Este año se cumplen 500 años de la primera vuelta al mundo en barco, iniciada bajo el mando del portugués Fernando de Magallanes en 1519 y finalizada por el español Juan Sebastián Elcano en 1522.
¿Cómo fue el viaje que cambió la historia de la humanidad? ¿Quiénes fueron Fernando de Magallanes y Juan Sebastián Elcano? ¿Qué representó para el mundo el descubrimiento del mítico estrecho de Magallanes, el paso que une el Atlántico con el Pacífico?
Hace 500 años comenzó en Sevilla un viaje, que concluiría en la misma ciudad, en 1522. Fue posible gracias a la pericia náutica y a la perseverancia en la adversidad de un grupo de marinos españoles y portugueses que decidieron, financiados por el rey de España, llegar a la tierra de las especias, navegando hacia el oeste, alentados por el descubrimiento de América que había entregado a la humanidad la mitad del mundo no conocida.
Han pasado 500 años desde que la expedición Magallanes-Elcano completó por primera vez la circunnavegación del planeta. Cinco naves con unos 265 hombres a bordo partieron de Sanlúcar de Barrameda el 20 de septiembre de 1519. Tres años más tarde, tan solo dieciocho escuálidos supervivientes arribaron a puerto. Fue el emperador Carlos I al llegar Juan Sebastián Elcano a Sevilla, tras casi tres años de viaje, el que le concedió un escudo de armas donde se representaba el globo terráqueo con esa leyenda: "Primus circumdedisti me. El primero que me diste la vuelta".
"El seis de septiembre de 1522 una nao desvencijada y medio hundida arribaba al puerto de Sanlúcar de Barrameda con 18 espectros famélicos a bordo. Pocos acertaron a comprender que aquel buque era la 'Victoria,' una de las cinco embarcaciones que habían zarpado de aquel mismo muelle cerca de tres años antes y menos aún que los miserables que componían su tripulación acababan de dar la primera vuelta al mundo, certificando de una manera práctica la redondez de la tierra. Tras desembarcar entre patéticas demostraciones de emoción, los marinos besaron el suelo de la tierra que los había visto partir tres años antes y se abrazaron jubilosos entre ellos; atrás quedaban tres años de sufrimientos, hambre, escorbuto, enfrentamientos con todo tipo de salvajes y 16 prisioneros de los portugueses, que a todo trance habían intentado evitar el buen fin de su periplo. Una historia de valor y obstinación en la que un grupo de hombres se enfrentaron en todos los mares del mundo a los peores elementos y calamidades, para dar cumplimiento a una epopeya que señala uno de los hitos principales en la historia de la humanidad”.
“La flota de las especias: Magallanes y Elcano. La epopeya de la primera vuelta al mundo”, Luis Mollá. (Editorial Almuzara, 2017)
En el verano de 1519, partía de Sevilla una flota al mando del veterano navegante portugués Fernando de Magallanes, quien había convencido al rey de España su idea de llegar a las islas de las Especias por el oeste. Fernando de Magallanes reunía los conocimientos, la experiencia y la motivación obtenidos durante sus expediciones al servicio del rey de Portugal. Nadie imaginó en aquel entonces que aquella expedición acabaría por circunnavegar por primera vez el planeta, haciendo historia.
“Y de todas las figuras y de todos los viajes, llegué a admirar principalmente la hazaña del hombre que, a mi sentir, realizó la más grande proeza de la historia de la exploración de la Tierra: Fernando de Magallanes, quien salió con cinco minúsculos cúteres de pescadores, de Sevilla, para dar la vuelta al mundo, la odisea más espléndida de la humanidad, aquella partida de doscientos sesenta y cinco hombres decididos, de los que sólo regresaron dieciocho en un galeón carcomido, pero con la bandera de la mayor victoria izada en el mástil”. Así comienza la biografía que le dedicó el escritor austríaco Stefan Zweig a Fernando de Magallanes. (“Magallanes: el hombre y su gesta”).
En el principio era el Maluco. Una zona territorial difusa para los europeos a inicios del siglo XVI, que abarcaba un área mucho mayor que las actuales islas Molucas. Divididas políticamente en pequeños sultanatos, la unidad de las islas de las Especierías derivaba del comercio marítimo imperial. A esa región distante – el archipiélago de Indonesia – llegaban por la ruta oriental las naves portuguesas en busca de las especias. La rivalidad imperial por el lucro domina la época de exploración marítima. Si las rutas del Adriático resultaban costosísimas, ahora se abría la esperanza de encontrar rutas oceánicas alrededor de África, y paradójicamente los países que antes se encontraban en el fondo del continente europeo ahora pasaban a estar en la orilla de donde zarpan los nuevos expedicionarios.
En Europa se tenía noticias de que el Maluco era la tierra de la especiería, es decir de donde provenían esos exquisitos condimentos como pimienta, jengibre, nuez moscada, canela, entre otros. Desde que los árabes habían tomado Bizancio, complicándole a los venecianos el control del comercio del Mediterráneo, las especias se transformaron en el “oscuro objeto del deseo” europeo cotizándose siempre en alza y carísimo porque debía pasar por muchísimas manos antes de llegar a una mesa de Europa.
