Este año se cumplen 502 años del descubrimiento del estrecho de Magallanes, el cual fue descubierto durante la expedición que completó la primera vuelta al mundo iniciada bajo el mando del portugués Fernando de Magallanes en 1519 y finalizada por el español Juan Sebastián Elcano en 1522. En octubre de 1520, la flota de Magallanes arribó a la boca del canal que Magallanes bautizó como “de Todos los Santos”. Entre el 21 de octubre y el 27 de noviembre de 1520, la expedición de Magallanes atravesó el estrecho que une el Océano Atlántico con el Pacífico.
¿Qué representó para el mundo el descubrimiento del mítico estrecho patagónico? ¿Quién fue Fernando de Magallanes? ¿Cómo fue el viaje que cambió la historia de la humanidad?
En la ciudad argentina de Puerto San Julián, en la provincia de Santa Cruz, se encuentra la réplica de la Nao Victoria, la única nave de los cinco barcos de la expedición de Fernando de Magallanes que logró completar la primera circunnavegación del mundo. El museo Nao Victoria conmemora la llegada de Magallanes y su travesía. Fue inaugurada en el año 2005 y es una reproducción a escala real de la Nao Victoria.
La historia de la Patagonia es la historia de una gran aventura que comenzó con las expediciones de famosos navegantes, piratas y conquistadores. A lo largo de la historia, las costas patagónicas fueron testigo de cientos de expediciones. La más importante de ellas fue la realizada por Fernando de Magallanes.
La expedición de Magallanes estuvo varios meses en la Patagonia, donde ocurrieron importantes acontecimientos históricos, como la primera misa en territorio argentino, la fundación de Puerto San Julián y la exploración del río Santa Cruz. Posteriormente, el rey de España rebautizó al estrecho como “estrecho de Magallanes”, en honor a su descubridor.
Hace 500 años, la expedición Magallanes-Elcano completó por primera vez la circunnavegación del planeta. Cinco naves con unos 265 hombres a bordo partieron de Sanlúcar de Barrameda el 20 de septiembre de 1519. Tres años más tarde, tan solo dieciocho escuálidos supervivientes arribaron a puerto. En el verano de 1519, hace 503 años, partía de Sevilla una flota al mando del veterano navegante portugués Fernando de Magallanes, quien había convencido al rey de España su idea de llegar a las islas de las Especias por el oeste. Fernando de Magallanes reunía los conocimientos, la experiencia y la motivación obtenidos durante sus expediciones al servicio del rey de Portugal. Nadie imaginó en aquel entonces que aquella expedición acabaría por circunnavegar por primera vez el planeta, haciendo historia.
“Y de todas las figuras y de todos los viajes, llegué a admirar principalmente la hazaña del hombre que, a mi sentir, realizó la más grande proeza de la historia de la exploración de la Tierra: Fernando de Magallanes, quien salió con cinco minúsculos cúteres de pescadores, de Sevilla, para dar la vuelta al mundo, la odisea más espléndida de la humanidad, aquella partida de doscientos sesenta y cinco hombres decididos, de los que sólo regresaron dieciocho en un galeón carcomido, pero con la bandera de la mayor victoria izada en el mástil”.Así comienza la biografía que le dedicó el escritor austríaco Stefan Zweig a Fernando de Magallanes. “Magallanes: la aventura más audaz de la humanidad”. (Editorial Claridad, 2019).
En el principio era el Maluco. Una zona territorial difusa para los europeos a inicios del siglo XVI, que abarcaba un área mucho mayor que las actuales islas Molucas. Divididas políticamente en pequeños sultanatos, la unidad de las islas de las Especierías derivaba del comercio marítimo imperial. A esa región distante – el archipiélago de Indonesia – llegaban por la ruta oriental las naves portuguesas en busca de las especias. La rivalidad imperial por el lucro domina la época de exploración marítima.
En Europa se tenía noticias de que el Maluco era la tierra de la especiería, es decir de donde provenían esos exquisitos condimentos como pimienta, jengibre, nuez moscada, canela, entre otros. Desde que los árabes habían tomado Bizancio, complicándole a los venecianos el control del comercio del Mediterráneo, las especias se transformaron en el “oscuro objeto del deseo” europeo cotizándose siempre en alza porque debía pasar por muchísimas manos antes de llegar a una mesa de Europa.
