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España se despide de Gayarre

Juan López Benito
miércoles, 23 de diciembre de 2015, 03:12 h (CET)
En apenas unos días, se rememorará en 116 aniversario del fallecimiento del insigne tenor Julián Gayarre. Quisiera desde estas líneas, evocar a esta figura que tanta fascinación causó en la España de la Restauración. A través del texto, comprenderemos indiscutiblemente la envergadura del genial intérprete.

El 2 de enero de 1890 se producía el fatal desenlace, “el triste acontecimiento que privaba a España de uno de sus hijos más ilustres y queridos”. El fallecimiento del “rey de los tenores” inundó de tristeza a nuestra Nación.

La noche del 8 de diciembre, se había producido un lance revelador del deterioro físico que estaba sufriendo el“inimitable artista”. En aquella fecha, subido en el escenario del Teatro Real mientras interpretaba “Los Pescadores de Perlas”, observó el público que algo grave le ocurría al sr. Gayarre: “Suspendido el corto y con paso inseguro, se adelantó al proscenio y suplicó al auditorio que le dispensara de cantar la romanza por hallarse imposibilitado de ello. Apenas expuesto el ruego, un ligero desvanecimiento le obligó a apoyarse en uno de los bastidores, evitando que cayera al suelo el director de escena. El público estaba perplejo ante aquel inesperado incidente (…) Gayarre con expresión desesperada de pena y de quebranto exclamó, ¡esto se acabó!”.

Los analistas no daban crédito a lo vivido“¡Hallábase en el apogeo de la existencia, en la cumbre de la fama, en la plenitud de su poder genial (…) Tenía por delante muchas horas de aplausos y aliento (…) Su laringe, su mágico instrumento pareció estar roto”, su maravillosa herramienta “se había partido, ya no sonaba dulce, arrebatador, ya no emitía trinos angelicales” . Pocos días después, “la dolencia traidora” le tendría postrado en el lecho.

Durante su agonía, los madrileños y el resto de españoles expresaron enérgicamente su cariño hacia el cantante. En las inmediaciones de su domicilio de la Plaza de Oriente, se arremolinaban cientos de curiosos y simpatizantes, esperando algún tipo de noticia esperanzadora. Igualmente, legiones de adeptos guardaban pacientemente su turno, para firmar en los pliegos de papel colocados en el portal del enfermo. En ellos, se podían leer expresiones como las siguientes: “¡Señor que se salve! ¡Qué vuelva a las tablas! ¡Qué yo le oiga otra vez! ¡Qué de nuevo le vea!”.

La Casa Real en nombre del pueblo español y“cuanto encierra Madrid en la política, las artes, la banca y la buena sociedad se apresuraba a estampar su firma en las listas”.

Personalidades como Castelar, Cánovas, Barbieri o Bretón, además de un ingente número de admiradores del gran tenor, formaban parte de toda “la manifestación de duelo que Madrid le tributaba”.

El 31 de diciembre se colocó en el portal de su finca, el último parte en vida del cantante, manifestando lo siguiente: “A las 4 de la tarde han celebrado una consulta los señores profesores médicos, Dr. San Martín, Dr. Cortezo y el Dr. Salazar, habiendo declarado que la enfermedad que padece el Sr. Gayarre es una bronco neumonía gripal localizada en el lóbulo inferior del pulmón izquierdo. Se le ha aplicado al enfermo varios revulsivos, que han producido algún efecto, pero a pesar de ello ha recaído en una gran postración y su ánimo está muy abatido”.

Menos de 48 horas después, la madrugada del 2 de enero, fallecía Julián Gayarre. En el informe médico se declara que: “a las 10 de la noche merced a las esfuerzos médicos se inició una ligera mejoría, no más que aparente. Gayarre entonces conservaba por completo sus facultades intelectuales, ¡Qué horrible sufrimiento! exclamó, llevándose la mano a la garganta. A la una y media tomó algo de ron. A las 3 de la mañana la mejoría aparente comenzó a descender; luego más de una hora horrible de agonía. Al lado del moribundo, llorosas, desoladas las personas de la familia y los amigos de intimidad del gran artista”

El día posterior, bajo un cielo “que arrojaba al espacio copos blancos” y un frío glacial, se produjo el traslado de los restos mortales, desde su casa a la estación del Mediodía, a través de “una espontánea e imponente manifestación de duelo (…) Fue un espectáculo tan grandioso que jamás podremos olvidarlo quienes lo vimos (…) Por todas las avenidas grandes grupos, formados en su mayoría por mujeres, acudían a presenciar la triste ceremonia”. En la casa del artista, se congregaron en torno al millar de personas que dificultaban “a los agentes del orden público y a los Guardias Civiles de Caballería, obtener espacio suficiente para organizar la comitiva fúnebre”.

Con la llegada de la comitiva al Teatro Real, “aumentó la solemnidad de la ceremonia, cesó el murmullo de la multitud, y en medio del silencio se dejó oír la marcha fúnebre de Chopin, ejecutada por la orquesta del Teatro Real”. Pero rápida y espontáneamente entre el gentío comenzaron a lanzarse, “formidables gritos de ¡Viva Gayarre! ¡Viva! (…) El viva ante un muerto fue el más adecuado tributo a cualidades tan excelsas”. Mientras esto ocurría, se podía presenciar a “las bailarinas, coristas y dependientes de la empresa contemplar con lágrimas en los ojos el carruaje fúnebre”.

El extenso cortejo fúnebre estaba constituido por más de 100 carruajes, encabezando la marcha los coches del Alcalde, Sr. Mellado, y del Presidente del Congreso Alonso Martínez. Tras el homenaje en el Teatro Real el séquito avanzó por la Calle Arenal, Puerta del Sol y Alcalá, donde se detuvieron delante de un Círculo en cuya fachada un cartel rezaba: “¡Gayarre si las lágrimas vertidas por ti hoy, pudieran resucitarte, ya estarías con nosotros!” Desde numerosos balcones se arrojaban flores, coronas y ramas de cipreses, destacando en “profusión” los del Casino de Madrid, el Teatro de la Comedia y el Teatro Español. Tras cruzar las calles del Prado y de Trajineros (Paseo del Prado), llegaba la procesión fúnebre a la estación del Mediodía. Aquí esperaba un vagón convertido en capilla ardiente que trasladaría a Gayarre a su Navarra natal.

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