La primera circunnavegación del planeta fue el acontecimiento magnífico del siglo XVI, que diversos cronistas definieron como un aporte sin precedentes a la verdad y al conocimiento. Con ese evento-mundo emerge una orgullosa conciencia de la ruptura histórica que anticipa la eliminación de lo oculto. Coincidiendo con el expansionismo ibérico en las postrimerías del siglo XV, comienza una inédita toma de posesión de la tierra, con su correspondiente validación documental y el despliegue de cartas, relaciones y crónicas. Irrumpe un mecanismo imparable de registro e inscripción, de mapeo, de atestiguación, de actualización constante del conocimiento mediante dispositivos de verificación y enmienda. Tal afán de dominación se amplía de modo paulatino al estudio de las costumbres de pueblos considerados distantes, al examen detallado de la flora y la fauna y a la sinopsis de las visiones aéreas, llevadas a su máxima expresión con las fotografías por satélite.
Aunque parezca increíble, las especias determinaron cambios históricos para Europa y el resto del mundo afectado por su comercio. Había llegado el turno de la península Ibérica. Portugal, a la cabeza, ya venía buscando sistemáticamente ese camino guiado por su príncipe Henrique El Navegante, quien nunca pisó una cubierta de una carabela, pero tuvo el merecido título “honoris causa” por haber fundado la escuela de Sagrés creando la primera universidad del saber náutico.
España debía hallar una ruta alternativa para participar del negocio de las especias de Oriente, lo que exigía el descubrimiento de un pasaje interoceánico occidental hacia el mar del Sur (océano Pacífico), avistado por Vasco Núñez de Balboa en 1513. En el intento había fracasado la expedición del piloto mayor de Castilla, Juan Díaz de Solís. A inicios de 1516, Solís exploró la costa atlántica a los 35 grados de latitud sur y se adentró en el Mar Dulce (Río de la Plata), siendo emboscado y muerto por los indígenas en la costa cercana a la isla Martín García. Las carabelas regresaron a España.
El proyecto ofrecido a Carlos V por los portugueses Fernando de Magallanes y Rui Faleiro de arribar por el oeste a las islas Molucas, que estarían localizadas en la demarcación de Castilla, sin atravesar dominios lusitanos, proseguía el objetivo del comercio de las especierías. Magallanes se traslada a España en 1517. Allí, Diego Barbosa, otro portugués exiliado como él, lo ayudó a encontrar contactos y respaldo en la Casa de Contratación de Sevilla, y también lo convirtió en su yerno al darle la mano de su hija Bárbara. Magallanes castellaniza su nombre y pasará a la posteridad como Fernando de Magallanes. En un mes, Magallanes ha alcanzado en el extraño país de España, más que en su patria en diez años de abnegados servicios.
¿Quién fue realmente Fernando de Magallanes? Como todo antecedente suyo, consta apenas que nació en 1480. Pero ya con respecto a su lugar de nacimiento han surgido dudas y discusiones. Lo más probable es que haya nacido en Oporto, Portugal. Se sabe que Magallanes fue noble, aunque sólo del cuarto grado de nobleza, de los “fidalgos”; pero esa ascendencia le asegura a Magallanes el derecho de usar y heredar un escudo propio. A los 24 años no es más que uno de los “soldados desconocidos” que a millares salen a conquistar el mundo. Pero participando de todo, aprende de todo y se convierte, así simultáneamente, en guerrero, navegante, mercader, conocedor de hombres, los mares y los astros.
Fernando de Magallanes fue un hombre al que le gustaba retraerse y ocultarse. No sabe destacarse, ni pretende al principio. Pero siempre que se le asigna una misión, y más aún cuando él mismo se impone un deber, actúa este hombre oscuro y oculto con prudencia y valor. Sabe callar, sabe esperar, como si tuviera la noción que el destino le depara muchas enseñanzas y pruebas para la verdadera misión que ha de cumplir. Magallanes era un hombre taciturno, no sabía sonreír, ser amable, ser cortés, ni tampoco defender sus ideas y pensamientos elocuentemente. Siempre envuelto en una nube de soledad. A los treinta y cinco años ha experimentado y aprendido todo lo que un guerrero y un navegante puede vivir en la campaña y en el mar. Ha doblado cuatro veces el cabo, dos veces viniendo del Oeste, dos veces desde el Este. Infinidad de veces se ha encontrado con la muerte. Ha visto una porción inconmensurable del mundo y sabe más del Este de la Tierra que todos los geógrafos y cartógrafos famosos de su tiempo.
“Esta decisión de Magallanes de renunciar a su ciudadanía y de realizar sus proyectos lejos de su patria e incluso contra los intereses de ésta, fue la de mayor responsabilidad que haya tomado en su vida, y puede juzgársela desde los ángulos más diversos. Si se considera como suprema medida moral de un hombre el que pase con valentía por encima de todo escrúpulo y dedique toda su fuerza sin reservas a su idea vital, entonces Magallanes hizo el sacrificio más grande que es dable imaginar. Este magnífico ambicioso renunciará sin consideración a mujer e hijo, patria y origen, a toda seguridad para la existencia y hasta la vida misma, en aras de su misión. Se desligará de todo cuanto pueda sujetarlo, retenerlo y trabarlo, y hasta llega a deshacerse, violentamente, de lo que de ordinario parece tan propio de un hombre como su piel: a partir del día en que abandona para siempre Portugal para servir a su idea bajo la bandera española, el nombre portugués ya no se llama Fernão de Magalhães, sino Fernando de Magallanes, y éste será el nombre con el que la historia lo inscriba con letras de bronce en la nómina de los inmortales”. (“Magallanes: el hombre y su gesta”, Stefan Zweig).
