El mundo se enfrenta a una crisis de hambre de una escala sin precedentes donde cada minuto, un niño o niña entra en situación de malnutrición severa, y 8 millones de niños y niñas están en riesgo de muerte en 15 países afectados por la crisis a menos que reciban tratamiento inmediato.
Los gobiernos y los donantes deben actuar urgentemente para evitar una pérdida masiva de vidas y proteger a los millones de niños y niñas afectados de las consecuencias negativas y duraderas. La seguridad alimentaria no es un privilegio, sino un derecho consagrado en la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948. El liderazgo internacional y la voluntad política deben impulsar una respuesta inmediata y abordar las causas profundas del hambre, como los conflictos, las crisis económicas, el cambio climático y el acceso desigual a los recursos agrícolas, mediante soluciones colaborativas e impulsadas a nivel local.
La infancia ante la crisis del hambre Los niños y niñas suelen verse afectados de forma desproporcionada por las crisis de hambre y nutrición, tanto a corto como a largo plazo. Corren un mayor riesgo de mortalidad, como ocurrió en la hambruna de 2011 en Somalia, donde la mitad de las 260.000 personas que murieron eran niños y niñas menores de cinco años. Incluso si sobreviven, los periodos cortos de desnutrición aguda tienen impactos de por vida, con el riesgo de que se produzcan retrocesos generacionales en comunidades de todo el mundo. Sabemos que los niños y niñas que viven en una zona de conflicto tienen el doble de probabilidades de sufrir desnutrición que los que viven en un entorno pacífico, y que los niños y niñas que sufren emaciación tienen 11 veces más probabilidades de morir que los niños y niñas sanos.
Las niñas se enfrentan a riesgos especialmente altos durante las crisis de hambre. Cuando los alimentos escasean, las niñas suelen comer menos y en último lugar: Las adolescentes también tienen mayores necesidades de hierro debido a la llegada de la menstruación y corren un riesgo especial de desnutrición durante el embarazo, lo que incluye un mayor riesgo de aborto espontáneo y mortalidad materna, así como riesgos de mortinatos, muertes de recién nacidos, bajo peso al nacer y retraso en el crecimiento para sus hijos, lo que profundiza el ciclo intergeneracional de la desnutrición.
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