Se suele afirmar que la realidad supera a la ficción, aunque no queda claro a qué se refiere dicha aserción, pues la ficción suele inspirarse en la realidad, por aquello del Arte imitando a la Naturaleza. Lo que sí parece es que tendemos a preferir la ficción, cuyos contornos se nos ofrecen siempre definidos y cuyo desarrollo atesora una lógica interna expresada en forma de relato, de diálogo o de variadas formas audiovisuales. La invenciones carecen de detalles, que son el gran impedimento para los creadores de proyectos de futuro cuando se anuncian en forma de utopía.
El problema principal de todo esto reside en la irrefutable circunstancia de que la realidad difiere sustancialmente de la ficción. Aquella constituye el ecosistema complejo que habitamos cada día, con sus bondades y sus imperfecciones, y que, a juicio de quien esto escribe, nunca debiéramos tener el deseo de abandonar o de perder de vista intelectualmente; frente a ella, la segunda, es decir, la ficción, y no me refiero a la literaria o cinematográfica, es el sueño húmedo de los enemigos de los detalles, de los que odian la realidad por sus pormenores ajenos al ensueño. Traigo aquí, con cierta asiduidad, a Don Antonio Escohotado, mente lúcida y privilegiada, marxista devenido en liberal, quien afirmó que “la utopía, además de una memez, es una inmoralidad”. Creo entender que lo de memez se refiere a su excesiva simpleza y lo de la inmoralidad, a su carácter de proyecto tiránico. El mismo Escohotado distinguía, con su clarividencia, entre los padres de la democracia americana, instalados en la realidad, y los revolucionarios franceses, más propensos a una ficción fuente y origen de totalitarismo.
Así, respecto a los primeros, aseveraba Don Antonio que “no padecieron la arrogancia de pensar que todo es solucionable silenciando al disidente. Compare a Franklin y Jefferson con Marat y Robespierre, dos neuróticos guiados por la auto-importancia, que obran como matasanos del resto”.
Por otra parte, analizar las cosas diacrónicamente, siguiendo a Hegel, esto es, observando y analizando su evolución, es la vía más precisa para conocer su naturaleza, mucho más útil que cualquier definición o consideración estática. De este modo, podemos rastrear ficciones y realidades a lo largo del tiempo. Si uno indaga desde el pasado, no tarda en darse cuenta de que la ficción no es solo la de las narraciones literarias sino que, asimismo, se constituye en argamasa de los otros relatos, es decir, los que se van imponiendo en cada momento para enmascarar la realidad, mejorándola mediante dulcificación o ocultándola a través de procedimientos entre los que destacan los de las religiones; estas crean ficciones confortadoras y que, al mismo tiempo, sirven para la articulación social y para el control. El problema de origen reside en que la realidad atesora demasiados detalles y datos, obstáculo para los mensajes simples, pero contundentes, de los diferentes credos. De ahí, tal vez, esas ficciones trascendentes que, suprimiendo los pormenores, pintan o dibujan con trazo grueso, a pesar de lo cual todos acabamos atrapados por el embrujo de alguna de ellas. Tal vez cuando Jean François Revel afirmó lo de que la mentira mueve al mundo se refería a las ficciones sucesivas, oportunas a cada momento y lugar. En relación con ello, Umberto Eco creó a Baudolino, personaje fabulador, mentiroso que hoy llamaríamos compulsivo, pero que se presenta, en el libro de Eco, como embustero simpático al lector y generador de relatos en el corazón de la Edad Media, en un contexto donde lo real y lo imaginado se confunden. Como hoy mismo. Es por ello que no andan tan descaminados quienes postulan la idea de que vivimos en una simulación; pero más que una simulación informática o prodigiosa, se trata de una que sale de nosotros mismos, pues somos los que creamos los relatos y acatamos la ficción o guión en cada caso.
Presiento que la realidad está fuera de nuestro alcance y, asimismo, que nos resulta aceda si la catamos. Siendo nuestra historia la historia de los relatos sucesivos, como establece Harari, creo que hace tiempo que vivimos alejados de esa realidad cuya existencia ya ignoramos. Publicó Juan Jacinto Muñoz Rengel “Una Historia de la mentira”, libro ya citado y glosado hace tiempo en esta columna; considera el autor que la mentira es anterior al lenguaje. Nada somos sin relato y al relato estamos acostumbrados. Por eso no queremos la realidad, por eso no rechazamos la mentira. No sé si sirve como explicación, o justificación, de todo lo que está ocurriendo, aquí mismo sin ir más lejos.
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