Al renunciar a la ciudadanía, Magallanes no habría cometido un verdadero delito, ya que en aquel tiempo era costumbre prestar servicio en la marina de otros países. Colón, Caboto, Cadamosto y Vespucio también habían abandonado su patria. Sin embargo, Magallanes no solo abandonó su patria, sino que la perjudicó conscientemente.
Era común que el gobierno contratara extranjeros para comandar las expediciones de descubrimiento, aunque con frecuencia quedaban obligados a compartir el mundo con oficiales españoles, lo que sería motivo de conflicto. Magallanes y Faleiro pedían el monopolio del negocio por diez años y la gobernación de las tierras descubiertas por tiempo ilimitado, aspiraciones consideradas exageradas y que darían lugar a negociaciones. Por otra parte, el hecho de que un piloto portugués ofreciera sus servicios al emperador de España fue mal visto por el rey don Manuel de Portugal, quien se entera y le agarra la desesperación. Quiere recuperar a Magallanes, pero ya es tarde. La ambición y el orgullo de Fernando de Magallanes es más fuerte que todo. Además, sabe que si regresa a Lisboa lo espera el puñal del frío acero afilado. El embajador portugués en la Corte de España, Álvaro da Costa, se esforzó para impedir la expedición en un encuentro personal que tuvo con el emperador y llegó a sugerirle al rey de Portugal que mandase a detener a Magallanes.
La otra gran figura de la primera circunnavegación del planeta fue Juan Sebastián Elcano. Nació en Guetaria en 1476 y se ganó la eternidad al lograr la más grandes de las epopeyas que se han vivido en los mares. Nada más y nada menos dio la primera vuelta al mundo. Elcano fue capaz de superar las tormentas, las enfermedades y mucho más por limpiar su honra y servir a su rey. Elcano nació en el seno de una familia de marinos y pescadores. Según los registros se sabe que Domingo Sebastián Elcano, padre de Juan, se dedicó al comercio y que contaba con su propia nave. Su madre era Catalina del Puerto y además tenía ocho hermanos de los cuales era el mayor.
La tradición familiar le abrió las puertas de la mar, aprendiendo todos los puestos desde joven. Trabajó en barcos de pesca y mercantes, lo que le permitió ganar gran destreza y prestigio entre sus coetáneos. Se cree que sus habilidades marineras se pusieron a prueba mediante la práctica del contrabando con Francia. Su situación se había tornado desesperada, perseguido por la justicia y sin dinero abandonó su Guetaria natal. Empezó entonces un peregrinaje por distintas ciudades costeras del levante español, de donde salían las expediciones hacia Italia. Su periplo no quedó ahí y finalmente llegaría a Sevilla en 1518. Elcano había llegado justo a tiempo a la cita con su destino, Fernando de Magallanes estaba preparando la expedición a las islas Molucas.
Su retrato “oficial” se encuentra en la Biblioteca Nacional de España: fue pintado en 1805 por el grabador Luis Fernando Noseret, imaginando su fisonomía, pues no ha quedado descripción alguna de su físico. Al pie del grabado se lee: “Hábil piloto, argonauta inmortal por haber sido el primero que le dio la vuelta al mundo. Nació en Guetaria y murió en el mar del Sur en 1526”.
Se trataba básicamente de una expedición comercial y descubridora, donde eran secundarias la conquista y evangelización. Ello queda claro en las “Instrucciones” del rey a Magallanes y Faleiro (quien finalmente no participa de la expedición) para el descubrimiento de las islas del Maluco del 8 de mayo de 1519. La instrucción 29 especifica la dimensión comercial de la empresa: “Sois gentes que vais a contratar, e no a tomarles por fuerza nada de lo suyo”. La instrucción 39 alienta el objetivo descubridor: “Que no vos dé pena el mucho andar por la mar, sino que trabajéis por descubrir la más tierra que pudiéredes”. Además de los artículos para comerciar – cascabeles y brazaletes de latón, espejos, terciopelos – llama la atención el armamento: 82 cañones y muchas armas cortas, lo que indica la disposición para la lucha. En el proyecto descubridor de Magallanes y Faleiro se anuncia la revelación del mundo por el dinero.
La inmensa responsabilidad de Magallanes no comienza sólo en alta mar, sino mucho antes de la partida. La mirada más curiosa y severa se dirige naturalmente, a las provisiones. ¿Qué necesitan cinco barcos, qué consumen los doscientos sesenta y cinco hombres cuyo viaje, cuyo destino no puede adivinarse? Tendrá que llevarse una cantidad más bien excesiva que escasa, y los números son verdaderamente imponentes, sobre todo si se considera el limitado espacio. El alfa y omega de toda alimentación lo constituyen las galletas marinas, el único pan que resiste un viaje por mar.