Aunque parezca increíble, las especias determinaron cambios históricos para Europa y el resto del mundo afectado por su comercio. Había llegado el turno de la península Ibérica. Portugal, a la cabeza, ya venía buscando sistemáticamente ese camino guiado por su príncipe Henrique El Navegante, quien nunca pisó una cubierta de una carabela, pero tuvo el merecido título “honoris causa” por haber fundado la escuela de Sagrés, creando la primera universidad del saber náutico.
España debía hallar una ruta alternativa para participar del negocio de las especias de Oriente, lo que exigía el descubrimiento de un pasaje interoceánico occidental hacia el mar del Sur (océano Pacífico), avistado por Vasco Núñez de Balboa en 1513. En el intento había fracasado la expedición del piloto mayor de Castilla, Juan Díaz de Solís. A inicios de 1516, Solís exploró la costa atlántica a los 35 grados de latitud sur y se adentró en el Mar Dulce (Río de la Plata), siendo emboscado y muerto por los indígenas en la costa cercana a la isla Martín García. Las carabelas regresaron a España.
El proyecto ofrecido a Carlos V por los portugueses Fernando de Magallanes y Rui Faleiro de arribar por el oeste a las islas Molucas, que estarían localizadas en la demarcación de Castilla, sin atravesar dominios lusitanos, proseguía el objetivo del comercio de las especierías. Magallanes se traslada a España en 1517. Allí, Diego Barbosa, otro portugués exiliado como él, lo ayudó a encontrar contactos y respaldo en la Casa de Contratación de Sevilla, y también lo convirtió en su yerno al darle la mano de su hija Bárbara. Magallanes castellaniza su nombre y pasará a la posteridad como Fernando de Magallanes.En un mes, Magallanes ha alcanzado en el extraño país de España, más que en su patria en diez años de abnegados servicios.
Era común que el gobierno contratara extranjeros para comandar las expediciones de descubrimiento, aunque con frecuencia quedaban obligados a compartir el mundo con oficiales españoles, lo que sería motivo de conflicto. Magallanes y Faleiro pedían el monopolio del negocio por diez años y la gobernación de las tierras descubiertas por tiempo ilimitado, aspiraciones consideradas exageradas y que darían lugar a negociaciones. Por otra parte, el hecho de que un piloto portugués ofreciera sus servicios al emperador de España fue mal visto por el rey don Manuel de Portugal, quien se entera y le agarra la desesperación. Quiere recuperar a Magallanes, pero ya es tarde. La ambición y el orgullo de Fernando de Magallanes es más fuerte que todo. Además, sabe que si regresa a Lisboa lo espera el puñal del frío acero afilado. El embajador portugués en la Corte de España, Álvaro da Costa, se esforzó para impedir la expedición en un encuentro personal que tuvo con el emperador y llegó a sugerirle al rey de Portugal que mandase a detener a Magallanes.
¿Quién fue realmente Fernando de Magallanes? Como todo antecedente suyo, consta apenas que nació en 1480. Pero ya con respecto a su lugar de nacimiento han surgido dudas y discusiones. Lo más probable es que haya nacido en Oporto, Portugal. Se sabe que fue noble, aunque sólo del cuarto grado de nobleza, de los “fidalgos”; pero esa ascendencia le asegura a Magallanes el derecho de usar y heredar un escudo propio. A los 24 años no es más que uno de los “soldados desconocidos” que a millares salen a conquistar el mundo. Pero participando de todo, aprende de todo y se convierte, así simultáneamente, en guerrero, navegante, mercader, conocedor de hombres, los mares y los astros.
Fernando de Magallanes fue un hombre al que le gustaba retraerse y ocultarse. No sabe destacarse, ni pretende al principio. Pero siempre que se le asigna una misión, y más aún cuando él mismo se impone un deber, actúa este hombre oscuro y oculto con prudencia y valor. Sabe callar, sabe esperar, como si tuviera la noción que el destino le depara muchas enseñanzas y pruebas para la verdadera misión que ha de cumplir. Magallanes era un hombre taciturno, no sabía sonreír, ser amable, ser cortés, ni tampoco defender sus ideas y pensamientos elocuentemente. Siempre envuelto en una nube de soledad. A los treinta y cinco años ha experimentado y aprendido todo lo que un guerrero y un navegante puede vivir en la campaña y en el mar. Ha doblado cuatro veces el cabo, dos veces viniendo del Oeste, dos veces desde el Este. Infinidad de veces se ha encontrado con la muerte. Ha visto una porción inconmensurable del mundo y sabe más del Este de la Tierra que todos los geógrafos y cartógrafos famosos de su tiempo.
