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Opinión
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Somos fácilmente engañados y manipulados

Tenemos más interés en calcular cuando se terminan las vacaciones que pensar en que después de esta vida hay otra que podemos perdernos
Francisco Rodríguez
lunes, 22 de agosto de 2022, 13:50 h (CET)

Este domingo pasado se leyó el evangelio en el que la preguntan a Jesús si se salvan muchos y la contesta diciendo que hay que entrar por la puerta estrecha si no queremos quedarnos fuera. Esto de la puerta estrecha me hizo recordar la teoría de la ventana de Overton, una ventana a través de la cual se pasa de algo repulsivo, como puede ser la antropofagia, a hacerla aceptable por el pueblo, a través de sucesivos pasos modulados por campañas publicitarias, naturalmente pagadas por capitalistas interesados en ello.


Ahí tenemos, entre otros, un par de ejemplos: la aceptación social del aborto hasta convertirlo en un derecho o los derechos derivados de la ideología de género que han convencido a buena parte de la sociedad de que el sexo no es algo dado a cada persona, sino un constructo social apto para que las personas lo utilicen para cambiar de sexo y presumir de ello.


Lo mismo podemos decir de la eutanasia, ampliamente aceptada en nuestra sociedad bajo el pretexto de que para salvar el planeta hay que aligerarlo de habitantes y los medios mas difundidos serían el aborto, le eutanasia y las uniones estériles como los matrimonios homosexuales.


La antropofagia no ha pasado por la ventana de Overton sin duda porque no hay ningún grupo político poderoso que crea poder sacar beneficio de ello, pero está siendo aceptado por parte de la población la repulsa a comer carne y convertirnos a todos en veganos. Las drogas son otro ejemplo de aceptación de un producto perjudicial pero que mueve grandes cantidades de dinero y lo mismo podría decirse de más de una especialidad farmacéutica.


La puerta estrecha de la que habla Jesús es otra cosa muy diferente. Resulta estrecha la puerta que necesitamos pasar para salvarnos si tenemos que renunciar a nuestros vicios, nuestros caprichos, nuestra pereza y esforzarnos por amar a nuestros enemigos, a los que nos caen mal, a los que son de otro partido, otra raza, otras costumbres.


Como nos recordó el Concilio Vaticano II ignoramos el tiempo en que llegará la consumación de la tierra y la humanidad, ni en que forma será transformado el universo. Nosotros y los que nos precedieron en la muerte esperamos unos cielos nuevos y una tierra nueva donde seamos bienaventurados por toda la eternidad.


Claro que lo mismo que estamos dispuestos a aceptar cualquier maldad que se nos ofrezca bajo el rótulo de progresista, no parecemos muy decididos a creer que tras la muerte nos espera Dios, el autor de todas las cosas, que quiere salvarnos, pero no nos salvará si nosotros no queremos ser salvados. Dios es sumamente respetuoso con nuestra libertad.


Mientras estemos vivos podemos tener esperanza, basta que no nos dejemos seducir por el mal y marchemos decididos a la puerta estrecha de la que habló Jesús.

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