Magallanes mandó llevar a bordo veintiún mil trescientas ochenta libras de ellas. Según toda previsión humana, esta ración enorme tendría que alcanzar por dos años. Junto a las bolsas de harina se hallan también habichuelas, lentejas, arroz, y toda clase de legumbres imaginables. Con la lista en la mano, Magallanes recorre buque tras buque y revisa objeto por objeto.
Sanlúcar de Barrameda
En el puerto de Sanlúcar de Barrameda, frente al castillo del duque de Medina-Sidonia, Magallanes repasa y examina una vez más su flota con el mismo cariño cuidadoso y temeroso con que un artista prueba su instrumento. Lo hace a pesar que conoce a las cinco naves tanto como a su propio cuerpo. Magallanes pasa de barco en barco para revisar con particular minuciosidad los cargamentos; a pesar de la frecuencia con que ha subido y bajado las escaleras, vuelve una y otra vez a tomar prolijo inventario de todo, y aún hoy podemos convencernos por los archivos, de la escrupulosidad y precisión con que ha sido preparada y calculada hasta en su más pequeño detalle, una de las aventuras más fantásticas de la historia universal.
Parece estar reunido todo lo que los doscientos sesenta y cinco estómagos necesitarán en ese viaje. Se han tomado todas las previsiones a favor de los hombres, de los marineros, pero – cuántas veces lo ha observado – los barcos también son seres vivientes, perecederos, y cada uno de ellos gasta en un viaje a ultramar, gran parte de su sustancia vital. Los temporales rajan las velas, estropean y hacen pedazos las jarcias; el agua de mar carcome la madera y oxida el hierro; el sol seca los colores; la oscuridad gasta el aceite y las bujías. Es preciso, pues, que hay doble y múltiple repuesto para cada pieza.
La expedición partió de Sanlúcar de Barrameda el 20 de septiembre de 1519. Estaba compuesta por cinco carabelas: Trinidad, San Antonio, Concepción, Santiago, Victoria – y 239 embarcados (otros tripulantes se sumaron en Canarias y Brasil, totalizando 265), europeos de diferentes nacionalidades. Una mayoría fue de españoles, aunque impresiona el elevado número de extranjeros (95 en total: 26 italianos, 25 portugueses, 19 franceses, flamencos, alemanes, griegos, tres irlandeses, un inglés y cuatro o cinco esclavos negros.
Tal variedad de nacionalidades, tantos mares a ser navegados, tantos peligros a ser enfrentados, tantos riesgos de muerte prematura indican las dificultades de Magallanes para reclutar los marinos necesarios para la expedición, pero también señalan que la movilidad y la ilusión de enriquecimiento irrumpen en la escena marítima con un vigor hasta entonces ignorado. Las acciones expansionistas ultramarinas son líneas de fuerzas que se desarrollan dentro de una gran historia imperial, legitimada por las bulas papales de 1494, que dividía el mundo entre España y Portugal por medio de una línea situada 370 leguas al oeste de las islas de Cabo Verde.
Magallanes siente una desagradable tensión cuando mira a los tres capitanes españoles que han sido designados comandantes de los demás buques. Sus músculos se contraen sin querer, como los de un luchador inmediatamente antes de comenzar la pelea. Con que gesto frío y altanero, con que desprecio mal disimulado, y quizás a propósito mal disimulado, aparta la mirada de ese inspector del Rey, Juan de Cartagena, a quien ha tenido que confiar el mando de la San Antonio en reemplazo de Faleiro. Ciertamente ese Juan de Cartagena es un marino de rango y experiencia. El Rey lo ha nombrado expresamente veedor general, superior encargado del control de todos los asuntos materiales. Es el capitán de la nave más grande de la flota, y desde el retiro de Faleiro, le corresponde, por orden del Rey, el título de conjuncta persona.
No es menos hostil la mirada de Luis de Mendoza, que tiene el mando de la Victoria. Es una suerte, por lo mismo, haber conseguido desatender hasta cierto punto el rescripto real y las protestas de la Casa de Contratación, embarcado de contrabando unos cuantos parientes y amigos portugueses de confianza. Entre ellos se encuentran, en primer lugar, Duarte de Barbosa, su cuñado, quien, a pesar de su juventud, es ya un experto navegante; además Álvaro de Mezquita, también un pariente cercano, y Esteban Gómez, el mejor capitán portugués. También está a bordo Juan Serrao, otro compatriota de Magallanes.
En las “Instrucciones” del rey a Magallanes, la escritura funcionaba como un medio de orientación, una guía de la buena conducta y como una manifestación de la importancia de la preservación del grupo. Se ordenaba a los capitanes que por la noche siempre siguiesen a la nave que llevaba el farol; en caso de que la nave capitana quisiese saber si las demás naves la seguían, haría un fuego, que debería ser respondido. Cuando la nave principal quisiese mudar el rumbo, debería hacer dos fuegos, y cada navío debería responder con otros dos; cuando todos respondiesen, se cambiaría el rumbo en conjunto. Pese a su detallismo, las “Instrucciones” son difíciles de cumplir.
