Algunos pasajeros, al ver cercado de súbito por las llamas el tren en que viajaban, sucumbieron al pánico y, forzando las puertas y quebrando las ventanas del automotor, escaparon por ellas para encontrarse de cara con la violenta hoguera sin la protección del convoy, pero, sobre todo, sin la de su valiente y serena maquinista, que rápidamente optó por la acción que habría de salvar la vida de todos, la de correr a la cabina de cola e invertir la marcha del tren para escapar así del fuego. Con ella se llevó a los 20 heridos por quemaduras que retornaron al tren al frustrarse su huída.
Ocurrió en medio del espantoso incendio de Bejís, uno de los muchos que en este verano han calcinado más de 250.000 hectáreas de monte, bosque y labradío y acabado con la vida de millones de animales, es decir, de cuanto compone la vida en eso que se ha dado en llamar la España vaciada, y que ahora lo está mucho más si cabe. Cruzando esa España, algunos trenes de línea que han sobrevivido al paulatino desmantelamiento del ferrocarril convencional en beneficio del AVE, no disponen, al contrario que éste, de más seguridad en situaciones extremas que las que le pueda proporcionar su maquinista, en ocasiones el único tripulante a bordo. El conductor del AVE conoce de antemano, con tiempo de reacción, la situación de cada metro de vía que ha de recorrer y las eventuales incidencias en ella y en su entorno, gracias a la sofisticada tecnología de la que las líneas del AVE y la propia unidad están dotadas.
El maquinista de Media Distancia, como la que se halló de pronto rodeada de fuego en los campos de Castellón, no dispone de otros ojos que los suyos propios ni, aparte de los dispositivos tradicionales pero limitados e insuficientes de seguridad en la circulación, otros recursos que los de su profesionalidad, esto es, de su lucidez, su templanza y su pericia.
La maquinista del Media Distancia entre Zaragoza y Valencia salvó por los pelos a sus pasajeros de morir abrasados, confundidos sus restos con los del tren quemado, gracias a eso, que no a la política ferroviaria que ha privilegiado el tren veloz y caro, entre grandes urbes, en detrimento de ese otro convencional cuyo abandono tanto propició el vaciamiento y la desarticulación del territorio.
En el recorrido entre la cabina de cabeza y la de cola, con el tren detenido y rodeado por las llamas, la maquinista fue rogando a los 48 viajeros que no abandonaran el tren, que ella les sacaría ilesos de ese infierno. Algunos, comprensiblemente, no supieron dominar el terror y salieron para encontrarse en su centro. Pero la maquinista cumplió su promesa y les sacó de allí como podría haberlo hecho, a pura improvisación, a puro valor, un colega del siglo XIX.
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