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"Me emociono mucho cuando escribo. Amo lo que hago"

Herme Cerezo
lunes, 14 de diciembre de 2015, 23:44 h (CET)



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Care Santos (Mataró, 1970) es escritora y crítica literaria. Es autora de diez novelas, entre las que destacan ‘Habitaciones cerradas’ – recientemente adaptada para televisión-, ‘El aire que respiras’ y ‘Deseo de chocolate’ (Premio Ramon Llull, 2014). Ha escrito también para jóvenes y niños, terreno en el que es una de las autoras más leídas de nuestro país. Su obra ha sido traducida a dieciocho idiomas incluyendo el inglés, el alemán, el francés, el sueco, el italiano y el holandés.

Un reloj de pared, que anuncia las muertes de los miembros de una familia y enlaza con una antigua historia, nos traslada a principios del siglo XVIII y a una tierra ancestral y remota próxima a los Pirineos. De ahí procede Silvestre, hombre capaz de cambiar su destino y viajar hasta Mataró, un territorio desconocido que se encuentra en pleno proceso industrializador. Su nieta Teresa heredará ese talante suyo, y también desafiará las normas de su tiempo con una historia de amor a contracorriente. ‘Diamante azul’, la nueva novela de Care Santos, es el fascinante relato de una saga familiar desde un origen casi legendario hasta los años previos a la guerra civil. Dos siglos de historia que contienen pecados y desgracias y también ternura, alegría, talento, amistad, mujeres avanzados a su tiempo y romances, que rompen convenciones sociales. Sin duda, la escritora de Mataró ha escrito una de sus mejores novelas, con una estructura que engancha, arrastra y zarandea al lector, sumergiéndole sin descanso en el ayer y el hoy de la familia Pujolar o Pujolà, porque con el trasiego perdieron la erre.

Care, empezamos con una pregunta tópica: ¿cuál es el flash o la imagen que motiva la escritura de ‘Diamante azul’?
Mi abuela, en el salón de su casa, hablando y hablando. Contaba historias de todo tipo, pero se recreaba especialmente en su propia historia de amor, que había sido difícil y a contrapelo. Mi abuela protagonizó el cuento de Cenicienta, pero al revés: se enamoró del antipríncipe. Y fue feliz, que es lo mejor. Yo llevaba toda mi vida queriendo contarlo, era una historia que me debía. Y por fin la he escrito.

¿Escribir esta novela ha sido algo parecido a una entrevista con tu abuela, aderezada con las herramientas de la ficción?
Más que una entrevista, un monologo de homenaje. A ratos, un interrogatorio en solitario. También un acto de justicia, porque siempre he creído que la responsable de que yo sea escritora es mi abuela. Y también un homenaje a todas las historias familiares, a las búsquedas del propio pasado, a las reconstrucciones de la identidad que tanta gente emprende.

Reconstruir la vida de tu familia en un periodo tan largo no se antoja tarea sencilla, ¿cómo te has documentado?
Con paciencia y con deleite. Disfruto mucho durante las documentaciones, es una etapa fantástica, a la que suelo dedicar mucho tiempo. Suelo perderme durante meses en archivos y hemerotecas, o en hacer algún viaje si es que lo necesito. En este caso, en lugar de perseguir personajes remotos, perseguía personajes remotos de mi propia familia. En realidad, no había tanta diferencia, pero ha sido mucho más emocionante.

Imagino que conocerías a algunos de los personajes a través de fotografías antiguas de esas de color sepia, con óvalos, o sin ellos, ¿al insuflarles vida nueva, al verlos cobrar relieve y deambular por las páginas de ‘Diamante azul’, ¿qué sientes?
En realidad, hemos sido una familia poco retratada. De mi bisabuelo Florián sólo se conservan dos retratos, ambos con cara de triste. Más allá, nada. No sé qué rostro tenían la mayoría de los personajes de mi historia, ni nunca podré saberlo.

Tienes la capacidad de envolver lo que cuentas, por muy real y verosímil que parezca, con un halo de magia, ¿cómo lo consigues?
¡Ja! Si lo supiera seguro que no lo contaría aquí y ahora. Te agradezco mucho tus palabras, pero no tengo ni idea de lo que estás hablando. Tal vez te refieras a la capacidad de emocionar con la historia. Si es así, sólo conozco un truco, y eso sí sé cómo funciona: yo misma me emociono mucho cuando escribo. AMO, así, con mayúsculas, lo que hago. Creo que estas cosas se terminan contagiando.

En la novela, los objetos se comportan como unos personajes más. El primero es un piano, que se recibe entre los Pujolà como el acontecimiento del año, un instrumento casi con rasgos humanos, que incluso se resiste a abandonar la casa donde ha vivido en el momento del declive, ¿a nivel social qué significaba en aquella época disponer de un piano de cola para una familia?
Un piano, entonces y ahora, es un artículo de lujo. Por lo que vale y por lo que significa. La cultura de altos vuelos siempre ha sido algo elitista. Ellos no son intelectuales ni músicos, pero como se han enriquecido, juegan a serlo. En la vida de toda niña bien del siglo XIX o de principios del XX debía haber un piano. Es también, en parte, un reflejo de la época que estoy dibujando. Por cierto que en mi infancia también hubo un piano. No tuvo la dueña que se merecía, el pobre.

Dice también la novela que el piano «es un personaje femenino», ¿por qué?
No se dice tanto que el piano es femenino como que el afinador escucha el piano más de lo que jamás ha escuchado a una mujer. Aunque los pianos iban asociados más a las mujeres que a los hombres en esa sociedad de la que hablo. Por lo tanto, no me parece mal decir que es un personaje femenino.