Continuamente existe el peligro de la desorientación y la confusión. Se depende de la proximidad física, de la visión y de la voz para la comunicación. Con dificultad el cañonazo cumple la función de la voz humana, así como el largavista aumentará el alcance del ojo. Provistos de una tecnología comunicacional que exige la proximidad de los cuerpos y de las naves, los expedicionarios flotan entre dos océanos como fantasmas alejados de la protección de la patria.
Uno no puede dejar de pensar en los marineros, aquellos valientes hombres que dejaban todo para entregarse completamente a la vida en el mar. Nadie retorna indemne de una serie de viajes ultramarinos, luego de enfrentar tormentas, piratas, rebeliones, enfrentamientos con los indígenas, condiciones insalubres, y todo tipo de peripecias.El mar es un medio hostil por esencia a la naturaleza humana.La vida de un marinero era sacrificada y estaba marcada por la soledad y la miseria. El barco era la casa del marinero, su primera residencia.
El escritor español Pablo Pérez Mallaína, señala en uno de sus libros que, “estar en un barco ya de por sí era un duro castigo, se equiparaba barco con prisión”. Un preso nada tenía que envidiar a un marinero en cuestiones de espacio. En los viajes a las Indias del siglo XVI las Carabelas rondaban las 60-80 toneladas de arqueo y las Naos unas 100.En esos reducidos espacios iban decenas de hombres durante muchas semanas sin tocar tierra.Zonas tropicales con enfermedades poco “conocidas” por los europeos, escasa higiene y hacinamiento facilitaban la transmisión. Vivir o morir dependía, más que nada, de la fortaleza del marino.
Uno de los peores enemigos de los navegantes del siglo XVI era el escorbuto, también conocida como la peste de las naos, una enfermedad que provocaba una muerte lenta y dolorosa. Los marineros al empezar a notar sus síntomas se avergonzaban de haberlo contraído y trataban de ocultarlo. Sentían un enorme cansancio, las encías se hinchaban y sangraban. El cuerpo empezaba a descomponerse y desprendía un fuerte olor.El escorbuto atacaba a los marineros cuando llevaban meses sin tocar puerto. La falta de vitamina C y alimentos frescos provocaba esta horrible enfermedad.
Stefan Zweig compara la travesía del Pacífico con el cruce del Atlántico de Cristóbal Colón. “Colón navega con sus tres carabelas recién botadas, aparejadas de nuevo y bien provistas, durante un total de sólo treinta y tres días”, dice. Magallanes en cambio, destaca Zweig, “se dirige absolutamente a lo desconocido, y no parte de una Europa familiar con sus puertos y su patria, sino que sale de la Patagonia extraña e inhospitalaria”.
La historia de quienes vivieron para contarlo y de quienes murieron en el intento ha llegado hasta nosotros a través de varios de los hombres que la protagonizaron, especialmente el cronista de la expedición, el italiano Antonio Pigafetta. Fue la visión de este hombre con alma de periodista la que condicionó en gran manera la narrativa actual sobre una expedición que dio la vuelta al globo sin haberlo pretendido. La historia de la humanidad no la constituyen los hechos ocurridos por sí mismos, sino los acontecimientos conocidos, narrados y registrados para la posteridad. Sin Homero no habría Ilíada, ni Odisea, sin Tácito poco se sabría de las tribus germánicas, sin Heródoto poco de los egipcios. Los cronistas siempre fueron determinantes y en esta expedición lo fue el italiano de vigorosa salud que soportó el increíble periplo hasta el final, sin goce de sueldo, por simple gusto de la aventura: “di andare a vedere parte del mondo e le sue meraviglie” (de ir a ver parte del mundo y sus maravillas). Por suerte estuvo allí, porque sin Pigafetta se habría perdido casi todo.
La flota de Magallanes llegó a la actual bahía de Río de Janeiro en diciembre de 1519. A partir de ese momento, todo comienza a empeorar. Luego de meses de búsqueda en la costa este de América del Sur, Magallanes no podía hallar un pasaje al oeste. La impaciencia de Magallanes aumenta y ya no puede permitirse ningún descanso más. El 10 de enero, ven levantarse un montículo sobre la llanura inabarcable con la vista, y lo llaman Montevidi (hoy Montevideo). Se salvan de una furiosa tempestad en la enorme bahía que parece extenderse infinita hacia el oeste. Esa gigantesca bahía no es, en realidad, otra cosa que la desembocadura del Río de la Plata.
Fernando de Magallanes decía haber visto un mapa en la tesorería de Sagrés, donde el cartógrafo Martín Behaim indicaba un supuesto paso hacia el mar del sur cerca de la latitud 40° sur. El paso no aparecía y la tensión a bordo, entre tripulantes y capitanes, iba en aumento. Los capitanes españoles empezaron a descreer de las afirmaciones de Magallanes, además se encerraba como ostra y no compartía nada con nadie, lo cual alimentaba la suspicacia de todos. Dar por terminada la búsqueda y retornar a España sería un derrota terminal y catastrófica. El paso había que encontrarlo en cualquier lado, y a cualquier precio, aun con sacrificios inhumanos.
Cuando se dirigían hacia el sur, la tripulación tuvo que soportar un invierno brutal, con condiciones climáticas muy desfavorables. Los marineros tenían que dormir en cubierta en condiciones casi de congelamiento, mientras las raciones se reducían cada vez más, aumentando el hambre. La búsqueda del estrecho llevó mucho tiempo y la tripulación estaba exhausta, a tal punto de llevar a cabo un motín, como el que ocurrió en la bahía de San Julián. La flota compuesta por cinco naos venía recorriendo la costa patagónica desde el Río de la Plata, su última decepción, en busca del paso.