“Esta decisión de Magallanes de renunciar a su ciudadanía y de realizar sus proyectos lejos de su patria e incluso contra los intereses de ésta, fue la de mayor responsabilidad que haya tomado en su vida, y puede juzgársela desde los ángulos más diversos. Si se considera como suprema medida moral de un hombre el que pase con valentía por encima de todo escrúpulo y dedique toda su fuerza sin reservas a su idea vital, entonces Magallanes hizo el sacrificio más grande que es dable imaginar. Este magnífico ambicioso renunciará sin consideración a mujer e hijo, patria y origen, a toda seguridad para la existencia y hasta la vida misma, en aras de su misión. Se desligará de todo cuanto pueda sujetarlo, retenerlo y trabarlo, y hasta llega a deshacerse, violentamente, de lo que de ordinario parece tan propio de un hombre como su piel: a partir del día en que abandona para siempre Portugal para servir a su idea bajo la bandera española, el nombre portugués ya no se llama Fernão de Magalhães, sino Fernando de Magallanes, y éste será el nombre con el que la historia lo inscriba con letras de bronce en la nómina de los inmortales”. (“Magallanes: la aventura más audaz de la humanidad”, Stefan Zweig)
Al renunciar a la ciudadanía, Magallanes no habría cometido un verdadero delito, ya que en aquel tiempo era costumbre prestar servicio en la marina de otros países. Colón, Caboto, Cadamosto y Vespucio también habían abandonado su patria. Sin embargo, Magallanes no solo abandonó su patria, sino que la perjudicó conscientemente.
Se trataba básicamente de una expedición comercial y descubridora, donde eran secundarias la conquista y evangelización. Ello queda claro en las “Instrucciones” del rey a Magallanes y Faleiro (quien finalmente no participa de la expedición) para el descubrimiento de las islas del Maluco del 8 de mayo de 1519. La instrucción 29 especifica la dimensión comercial de la empresa: “Sois gentes que vais a contratar, e no a tomarles por fuerza nada de lo suyo”. La instrucción 39 alienta el objetivo descubridor: “Que no vos dé pena el mucho andar por la mar, sino que trabajéis por descubrir la más tierra que pudiéredes”. Además de los artículos para comerciar – cascabeles y brazaletes de latón, espejos, terciopelos – llama la atención el armamento: 82 cañones y muchas armas cortas, lo que indica la disposición para la lucha. En el proyecto descubridor de Magallanes y Faleiro se anuncia la revelación del mundo por el dinero.
La inmensa responsabilidad de Magallanes no comienza sólo en alta mar, sino mucho antes de la partida. La mirada más curiosa y severa se dirige naturalmente, a las provisiones. ¿Qué necesitan cinco barcos, qué consumen los doscientos sesenta y cinco hombres cuyo viaje, cuyo destino no puede adivinarse? Tendrá que llevarse una cantidad más bien excesiva que escasa, y los números son verdaderamente imponentes, sobre todo si se considera el limitado espacio. El alfa y omega de toda alimentación lo constituyen las galletas marinas, el único pan que resiste un viaje por mar. Magallanes mandó llevar abordo veintiún mil trescientas ochenta libras de ellas. Según toda previsión humana, esta ración enorme tendría que alcanzar por dos años. Junto a las bolsas de harina se hallan también habichuelas, lentejas, arroz, y toda clase de legumbres imaginables. Con la lista en la mano, Magallanes recorre buque tras buque y revisa objeto por objeto.
La expedición partió de Sanlúcar de Barrameda el 20 de septiembre de 1519. Estaba compuesta por cinco carabelas: Trinidad, San Antonio, Concepción, Santiago, Victoria – y 239 embarcados (otros tripulantes se sumaron en Canarias y Brasil, totalizando 265), europeos de diferentes nacionalidades. Una mayoría fue de españoles, aunque impresiona el elevado número de extranjeros (95 en total: 26 italianos, 25 portugueses, 19 franceses, flamencos, alemanes, griegos, tres irlandeses, un inglés y cuatro o cinco esclavos negros.
