opinión, en las restricciones por el Covid-19 en algunos países, ya que se observan innumerables aglomeraciones por eventos festivos y musicales sin el uso de mascarilla y sin PCR previa o test de antígenos para evitar contagios y, en cambio, en la visita a otros países los requisitos son tremendos. A todo esto se añade que, en cada Estado, hay en vigor normas diferentes, en la lucha contra el coronavirus. De este modo, viajar a otro país se parece a una aventura que tiene que ser muy bien planificada y sin garantía de no sufrir sobresaltos.
Lo que no es racional es que infinidad de personas no mantengan distancia de seguridad y luego se exijan condiciones muy estrictas que aseguren, que los turistas o viajeros no estén contagiados, como si el coronavirus fuera una peste mortal de necesidad, cuando en España un trabajador con coronavirus tiene que ir a trabajar, salvo que se encuentre mal o muy mal y tenga la baja.
El falso capitalismo inmaterial que predican las izquierdas desde tiempos remotos va acorde con las nuevas demandas de la llamada economía de la cultura: son expresiones múltiples que desarrollan prácticas sociales equivocadas y ejercen no sé qué derechos a la palabra con construcciones discursivas, sin símbolos creíbles.
Para lo que le quede de vida al traidor, embustero y dictador Pedro Sánchez, se le recordará como el más gallináceo espécimen que haya desempeñado (es un decir) un cargo político en nuestra querida España. Al cúmulo de decisiones perjudiciales que ha venido tomando desde que cambió el colchón de la Moncloa, este siniestro personaje, se retrató perfectamente el pasado 3 de noviembre de 2024, en su viaje a la Comunidad Valenciana.
Annika Coll, experta en emergencias, según El País, cuya noticia es levantada hoy, 4 de noviembre, por La Nación -periódico masivo de Argentina- reflexiona: “En España hay gente que no confía en los mensajes de alerta de las autoridades porque no confía en los políticos” y (…) “la gente se enoja si le dicen que va a nevar y luego no nieva”.