La historia de la Patagonia es la historia de una gran aventura que comenzó con las expediciones de famosos navegantes, piratas y conquistadores. A lo largo de la historia, las costas patagónicas fueron testigo de cientos de expediciones. La más importante de ellas fue la realizada por Fernando de Magallanes.
En la ciudad patagónica de Puerto San Julián, en la provincia de Santa Cruz, se encuentra la réplica de la Nao Victoria, la única nave de los cinco barcos de la expedición de Fernando de Magallanes que logró completar la primera circunnavegación del mundo. El museo Nao Victoria conmemora la llegada de Magallanes y su travesía. Fue inaugurada en el año 2005 y es una reproducción a escala real de la Nao Victoria.
La expedición de Magallanes estuvo varios meses en la Patagonia, donde ocurrieron importantes acontecimientos históricos, como la primera misa en territorio argentino, la fundación de Puerto San Julián y la exploración del río Santa Cruz. Posteriormente, el rey de España rebautizó al estrecho como “estrecho de Magallanes”, en honor a su descubridor.
“Llegamos (31.03.1520) a los 49º y medio de latitud meridional donde encontramos un buen puerto, y como el invierno se aproximaba, juzgamos a propósito pasar allí la mala estación”, anota Antonio Pigafetta en su diario, en referencia a la bahía y Puerto de San Julián, bautizado así por Magallanes. El descreimiento y la desesperación de los capitanes españoles, Juan de Cartagena, Gaspar Quesada y Luis de Mendoza, provoca el motín. Magallanes sospecha de que algo anda mal. El primer signo lo recibe el 1° de abril, el domingo de Ramos, cuando manda oficiar una misa (la primera en territorio argentino), a la que invita a los demás capitanes. Sin embargo, no asistieron. Estaban planeando el motín. Magallanes no estalla en furia, es un calculador rápido, evalúa con claridad la situación. La venganza de Magallanes fue decisiva: 40 hombres fueron condenados a muerte. No obstante, la condena fue perdonada, incluida la que pesaba sobre Sebastián Elcano, salvo en el caso de los cabecillas. Luis de Mendoza y Gaspar de Quesada fueron descabezados. El clérigo Pedro Sánchez de la Reina y Juan de Cartagena fueron condenados al destierro el 7 de abril de 1520 y abandonados en las costas de la Patagonia.
¿Tenía razón Magallanes, o cometió una injusticia al fallar esa sentencia en el Puerto de San Julián? Si la historia le ha dado la razón a Magallanes, no debe olvidarse que aquélla, por lo común, concede la razón al vencedor contra el vencido. Friedrich Hebbel formuló la magnífica aseveración: “A la historia le es indiferente cómo suceden las cosas. Se coloca de parte del realizador, del ejecutante”.
Si Magallanes no hubiera encontrado el paso, si no hubiera cumplido su hazaña, se habría considerado la eliminación de los capitanes españoles que se opusieron a su aventura peligrosa como un verdadero asesinato. Pero como su hazaña le da la razón a Magallanes, y lo conquista la inmortalidad, permanecen olvidados los muertos sin gloria, y su éxito ha justificado posteriormente su dureza e inflexibilidad, sino desde el punto de vista moral, de todos modos, desde el histórico.
A pesar del mal ambiente, Magallanes decidió permanecer en San Julián durante 147 días. Fue durante esos cinco meses en San Julián, cuando la expedición toma contacto con los nativos, que Magallanes llamó “patagones”.
“Un día en que menos lo esperábamos -escribe Pigafetta- se nos presentó un hombre de estatura gigantesca. (...) Al vernos, manifestó mucha admiración, y levantando un dedo hacia lo alto, quería sin duda significarnos que pensaba que habíamos descendido del cielo. Este hombre era tan alto que con la cabeza apenas le llegábamos a la cintura. Era bien formado, con el rostro ancho y teñido de rojo, con los ojos circulados de amarillo, y con dos manchas en forma de corazón en las mejillas. (...) Su vestido, o mejor, su capa, era de pieles cosidas entre sí (...). Llevaba en la mano izquierda un arco corto y macizo, cuya cuerda, un poco más gruesa que la de un laúd (...); y en la otra mano, flechas de caña, cortas, en uno de cuyos extremos tenían plumas…”.
Magallanes ordena retomar el viaje el 24 de agosto. Sin embargo, al llegar al río Santa Cruz, sin saber que está cerca de encontrar el paso, ordena dos meses de espera hasta la primavera. La expedición se encuentra a tan sólo dos días de navegación del Estrecho. Magallanes, antes de retomar el viaje, ordena celebrar una misa. Tres días después, el 21 de octubre, llegan a cabo Vírgenes. Dos de las naves inician un reconocimiento de cinco días y regresan. Ambas naves regresaron con la confirmación de la noticia más esperada. El agua es salada, el estrecho se ensancha cada vez más y se vuelve más profundo, finalmente, es el paso tan buscado. Las cuatro naves se adentran en el Estrecho. La emoción de Magallanes es infinita. Escribe Pigafetta que el“Capitano Generale lacrimó per allegrezza” (el capitán general lloró de alegría). A pesar de la gran noticia, la nave más grande, la mejor y la más provista, la San Antonio, ha desertado dando media vuelta, regresando a España. Atravesar el Estrecho lleva 36 días. Magallanes no se da por vencido en ningún momento.