Tal variedad de nacionalidades, tantos mares a ser navegados, tantos peligros a ser enfrentados, tantos riesgos de muerte prematura indican las dificultades de Magallanes para reclutar los marinos necesarios para la expedición, pero también señalan que la movilidad y la ilusión de enriquecimiento irrumpen en la escena marítima con un vigor hasta entonces ignorado. Las acciones expansionistas ultramarinas son líneas de fuerzas que se desarrollan dentro de una gran historia imperial, legitimada por las bulas papales de 1494, que dividía el mundo entre España y Portugal por medio de una línea situada 370 leguas al oeste de las islas de Cabo Verde.
En las “Instrucciones” del rey a Magallanes, la escritura funcionaba como un medio de orientación, una guía de la buena conducta y como una manifestación de la importancia de la preservación del grupo. Se ordenaba a los capitanes que por la noche siempre siguiesen a la nave que llevaba el farol; en caso de que la nave capitana quisiese saber si las demás naves la seguían, haría un fuego, que debería ser respondido. Cuando la nave principal quisiese mudar el rumbo, debería hacer dos fuegos, y cada navío debería responder con otros dos; cuando todos respondiesen, se cambiaría el rumbo en conjunto. Pese a su detallismo, las “Instrucciones” son difíciles de cumplir.
Continuamente existe el peligro de la desorientación y la confusión. Se depende de la proximidad física, de la visión y de la voz para la comunicación. Con dificultad el cañonazo cumple la función de la voz humana, así como el largavista aumentará el alcance del ojo. Provistos de una tecnología comunicacional que exige la proximidad de los cuerpos y de las naves, los expedicionarios flotan entre dos océanos como fantasmas alejados de la protección de la patria.
Stefan Zweig compara la travesía del Pacífico con el cruce del Atlántico de Cristóbal Colón. “Colón navega con sus tres carabelas recién botadas, aparejadas de nuevo y bien provistas, durante un total de sólo treinta y tres días”, dice. Magallanes en cambio, destaca Zweig, “se dirige absolutamente a lo desconocido, y no parte de una Europa familiar con sus puertos y su patria, sino que sale de la Patagonia extraña e inhospitalaria”.
La historia de quienes vivieron para contarlo y de quienes murieron en el intento ha llegado hasta nosotros a través de varios de los hombres que la protagonizaron, especialmente el cronista de la expedición, el italiano Antonio Pigafetta. Fue la visión de este hombre con alma de periodista la que condicionó en gran manera la narrativa actual sobre una expedición que dio la vuelta al globo sin haberlo pretendido. La historia de la humanidad no la constituyen los hechos ocurridos por sí mismos, sino los acontecimientos conocidos, narrados y registrados para la posteridad. Sin Homero no habría Ilíada, ni Odisea, sin Tácito poco se sabría de las tribus germánicas, sin Heródoto poco de los egipcios. Los cronistas siempre fueron determinantes y en esta expedición lo fue el italiano de vigorosa salud que soportó el increíble periplo hasta el final, sin goce de sueldo, por simple gusto de la aventura: “di andare a vedere parte del mondo e le sue meraviglie” (de ir a ver parte del mundo y sus maravillas). Por suerte estuvo allí, porque sin Pigafetta se habría perdido casi todo.
La flota de Magallanes llegó a la actual bahía de Río de Janeiro en diciembre de 1519. A partir de ese momento, todo comienza a empeorar. Luego de meses de búsqueda en la costa este de América del Sur, Magallanes no podía hallar un pasaje al oeste. La impaciencia de Magallanes aumenta y ya no puede permitirse ningún descanso más. El 10 de enero, ven levantarse un montículo sobre la llanura inabarcable con la vista, y lo llaman Montevidi (hoy Montevideo). Se salvan de una furiosa tempestad en la enorme bahía que parece extenderse infinita hacia el oeste. Esa gigantesca bahía no es, en realidad, otra cosa que la desembocadura del Río de la Plata.
Fernando de Magallanes decía haber visto un mapa en la tesorería de Sagrés, donde el cartógrafo Martín Behaim indicaba un supuesto paso hacia el mar del sur cerca de la latitud 40° sur. El paso no aparecía y la tensión abordo, entre tripulantes y capitanes, iba en aumento. Los capitanes españoles empezaron a descreer de las afirmaciones de Magallanes, además se encerraba como ostra y no compartía nada con nadie, lo cual alimentaba la suspicacia de todos. Dar por terminada la búsqueda y retornar a España sería un derrota terminal y catastrófica. El paso había que encontrarlo en cualquier lado, y a cualquier precio, aun con sacrificios inhumanos.
