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Papá, qué es una constitución

Cuando un español tiene derecho a una vivienda digna, éste puede tomarla al asalto o exigir al Estado que cumpla con la pretendida obligación
Francisco Cano Carmona
lunes, 8 de febrero de 2016, 09:15 h (CET)
La perversión del lenguaje, y de los conceptos a los que éste se refiere no es un fenómeno nuevo ni está hoy más de moda que en otras períodos históricos; pero sí podemos decir, sin temor a equivocarnos, que, de un tiempo a esta parte, el proceso de perversión se ve aumentado y acelerado gracias a los grupos de presión callejera e intelectual, relacionados normalmente con la extrema izquierda con el beneplácito pasivo de los amigos del buenismo más cándido.

La última pieza en caer en esta suerte de efecto dominó hacia una sociedad secuestrada por el terror y la tiranía es, nada más y nada menos, que la Constitución. Esa misma que nuestros padres votaron y que trajo más de cuarenta años de prosperidad y paz social, esa misma que ha representado los más altos valores de nuestra sociedad y un freno a las intentonas, presentes siempre a lo largo de la historia de España, de controlar desde el poder a la nación más vieja del mundo. Como verán, no es una cuestión baladí la que aquí se toca.

La principal perversión que del magno texto se ha hecho, aunque hemos de suponer que no será la última ni la más sofisticada, es la de inocular en los españoles la mortal idea de que una carta magna es el conjunto de derechos que el Estado o la colectividad deben a cada individuo, y el conjunto de deberes que un individuo tiene para con el Estado o la colectividad.

Así, cuando un español tiene derecho a una vivienda digna, éste puede tomarla al asalto o exigir al Estado que cumpla con la pretendida obligación que adquirió con cada individuo. En tanto que un español tiene derecho al trabajo digno, éste se ve en la obligación de exigir al jefe de turno, generalmente un desalmado fascista, que le pague un buen sueldo que le permita vivir holgadamente y no exija de su trabajador más que lo estrictamente necesario. Si los derechos que constitucionalmente fueron otorgados no se cumplen, el individuo, por sí o en turba, tiene el derecho, y a veces el deber, de tomarlo por los medios que sean necesarios.

El discurso nos suena. Lo escuchamos constantemente en los medios de comunicación de la mano de grupos de izquierda y de quienes dan por hecho unos argumentos que no sostienen ni el derecho ni la historia.

En su origen, las sucesivas constituciones de los países, al menos los libres y democráticos, no tienen por finalidad más que la de poner límites al poder estatal o colectivo; son una defensa del individualismo y del individuo frente a quienes pretenden robarnos la libertad, la propiedad y, en el peor de los casos, incluso la vida. No hay constitución en Occidente que sea una declaración de deberes por parte de unos frente a otros, sino una defensa de los derechos en su origen liberales. No hay constitución en el mundo civilizado que no naciera como salvaguarda de una sociedad de individuos verdaderamente libres e iguales ante la ley. Como afirmaba Ayn Rand en “Para el nuevo intelectual”, “si una sequía los alcanza, los animales perecen, el hombre construye canales de riego; si una inundación los alcanza, los animales perecen, el hombre construye diques; si una jauría carnívora los ataca, los animales perecen, el hombre redacta la Constitución de los Estados Unidos”, que constituye el mejor ejemplo de lo que ocupa nuestro discurso.

Así, cuando un ciudadano tiene derecho a una vivienda digna, significa que ningún poder público ni otro ciudadano puede impedir que ese individuo adquiera una vivienda siempre que lo haga de acuerdo con las normas de la libertad y el libre intercambio, que no son sino las únicas que propugnan que, en una sociedad verdaderamente libre, no hay privilegios de unos sobre las espaldas de otros: que el Estado dé una vivienda significa que alguien ha tenido que pagar por ella y no la está disfrutando. Cuando un ciudadano aspira a un trabajo digno, la Constitución nos hace libres e iguales en la medida en la que prohíbe el trabajo esclavo, el monopolio gremial y todas sus perversas consecuencias observadas a lo largo de la Edad Media y la Edad Moderna; pero no significa que un hombre pueda o deba recibir lo que ilegítimamente no ha ganado ni producido.

Quienes justifican el nuevo “significado” de las constituciones afirmando que el sistema capitalista aliena y esclaviza al ser humano, y ponen por ejemplo las fábricas que a lo largo de la historia, incluso hoy en países subdesarrollados, empleaban niños, obvia con la más perversa de las intenciones que desde tiempos inmemoriales los niños han sido empleados para el trabajo, y que sólo cuando, merced al liberalismo, el grado de desarrollo ha sido suficiente, los niños han sido protegidos y apartados del trabajo. ¡Gracias a Dios y al libre comercio que es así!

Obvian, por tanto, el resto de la ardua y dificultosa historia que la humanidad ha recorrido desde sus orígenes en pos de la redistribución “justa”, que significa que unos crearán para otros, lo que quiere decir esclavizar a media humanidad para alimentar a la otra media; esto es, acabar con la libertad.

Y en ese camino, el penúltimo paso ha sido pervertir el significado de la Constitución, como han hecho con otras instituciones y conceptos. Y han puesto así al Estado al servicio, una vez más, de los planes totalitarios que persiguen.

Mas esto no es más que un paso. Uno más en esa larga escalera que toda la sociedad ha recorrido de la mano de socialistas y gentes “de buena fe” o “de buen corazón”. Como si la historia no nos hubiera demostrado ya que, en nombre de los más nobles ideales, se cometen los más atroces crímenes.

En su obra “Camino de servidumbre”, Friedrich Hayek advertía al Reino Unido de cómo las políticas socialdemócratas, que entonces empezaban a aplicarse en las islas, habían llevado a Alemania al nazismo. Escribía en su introducción “¿Cabe imaginar mayor tragedia que esa de nuestro esfuerzo por forjarnos un el futuro según nuestra voluntad, de acuerdo con altos ideales, y en realidad provocar con ello involuntariamente todo lo opuesto a lo que nuestro afán pretende?”, y recuerda a los lectores que es necesario tener muy claras las ideas si queremos “orientarnos en en la construcción de una nueva Europa a salvo de los peligros bajo los que sucumbió la vieja”.

Buenismo y propaganda son los principales causantes de la perversión de nuestro lenguaje, pero también lo es la ignorancia de los que son pervertidos. Pongámosle freno. Fijemos claramente los conceptos si no queremos que nuestros hijos no tengan ni siquiera derecho a preguntar qué es una constitución.

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