El descubrimiento del estrecho de Magallanes fue un antes y un después en la historia de la humanidad. Bautizar la tierra es el modo simbólico de controlar lo desconocido. Pigafetta destaca la belleza del estrecho de Magallanes y su utilidad potencial: “Llamamos a este estrecho el “Estrecho Patagónico”; en el cual se encuentran, cada media legua, puertos segurísimos, inmejorables aguas, leñas-aunque solo de cedro-, peces, sardinas, mejillones y apio, hierba dulce, también otras amargas. Nace esa hierba junto a los arroyos y bastantes días solo de ella pudimos comer. No creo que haya en el mundo estrecho más hermoso ni mejor”.
A menudo el ambiente circundante se convierte en el peor de los obstáculos. El registro dramático de Antonio Pigafetta acerca del descubrimiento del estrecho de Magallanes, el 21 de octubre de 1520, expresa el reconocimiento de una situación límite: “Ya cerquísima del fondo del embudo y dándose por cadáveres todos, avistaron una boca minúscula, que ni boca parece sino esquina y hacia allí se abandonaron los abandonados por la esperanza: con lo que descubrieron el estrecho a su pasar”. Ni siquiera este descubrimiento de la entrada del estrecho, con la renovación del ánimo del grupo, impide la deserción nocturna de la nave San Antonio, con la mayor parte de los alimentos de la flota a bordo.
Nadie dudaba del coraje de Magallanes, que estaba dispuesto a encontrar la vía de comunicación interoceánica hasta la muerte, pero su determinación parecía a los prófugos de la nave San Antonio un sacrificio absurdo. Pues a juzgar por los comentarios de otros tripulantes de la expedición, casi nadie, si alguno, debía compartir la imagen idealizada de Pigafetta. La respuesta del cosmógrafo Andrés de San Martín al capitán Magallanes, durante la travesía del estrecho, que argumentaba que no se debería proseguir con la exploración dado los peligros a que se exponía la flota, desmiente la perspectiva complaciente. Menciona de San Martín la imprudencia de navegar por la noche, el frío reinante, la necesidad de descanso, y señala que “la gente es flaca y desfallecida, y los mantenimientos no bastantes para ir por la sobredicha vía al Maluco, y de allí volver a España”.
Ante el horizonte que se expande como ilimitado, el camino parece libre hacia las islas Molucas. Pigafetta relata que por tres meses no probaron ninguna vianda fresca; que comían el polvo de galletas podridas y con gusanos; que bebían agua amarillenta y putrefacta; que no desperdiciaban el serrín y las pocas ratas que mataban valían una fortuna. Por encima de tantas penalidades, a algunos marineros les crecían las encías sobre los dientes, enfermedad que les impedía comer y los llevaba a la muerte.
Por su parte, Francisco Albo, en el derrotero del viaje de Magallanes desde el cabo San Agustín hasta el regreso a España, se limitó al registro de la información técnica y se refirió a tomas de sol, leguas de tierra, puntas de arena, grados de latitud y de longitud. En el informe al emperador Carlos V, Sebastián Elcano dice simplemente que “hallamos un estrecho que pasaba por la tierra firme de V.M. al mar de la India, el cual es de cien leguas, del cual desembocamos”. Pigafetta parece ser el único que acentúa la belleza y potencial utilidad del estrecho. Pero en los relatos de testigos y cronistas quinientistas, el estrecho de Magallanes aparece como periferia, lugar de tránsito, pasaje hacia otro lugar. El objetivo son las islas de las Especierías y el retorno a España. El Maluco ocupa consecuentemente el centro de la narración, mientras el franqueo del estrecho de Magallanes, aunque inevitable, es descrito como un episodio marginal.
En aquel momento, el cruce del pasaje magallánico significaba el acceso español a las especies asiáticas y la expansión del mundo conocido. Así como las cartas relatorias, los mapas que consignan el descubrimiento del estrecho de Magallanes son instrumentos útiles para la prosecución del expansionismo. La revolución magallánica destruye la lejanía: cualquier región apartada se torna accesible a la movilidad europea.
El descubrimiento de ese estrecho misterioso, que unifica dos océanos, tiene todo para convertirse en un mito del expansionismo: es el puente hacia el gran mundo, hacia lo redondo, hacia la totalidad. El descubrimiento y cruce del estrecho evocan heroísmo y proporcionan admiración al lector contemporáneo. El cruce del pasaje magallánico significaba la expansión del mundo conocido. La expedición de Magallanes surca el estrecho y desemboca en otro océano. Lo abierto se manifiesta con fuerza. Ningún expedicionario podía saber que el mal llamado océano Pacífico cubre una tercera parte del globo, y que las naves se arrastrarían miserablemente por aguas ignoradas durante varios meses hasta alcanzar las islas Marianas.