Cuando se dirigían hacia el sur, la tripulación tuvo que soportar un invierno brutal, con condiciones climáticas muy desfavorables. Los marineros tenían que dormir en cubierta en condiciones casi de congelamiento, mientras las raciones se reducían cada vez más, aumentando el hambre. La búsqueda del estrecho llevó mucho tiempo y la tripulación estaba exhausta, a tal punto de llevar a cabo un motín, como el que ocurrió en la bahía de San Julián. La flota compuesta por cinco naos venía recorriendo la costa patagónica desde el Río de la Plata, su última decepción, en busca del paso.
“Llegamos (31.03.1520) a los 49º y medio de latitud meridional donde encontramos un buen puerto, y como el invierno se aproximaba, juzgamos a propósito pasar allí la mala estación”, anota Antonio Pigafetta en su diario, en referencia a la bahía y Puerto de San Julián, bautizado así por Magallanes.El descreimiento y la desesperación de los capitanes españoles, Juan de Cartagena, Gaspar Quesada y Luis de Mendoza, provoca el motín. Magallanes sospecha de que algo anda mal. El primer signo lo recibe el 1° de abril, el domingo de Ramos, cuando manda oficiar una misa (la primera en territorio argentino), a la que invita a los demás capitanes. Sin embargo, no asistieron. Estaban planeando el motín. Magallanes no estalla en furia, es un calculador rápido, evalúa con claridad la situación. La venganza de Magallanes fue decisiva: 40 hombres fueron condenados a muerte. No obstante, la condena fue perdonada, incluida la que pesaba sobre Sebastián Elcano, salvo en el caso de los cabecillas. Luis de Mendoza y Gaspar de Quesada fueron descabezados. El clérigo Pedro Sánchez de la Reina y Juan de Cartagena fueron condenados al destierro el 7 de abril de 1520 y abandonados en las costas de la Patagonia.
¿Tenía razón Magallanes, o cometió una injusticia al fallar esa sentencia en el Puerto de San Julián? Si la historia le ha dado la razón a Magallanes, no debe olvidarse que aquélla, por lo común, concede la razón al vencedor contra el vencido. Friedrich Hebbel formuló la magnífica aseveración: “A la historia le es indiferente cómo suceden las cosas. Se coloca de parte del realizador, del ejecutante”. Si Magallanes no hubiera encontrado el paso, si no hubiera cumplido su hazaña, se habría considerado la eliminación de los capitanes españoles que se opusieron a su aventura peligrosa como un verdadero asesinato. Pero como su hazaña le da la razón a Magallanes, y lo conquista la inmortalidad, permanecen olvidados los muertos sin gloria, y su éxito ha justificado posteriormente su dureza e inflexibilidad, sino desde el punto de vista moral, de todos modos, desde el histórico.
A pesar del mal ambiente, Magallanes decidió permanecer en el Puerto de San Julián durante 147 días. Fue durante esos cinco meses en San Julián, cuando la expedición toma contacto con los nativos, que Magallanes llamó “patagones”.
“Un día en que menos lo esperábamos -escribe Pigafetta- se nos presentó un hombre de estatura gigantesca. (...) Al vernos, manifestó mucha admiración, y levantando un dedo hacia lo alto, quería sin duda significarnos que pensaba que habíamos descendido del cielo. Este hombre era tan alto que con la cabeza apenas le llegábamos a la cintura. Era bien formado, con el rostro ancho y teñido de rojo, con los ojos circulados de amarillo, y con dos manchas en forma de corazón en las mejillas. (...) Su vestido, o mejor, su capa, era de pieles cosidas entre sí (...). Llevaba en la mano izquierda un arco corto y macizo, cuya cuerda, un poco más gruesa que la de un laúd (...); y en la otra mano, flechas de caña, cortas, en uno de cuyos extremos tenían plumas…”.