Pasamos a otro objeto: un reloj de pared que los trabajadores encargados del embargo no se llevaron, porque decían que estaba encantado, que era premonitorio. Este reloj marca la hora de la muerte con un sonido distinto, ¿los relojes tienen sentimientos? ¿Para qué sirve en realidad un reloj: para señalar la hora o para medir nuestras vidas?
El tiempo siempre mide nuestras vidas. Vivimos contra el tiempo, temiendo el paso del tiempo, evitándolo, disimulándolo… No creo que los relojes tengan sentimientos, sino que nosotros se los atribuimos por terror a que no los tengan. Somos nosotros quienes sentimos algo por los relojes, tal vez porque son testigos de momentos muy importantes de nuestras vidas. En este caso, estoy hablando de un reloj que se inspira en uno real, de características muy parecidas al de la novela. No se asuste, por favor.

Mataró, tu ciudad natal y el lugar donde vives, es el escenario que has escogido para desarrollar ‘Diamante azul’, ¿le debías una novela?
No es la primera vez que novelo Mataró, pero me ha gustado hacerlo en esta ocasión. Es mi terreno, el lugar donde nací y donde vivo. Me costó un gran esfuerzo, porque por paradójico que pueda parecer conozco mucho mejor la historia barcelonesa que la de Mataró. Pero pienso que ha valido la pena por una sencilla razón: al novelar la historia de Mataró, una ciudad industrial que creció a la sombra de la gran industrialización del siglo XIX; en realidad estoy novelando muchos otros lugares. Barcelona, Madrid, Manchester… todos se parecen. Hablar de tu familia es mucho más que eso: es hablar de tu gente, de tu sitio, de cómo somos (todos) y por qué. Eso es lo que hace fascinante hablar de lo local: nunca es local.

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El texto está dividido en dos partes y en cada una de ellas los capítulos representan cambios de fecha, pasado-presente. Aunque se lee perfectamente y no se pierde el hilo de la historia en absoluto, esta estructura que has elegido es compleja, ¿te ha costado mucho trabajo diseñarla?
Me gustan las estructuras complejas, suelo meditar mucho la forma de mis libros. Me costaría mucho más ser lineal. De hecho, no creo que supiera.

En ‘Diamante azul’ hay de todo: traición, crimen, amor, negocios, miseria, hambre, también prosperidad y riqueza, todo programado y también previsto, y sin embargo, sorprendes al lector, ¿lo consigues gracias a eso que los críticos denominan el oficio del escritor?
El oficio ayuda mucho, pero si no hay pasión, emoción, algo que contar… no sirve de nada. Para que las velas se muevan no basta con que haya velas. Hace falta el viento.

Teresa Pujolà Gomis es una niña inquieta, distinta. Ella quiere ser tintorera, incluso participa en la extinción de un incendio, ¿es sin duda una mujer avanzada para su época en un mundo clasista, no?
Lo es. Una mujer fuerte que nació antes de tiempo. Le habría costado menos ser ella misma sesenta años más tarde.

Pero no es la única Teresa. Hay otra más antigua, Marqués Tapiola de apellidos, también con inquietudes, que participa en reuniones casi clandestinas, que tienen por testigos a maniquís mudos, que se cubren para ocultar sus desnudeces, ¿menudeaban este tipo de cónclaves en el Mataró del siglo XIX? ¿Guardaban alguna relación con sociedades de tipo masónico?
Este tipo de reuniones de intelectuales, avanzadas, y por supuesto clandestinas se dieron en todas las ciudades. Mataró ha sido tradicionalmente una ciudad librepensadora, de izquierdas, donde los movimientos obreros han tenido mucha importancia. Era lógico que en ese caldo de cultivo prosperaran este tipo de actividades. Y también había masones, claro. Y espiritistas.

En aquellos años, las mujeres avanzadas podían escuchar comentarios como los dos siguientes, que aparecen en el texto: «por la calle deberíamos ir todas con el hábito de San Francisco» o «no es bueno que dos mujeres juntas se pongan a leer un libro». Todo un retrato del pensamiento del momento, ¿no?
¡Por supuesto! Las mujeres inteligentes, instruidas, capaces de pensar, son una amenaza para la oligarquía masculina. Sólo hay que ver lo que hacen las sociedades extremistas con sus mujeres. En algunos lugares ni siquiera las dejan conducir. Malala casi muere porque pretendía ir a la escuela. Todo esto sigue siendo de rabiosa actualidad. Hace falta una sociedad de hombres valientes y desacomplejados para dejar prosperar a la mujer y aceptarla como una igual.

Para completar el cuadro, aún te ha quedado hueco para hablar del cine, del cine en blanco y negro y, naturalmente, mudo. En las salas de exhibición había un pianista o un grupo de músicos amenizando la proyección, ¿siempre estuvo claro que el cine precisaba de una banda sonora?
Es que el cine sin banda sonora hubiera resultado increíble. La mudez del cine mudo era lacerante. La vida tiene banda sonora. Era lógico que buscaran el recurso más universal: el subrayado de la música.

No podemos acabar la entrevista sin hablar del juego de voces de ‘Diamante azul’. Preferentemente narras en tercera de persona, pero también hay primera e incluso una primera persona del plural. Además un personaje, descaradamente descarado, tiene la “osadía” de presentarse a sí mismo, ¿si tuvieras que definirla considerarías que tu novela es un texto coral?
Probablemente sí, aunque los escritores solemos ser muy malos analistas de nuestras propias obras. Hay mucha gente que toma la palabra en esta historia, alguno con soberana desfachatez, tienes razón. De hecho, como en la vida misma. En la vida todo el tiempo habla todo el mundo y no siempre cuando deben hacerlo. Una novela debe reflejar el mundo o no sirve para nada.

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