Tal y como está el patio patrio, y viendo como los profesionales de la demagogia,
dividen y enfrentan a los españoles, S.M. el Rey afronta estos días la segunda ronda
de consultas con el fin de explorar la posibilidad de proponer a las Cortes un candidato
a la presidencia del gobierno.
Es obvio que S.M. conoce perfectamente los intereses políticos que animan a cada
uno de sus interlocutores, algunos de los cuales incluso se permiten la audacia de
manifestarle lo que debería hacer, pero en estas rondas de conversaciones, la misión
del Jefe del Estado no es hablar, sino escuchar, y escuchando lo que escucha y
viniendo a veces de quien viene, estoy seguro de que, si no fuera por su alto sentido
del deber, haría lo que harto de nosotros los españoles, hizo su predecesor Amadeo
de Saboya.
El 11 de febrero de 1873, Amadeo de Saboya, renunciaba al trono español con un
discurso, que junto al cuadro “Duelo a garrotazos” de Goya, nos define a la perfección
y en el que entre otras razones, argumentaba de este modo:
“Dos años largos ha que ciño la corona de España, y la España vive en
constante lucha, viendo cada día más lejana la era de paz y de ventura que tan
ardientemente anhelo. Si fueran extranjeros los enemigos de su dicha,
entonces, al frente de estos soldados tan valientes como sufridos, sería el
primero en combatirlos; pero todos los que con la espada, con la pluma, con la
palabra agravan y perpetúan los males de la nación son españoles; todos
invocan el dulce nombre de la patria; todos pelean y se agitan por su bien, y
entre el fragor del combate, entre el confuso, atronador y contradictorio clamor
de los partidos, entre tantas y tan opuestas manifestaciones de la opinión
pública, es imposible afirmar cuál es la verdadera, y más imposible todavía
hallar remedio para tamaños males. Los he buscado ávidamente dentro de la
ley y no lo he hallado. Fuera de la ley no ha de buscarlo quien ha prometido
observarla”.
La Asamblea proclamó entonces la Primera República y eligió como Presidente al
republicano Estanislao Figueras. La tarea de Figueras no habría de ser sencilla. La
crisis económica, las intrigas políticas, tanto fuera como dentro de su propio partido, y
los problemas territoriales, en medio de una fiebre de federalismo, al frente del que se
encontraba una Cataluña separatista, le llevaron a tomar una decisión inédita hasta
entonces en la política española: tomar el camino de la frontera francesa y abandonar
el país sin previo aviso.
Según cuentan las crónicas de la época, todo sucedió en una reunión del Consejo de
Ministros celebrada el 9 de junio de 1873. Después de numerosas discusiones sin
llegar a ningún acuerdo para superar la crisis institucional que atravesaba el país y que
le había llevado a sufrir varias crisis de gobierno y numerosos intentos de golpe de
estado en menos de cinco meses, al parecer, Figueras había agotado su paciencia y,
en un momento de la sesión, el presidente exclamó «Señores, voy a serles franco:
estoy hasta los cojones de todos nosotros». Acto seguido, abandonó la sala.
Hoy, casi 150 años después, las causas por las cuales Amadeo de Saboya renunció al
trono, y Estanislao Figueras a la presidencia de la República, siguen plenamente
vigentes, nada hemos aprendido de nuestros errores, y España, al igual que en las
postrimerías del siglo XIX, sigue siendo un auténtico manicomio.
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