Magallanes ordena retomar el viaje el 24 de agosto. Sin embargo, al llegar al río Santa Cruz, sin saber que está cerca de encontrar el paso, ordena dos meses de espera hasta la primavera. La expedición se encuentra a tan sólo dos días de navegación del Estrecho. Magallanes, antes de retomar el viaje, ordena celebrar una misa. Tres días después, el 21 de octubre, llegan a cabo Vírgenes. Dos de las naves inician un reconocimiento de cinco días y regresan. Ambas naves regresaron con la confirmación de la noticia más esperada. El agua es salada, el estrecho se ensancha cada vez más y se vuelve más profundo, finalmente, es el paso tan buscado. Las cuatro naves se adentran en el Estrecho, que Magallanes bautiza como “de Todos los Santos”. La emoción de Magallanes es infinita. Por primera y única vez en su vida el“Capitano Generale lacrimó per allegrezza” (el capitán general lloró de alegría). A pesar de la gran noticia, la nave más grande, la mejor y la más provista, la San Antonio, ha desertado dando media vuelta, regresando a España. Atravesar el Estrecho lleva 36 días. Magallanes no se da por vencido en ningún momento.
“Una travesía memorable: hallazgo y navegación del Estrecho de Magallanes, 21 de octubre – 28 noviembre 1520” es la última obra del historiador chileno Mateo Martinic Beros. En ella se nos entrega una relación detallada de todos los aspectos de la expedición de Fernando de Magallanes, desde su entrada al paso marítimo que lleva su nombre, hasta el tramo final rumbo al Océano Pacífico. Antes, Martinic sitúa al lector en el contexto y las circunstancias que hicieron necesaria y posibilitaron esta travesía, “la aventura marítima más audaz nunca antes ni después realizada por la humanidad”.
El descubrimiento del estrecho de Magallanes fue un antes y un después en la historia de la humanidad. Bautizar la tierra es el modo simbólico de controlar lo desconocido. Pigafetta destaca la belleza del estrecho de Magallanes y su utilidad potencial: “Llamamos a este estrecho el “Estrecho Patagónico”; en el cual se encuentran, cada media legua, puertos segurísimos, inmejorables aguas, leñas-aunque solo de cedro-, peces, sardinas, mejillones y apio, hierba dulce, también otras amargas. Nace esa hierba junto a los arroyos y bastantes días solo de ella pudimos comer. No creo que haya en el mundo estrecho más hermoso ni mejor”.
A menudo el ambiente circundante se convierte en el peor de los obstáculos. El registro dramático de Antonio Pigafetta acerca del descubrimiento del estrecho de Magallanes, el 21 de octubre de 1520, expresa el reconocimiento de una situación límite: “Ya cerquísima del fondo del embudo y dándose por cadáveres todos, avistaron una boca minúscula, que ni boca parece sino esquina y hacia allí se abandonaron los abandonados por la esperanza: con lo que descubrieron el estrecho a su pasar”. Ni siquiera este descubrimiento de la entrada del estrecho, con la renovación del ánimo del grupo, impide la deserción nocturna de la nave San Antonio, con la mayor parte de los alimentos de la flota a bordo.
Ante el horizonte que se expande como ilimitado, el camino parece libre hacia las islas Molucas. Pigafetta relata que por tres meses no probaron ninguna vianda fresca; que comían el polvo de galletas podridas y con gusanos; que bebían agua amarillenta y putrefacta; que no desperdiciaban el serrín y las pocas ratas que mataban valían una fortuna. Por encima de tantas penalidades, a algunos marineros le crecían las encías sobre los dientes, enfermedad que les impedía comer y los llevaba a la muerte.
Nadie dudaba del coraje de Magallanes, que estaba dispuesto a encontrar la vía de comunicación interoceánica hasta la muerte, pero su determinación parecía a los prófugos de la nave San Antonio un sacrificio absurdo. Pues a juzgar por los comentarios de otros tripulantes de la expedición, casi nadie, si alguno, debía compartir la imagen idealizada de Pigafetta. La respuesta del cosmógrafo Andrés de San Martín al capitán Magallanes, durante la travesía del estrecho, que argumentaba que no se debería proseguir con la exploración dado los peligros a que se exponía la flota, desmiente la perspectiva complaciente. Menciona de San Martín la imprudencia de navegar por la noche, el frío reinante, la necesidad de descanso, y señala que “la gente es flaca y desfallecida, y los mantenimientos no bastantes para ir por la sobredicha vía al Maluco, y de allí volver a España”.
