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Un alcalde para la eternidad

Se agradece que personas expertas y templadas como Francisco de la Torre lleven el timón de la gobernabilidad de un ayuntamiento
Jorge Hernández Mollar
sábado, 24 de septiembre de 2022, 11:33 h (CET)

Francisco de la Torre, desde su libérrima libertad, ha tomado la decisión de optar una vez más a regir los destinos de la ciudad de Málaga. Ha dedicado más de dos décadas de su vida al gobierno de su querida ciudad, al frente de la Alcaldía. Y de nuevo asume, en el albor de sus ochenta cumpleaños, el meritorio compromiso de seguir sacrificando su familia, sus aficiones, sus amigos por el incansable, generoso y arduo trabajo de servir al ciudadano.


He tenido el gran privilegio de colaborar con Francisco de la Torre durante los años de mi mandato como representante del Gobierno de España en Málaga hace ya diez años y he de confesar que esa cercanía me ayudó a comprender  las razones  por las que ha superado los límites de resistencia física y  mental en el ejercicio de cualquier cargo público. Es envidiable su constante preparación física, su potente capacidad intelectual y especialmente su tesón y constancia para la consecución de aquellos objetivos que ha considerado beneficiosos para los malagueños y su querida Málaga.


Pero me voy a permitir destacar una cualidad que hoy se echa de menos en el ejercicio de la política y no es otro que el respeto por la institución que representa. Siempre ha procurado mantener su independencia y criterio personal cuando ha tenido que adoptar relevantes decisiones o  cuando se ha visto obligado a dialogar y consensuar los equilibrios de poder con todas las fuerzas políticas del consistorio. Ha actuado anteponiendo los intereses  del municipio a los partidistas, lo que le ha producido a veces no pocas  tensiones e incomprensiones.


Su anuncio de volver a intentar una nueva reelección a su avanzada edad, demuestra que ésta no representa ningún obstáculo para la administración y buen gobierno de los intereses de los ciudadanos. Personajes de la vida pública nacional e internacional como Manuel Fraga, Konrad Adenauer o la propia Reina Isabel II recientemente fallecida, son claros ejemplos de que la vocación por el servicio público mantienen viva la ilusión de la permanencia en el poder, incluso hasta la extenuación física.


En los tiempos convulsos que vivimos, se agradece que personas expertas y templadas como Francisco de la Torre lleven el timón de la gobernabilidad de un ayuntamiento. La austeridad en sus costumbres, la  racionalidad y sentido común en las decisiones y la capacidad de diálogo son cualidades que le adornan y de las que lamentablemente hoy adolece quien dirige los destinos de nuestra nación,


Si el pueblo de Málaga le revalida su mandato para otros cuatro años y todo indica que así puede ser, le esperan retos de gran trascendencia para el futuro de una de las capitales más atractivas y admiradas de España y Europa. No es fácil hoy concitar confianza y credibilidad en quien o quienes lideran nuestra sociedad y él lo ha conseguido desde hace muchos años.

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En nuestra realidad circundante, en lo que solemos citar como nuestro entorno, el sistema judicial tiene como objetivo no la Justicia, abstracción platónica que nos trasciende, sino garantizar, con realismo y en la medida de los posible, la igualdad de los ciudadanos ante la ley, que no es poco. Por eso hablamos de Estado de Derecho, regido por la Ley.

Estamos habituados a tratar con las apariencias, con la natural propensión a complicar las cosas en cuanto pretendemos aclarar los pormenores implicados en el caso. Los pensamientos son ágiles e inestables. Quien los piensa, el pensador o pensadores, representa otra entidad diferente. Y curiosamente, ambos se distinguen del fondo real circundante, este tiene otra urdimbre desde los orígenes a sus evoluciones posteriores.

Dejó escrito Salvador Távora sobre Andalucía que «la queja o el grito trágico de sus individuos sólo ha servido, por una premeditada canalización, para divertir a los responsables». No sé si mi interpretación es acertada, pero desde que vi por primera vez su obra maestra, Quejío, en el teatro universitario de Málaga creo que muy poco después de su estreno en 1972, el término adquirió para mí un sentido diferente al que antes tenía.

 
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