“Con discrepancias en el seno del Gobierno. Pedro Sánchez aprueba una partida extra de mil millones en defensa”. ¡Qué ingenuo es Pedro Sánchez si cree que incrementando el presupuesto militar conseguirá hacer desaparecer las guerras en el mundo y en concreto pacificar Ucrania que hace ir de cabeza Occidente. La ingenuidad también se ha apoderado de Jordi Armadans, politólogo, periodista y director de FundiPau cuando pide “apostar seriamente y sin complejos, por un mundo seguro y en paz”.
Al final de su artículo escribe: “No seamos ingenuos: solamente políticas de construcción de paz, de creación de espacios de seguridad compartida y comuna, del desarrollo de justicia global y de la defensa de los derechos humanos, en definitiva, solamente tomándose en serio la paz y la seguridad nos acerca a un mundo con menos injusticia y violencias”. Da la sensación que el señor Armadans es ciego. ¿No ve todo lo que se cuece a su alrededor? La política se parece una olla de grillos.
La justicia no tiene nada que ver con la justicia. La democracia consolidada como se dice que es la española, es un fracaso total. ¿Cómo se pretende alcanzar la paz en Ucrania si las naciones que aprueban multimillonarios presupuestos en Defensa se desmenuzan como los edificios ucranios impactados por los mísiles rusos? Podemos resumir los propósitos de paz que diseñan los políticos y las religiones con las palabras del profeta Isaías: “No hay paz, dice el Señor, para los malvados” (48: 22). Los profetas de nuestros días son hijos de aquellos a quienes el profeta Ezequiel denuncia: “Por cuanto engañaron a mi pueblo, diciendo: Paz no habiendo paz” (13: 10).
El sacerdote Zacarías, padre de Juan el Bautista, el precursor de Jesús que tenía que “ir delante de la presencia del Señor, para preparar sus caminos”, con la finalidad de “dar luz a los que habitan en tinieblas y en sombra de muerte, para encaminar nuestros pies por camino de paz” (Lucas 1. 76, 79). La paz no la puede fabricar el hombre por más que se lo proponga. Quienes no tienen la paz de Dios no pueden ser sembradores de paz. Jesús deja bien claro que el hombre por sí mismo es incapaz de conseguir una paz duradera, cuando dice: “La paz os dejo, mi paz os doy, yo no la doy como el mundo la da” (Juan 14: 27). Jesús hace distinción entre dos clases de paz: la que da el mundo ya sabemos a dónde nos lleva. La que da Jesús, esta es la que nos falta descubrir.
Job pasaba por una grave tribulación. En un mismo día perdió todo su ganado, perecieron sus hijos y a él se le produjo una grave infección cutánea muy dolorosa. Enterados sus amigos de la tribulación que afectaba a Job fueron a visitarle para consolarlo. A uno de ellos que pretendía confortarle le dice: “¿Qué cosa de todas estas no entiende, que la mano del Señor la hizo? En su mano está el alma de todo viviente, y el hálito de todo el género humano” (Job 12: 9, 10). Es el Creador, no el hombre quien controla todo lo que acontece en la Tierra. Deja hacer pero sus manos sostienen las riendas. Nada escapa de su control: “Con él está el poder y la sabiduría, suyo es el que yerra y el que hace errar.
Él hace andar despojados de consejo a los consejeros, y entontece a los jueces. Él rompe las cadenas de los tiranos, y les ata una soga a sus lomos. Él lleva despojados a los príncipes, y trastorna a los poderosos. Priva del habla a los que dicen verdad, y quita a los ancianos el consejo. Él derrama menosprecio sobre los príncipes, y desata el cinto de los fuertes. Él descubre las profundidades de las tinieblas, y saca a la luz la sombra de muerte. Él multiplica las naciones y Él las destruye, esparce naciones y las vuelve a reunir. Él quita el entendimiento a los jefes del pueblo de la Tierra, y los hace vagar por un yermo sin camino. Van a tientas, como en tinieblas y sin luz, y los hace errar como borrachos” (Job 12: 16-25).
A pesar que de Job nos separan unos tres mil años, la descripción que hace del mundo de su tiempo es perfectamente aplicable al nuestro. Lo que está escrito en la Biblia sirve de instrucción para todas las épocas. Nada de lo que dice es casual. Aquella antigua generación andaba en tinieblas como lo hace la nuestra. Jesús afirma de sí mismo. “Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Juan 8: 12). Si se desea salir, tanto en el ámbito privado como del colectivo, de la confusión en que nos encontramos porque no sabemos a dónde vamos porque no tenemos una meta segura a dónde dirigirnos, se debe a que nos comportamos como ciegos guiando a otro ciegos. Todos ellos caen en el foso.
Nuestra sociedad necesita con urgencia que Jesús nos abra los ojos como lo hizo con el ciego Bartimeo . Para ello necesitamos comportarnos de la misma manera que lo hizo el invidente. El minusválido se encontraba sentado al lado del camino pidiendo limosna. Advertido que Jesús se acercaba empezó a gritar: “¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí!”. Jesús que oye el grito de auxilio del discapacitado, le dice: “¿Qué quieres que te haga?” El ciego le dice: “Maestro, que recupere la vista”. La buena noticia la recibe de inmediato: “Vete, tu fe te ha salvado” (Marcos 10: 46-52).
La instrucción para nosotros: Si no gritamos con fuerza: Jesús ten misericordia de nosotros, el Señor pasará de largo y seguiremos ciegos. Si hacemos llegar a sus oídos nuestro clamor de ayuda se detendrá a nuestro lado y aplicará en nuestros ojos el colirio que nos devolverá la vista. Al menos individualmente, la confusión que nos ofusca colectivamente, se convertirá en luz que iluminará el camino que nos lleva a puerto seguro. ¡Jesús ten misericordia de mí, devuélveme la vista!
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