Por su parte, Francisco Albo, en el derrotero del viaje de Magallanes desde el cabo San Agustín hasta el regreso a España, se limitó al registro de la información técnica y se refirió a tomas de sol, leguas de tierra, puntas de arena, grados de latitud y de longitud. En el informe al emperador Carlos V, Sebastián Elcano dice simplemente que “hallamos un estrecho que pasaba por la tierra firme de V.M. al mar de la India, el cual es de cien leguas, del cual desembocamos”. Pigafetta parece ser el único que acentúa la belleza y potencial utilidad del estrecho. Pero en los relatos de testigos y cronistas quinientistas, el estrecho de Magallanes aparece como periferia, lugar de tránsito, pasaje hacia otro lugar. El objetivo son las islas de las Especierías y el retorno a España. El Maluco ocupa consecuentemente el centro de la narración, mientras el franqueo del estrecho de Magallanes, aunque inevitable, es descrito como un episodio marginal.
¿Qué representa el descubrimiento del estrecho de Magallanes? En aquel momento, el cruce del pasaje magallánico significaba el acceso español a las especies asiáticas y la expansión del mundo conocido. Así como las cartas relatorias, los mapas que consignan el descubrimiento del estrecho de Magallanes son instrumentos útiles para la prosecución del expansionismo. La revolución magallánica destruye la lejanía: cualquier región apartada se torna accesible a la movilidad europea.
El geógrafo Giovanni Battista Ramusio, uno de los primeros autores que publicó una colección de viajes ultramarinos, destacó la importancia de la circunnavegación. Ramusio consideró el viaje hecho por los españoles en el espacio de tres años alrededor del mundo como uno de los mayores eventos realizados en su tiempo, y señaló que dada la inmensidad del recorrido excedía las expediciones de los antiguos.
El descubrimiento de ese estrecho misterioso, que unifica dos océanos, tiene todo para convertirse en un mito del expansionismo: es el puente hacia el gran mundo, hacia lo redondo, hacia la totalidad. El descubrimiento y cruce del estrecho evocan heroísmo y proporcionan admiración al lector contemporáneo. El cruce del pasaje magallánico significaba la expansión del mundo conocido. La expedición de Magallanes surca el estrecho y desemboca en otro océano. Lo abierto se manifiesta con fuerza. Ningún expedicionario podía saber que el mal llamado océano Pacífico cubre una tercera parte del globo, y que las naves se arrastrarían miserablemente por aguas ignoradas durante varios meses hasta alcanzar las islas Marianas.
Se comprende que el estrecho de Magallanes haya sido durante siglos el terror de todos los navegantes. Docenas de naves naufragan en las expediciones siguientes en esas playas inhospitalarias, que aún hoy no están mayormente habitadas, y nada demuestra tan claramente que Magallanes fue un gran maestro del arte náutico, como el hecho que, siendo el primero el salvar esa ruta peligrosa, fuese por años y años el único capaz de haberla atravesado. Pero en todos los aspectos, el verdadero genio de Magallanes consistía también en la paciencia, en el cuidado y en la previsión inconmovibles. Gracias a su voluntad la vencido la resistencia, ha encontrado colaboradores para su plan poco menos que irrealizable, ha obtenido una flota de un monarca extraño, gracias a la fuerza sugestiva de su idea, y ha conducido a esta flota a mayor latitud de la costa sudamericana que cualquier otro navegante antes que él. Ha dominado a los elementos del mar y al motín de San Julián.
El océano Pacífico era mucho más grande de lo que se conocía en aquella época, entre otras cosas porque ningún europeo lo había cruzado. La flota de Magallanes cruzó el Pacífico y estuvieron cerca de cuatro meses sin hacer escala, con condiciones de navegación bastante malas, hasta que llegaron a las islas Marianas y de ahí a Filipinas, donde tuvieron una serie de incidentes con los nativos, entre ellos el combate donde finalmente murió Magallanes.
El descubrimiento del estrecho de Magallanes permitió unir por primera vez los océanos Atlántico y Pacífico. Fue un descubrimiento que cambió la historia de la navegación en el mundo, ya que antes de que se supiese de la existencia del estrecho de Magallanes, las embarcaciones tenían que pasar por el temido pasaje de Drake, el tramo que separa el continente americano de la Antártida. La finalización del Canal de Panamá en 1914, provocó que el tráfico marítimo a través del estrecho de Magallanes se redujera significativamente.
El estrecho de Magallanes está dentro de la jurisdicción de la República de Chile, en la XII Región de Magallanes y de la Antártica Chilena. Su navegación se encuentra asegurada a los buques de todas las banderas en todo tiempo y circunstancia, de acuerdo a los tratados argentino-chilenos de 1881 y 1984. Tiene un largo total de 330 millas náuticas (600 kilómetros), desde la boca oriental Punta Dungeness hasta la boca occidental, Islotes Evangelistas. Se caracteriza por ser un estrecho profundo y ancho, siendo la menor profundidad, en las proximidades de la isla Magdalena y la mayor a través del Faro Cooper Key.
En 1843, Chile tomó posesión efectiva del Estrecho de Magallanes y territorios adyacentes, situación que provocó la molestia de Argentina. El gobierno argentino alegó derechos en el Estrecho y sus costas, y reclamó por la fundación del Fuerte Bulnes, de propiedad chilena. En 1856, fundó una colonia indígena para bloquear la soberanía chilena en la zona.
El conflicto fue solucionado en 1881, cuando el 23 de julio de ese año se firmó el Tratado de Límites de 1881, que estableció que el límite entre ambas naciones es, de Norte a Sur, la Cordillera de los Andes hasta el paralelo 52º, y que la línea fronteriza correrá por las cumbres más elevadas que dividan las aguas. En la región austral del continente y al Norte del Estrecho de Magallanes el límite se estableció por una línea que parte en la divisoria de las aguas de Los Andes, continúa por el paralelo 52º hasta su intersección con el meridiano 70º, y en ese punto se quiebra y sigue por una línea hasta Punta Dungeness. Los territorios que quedan al Norte de dicha línea pertenecerían a Argentina, y los del sur a Chile.
En 1984, Argentina y Chile firmaron el Tratado de Paz y Amistad que resolvió el conflicto del Beagle y que adicionalmente fijó el límite en la boca oriental del estrecho de Magallanes. En su artículo 14° determinó que “Las Partes declaran solemnemente que el presente Tratado constituye la solución completa y definitiva de las cuestiones a que él se refiere”.En relación al estrecho, precisó que “La República Argentina y la República de Chile acuerdan que, en el término oriental del Estrecho de Magallanes, determinado por Punta Dungeness en el Norte y Cabo del Espíritu Santo en el Sur, el límite en sus respectivas soberanías”.La delimitación aquí convenida en nada altera lo establecido en el Tratado de Límites de 1881, de acuerdo con el cual el estrecho de Magallanes está neutralizado a perpetuidad y asegurada su libre navegación para las banderas de todas las naciones en los términos que señala su Artículo V”.
El 6 de septiembre de 1522, en el muelle de Sanlúcar de Barrameda, un puñado de supervivientes derraman lágrimas de emoción por hallarse de nuevo en la tierra que dejaron tres años atrás. Mientras, aún a bordo de la destartalada nao que los ha traído a casa, Juan Sebastián Elcano escribe una carta al emperador Carlos V, a quien jamás hubiera imaginado dirigirse. Con unas líneas sobrias que a duras penas contienen la emoción del momento, da la primera noticia oficial de la realidad que habría de cambiar la concepción de las cosas: “Sabrá Vuestra Majestad que hemos dado la vuelta a toda la redondez del mundo”.
“En ese día histórico se levanta también gloriosamente el orgullo de la nación española. Bajo su bandera, Colón ha iniciado la obra del descubrimiento del mundo; bajo su bandera, Magallanes la ha concluido”, Stefan Zweig.
En el año 2020 se cumplieron 500 años de la llegada de Magallanes al estrecho que hoy lleva su nombre. El homenaje se llevó a cabo el 21 de octubre, cuando buques de las armadas de España y Chile confluyeron hacia la salida del Estrecho para un homenaje en conjunto. El buque escuela español Juan Sebastián Elcano y el chileno La Esmeralda, gemelos al ser construidos con los mismos planos, homenajearon la travesía de más de 1.000 días desde España hasta el extremo más austral del mundo. Argentina, pese a estar invitada, declinó participar “por razones presupuestarias” y por la “pandemia”. En el acto sólo flamearon en el Pacífico sur las banderas de Chile y España.
|