Se comprende que el estrecho de Magallanes haya sido durante siglos el terror de todos los navegantes. Docenas de naves naufragan en las expediciones siguientes en esas playas inhospitalarias, que aún hoy no están mayormente habitadas, y nada demuestra tan claramente que Magallanes fue un gran maestro del arte náutico, como el hecho que, siendo el primero el salvar esa ruta peligrosa, fuese por años y años el único capaz de haberla atravesado. Pero en todos los aspectos, el verdadero genio de Magallanes consistía también en la paciencia, en el cuidado y en la previsión inconmovibles. Gracias a su voluntad la vencido la resistencia, ha encontrado colaboradores para su plan poco menos que irrealizable, ha obtenido una flota de un monarca extraño, gracias a la fuerza sugestiva de su idea, y ha conducido a esta flota a mayor latitud de la costa sudamericana que cualquier otro navegante antes que él. Ha dominado a los elementos del mar y al motín de San Julián.
El descubrimiento del estrecho de Magallanes permitió unir por primera vez los océanos Atlántico y Pacífico. Fue un descubrimiento que cambió la historia de la navegación en el mundo, ya que antes de que se supiese de la existencia del estrecho de Magallanes, las embarcaciones tenían que pasar por el temido pasaje de Drake, el tramo que separa el continente americano de la Antártida. La finalización del Canal de Panamá en 1914, provocó que el tráfico marítimo a través del estrecho de Magallanes se redujera significativamente.
El estrecho de Magallanes está dentro de la jurisdicción de la República de Chile, en la XII Región de Magallanes y de la Antártica Chilena. Su navegación se encuentra asegurada a los buques de todas las banderas en todo tiempo y circunstancia, de acuerdo a los tratados argentino-chilenos de 1881 y 1984.
En el año 2020 se cumplieron 500 años de la llegada de Magallanes al estrecho que hoy lleva su nombre. El homenaje se llevó a cabo el 21 de octubre, cuando buques de las armadas de España y Chile confluyeron hacia la salida del Estrecho para un homenaje en conjunto. Argentina, pese a estar invitada, declinó participar “por razones presupuestarias” y por la “pandemia”. En el acto sólo flamearon en el Pacífico sur las banderas de España y Chile.
El océano Pacífico era mucho más grande de lo que se conocía en aquella época, entre otras cosas porque ningún europeo lo había cruzado. La flota de Magallanes cruzó el Pacífico y estuvieron cerca de cuatro meses sin hacer escala, con condiciones de navegación bastante malas, hasta que llegaron a las islas Marianas y de ahí a Filipinas.
“El miércoles 28 de noviembre de 1520 desembocamos de este estrecho para engolfarnos en el mar Pacífico, en el cual navegamos durante tres meses y veinte días, sin tomar ningún alimento fresco”. Así comienza la segunda parte del relato de Pigafetta cuando va a comenzar el gran salto mortal del cruce de ese océano desconocido que los llevaría a las islas de las especias. Lo que sigue es desesperante y el italiano lo describe con sencillo realismo: “El bizcocho que comíamos ya no era pan, sino un polvo mezclado de gusanos que habían devorado toda su sustancia, y que además tenía un hedor insoportable por hallarse impregnado de orines de rata. El agua que nos veíamos obligados a beber estaba igualmente podrida y hedionda. Para no morirnos de hambre, nos vimos aun obligados a comer pedazos de cuero de vaca con que se había forrado la gran verga para evitar que la madera destruyera las cuerdas.”
Antes de llegar a tierra habitada, solamente habían divisado dos islotes sin agua potable que llamaron “Infortunadas” y mientras iban ascendiendo en latitud hacia el norte, se encontraron con las actuales islas Marianas a las que llamaron “De los Ladrones” porque sus habitantes abordaban a los barcos y se llevaban todo lo que les agradaba”. Magallanes intenta desembarcar para aprovisionarse, pero los nativos con sus ágiles canoas le ganan de mano. Se arriman inocentemente a sus naos de alta mando, se trepan alegremente. Sin armas ni violencia, con una alegría e ingenuidad casi infantiles. La travesía continúa y el 16 de marzo desembarcan en la isla Samar del archipiélago que bautizaron como San Lázaro (actuales Filipinas). En una isla desierta adyacente arman campamento para descanso y recuperación de los enfermos. Próximo puerto Cebú, donde con lo que quedaba de la flora, arribaron el 7 de abril. A este puerto arribaban naves de China, Borneo, Siam y todo el archipiélago para comerciar, y ahora los españoles se presentaban con sus naves engalanadas y disparando al aire toda su artillería como saludo triunfal.
Los lugareños se estremecen, pero inmediatamente Magallanes hace descender a su esclavo intérprete Enrique para explicar al rey Humabón y a su séquito que esa era la forma española de demostrar paz y amistad. Además, explicó que su señor era capitán del mayor rey y príncipe que hubiera en el mundo, y que iba a descubrir el Maluco. Humabón no se dejó intimidar por tales soberbias palabras y contestó que enhorabuena habían llegado, pero que, si deseaban comerciar tenían que pagar un tributo. Pigafetta anota: “El intérprete le dijo cómo su señor, por ser capitán de un tan gran rey, no pagaba tributo a ningún señor del mundo y que, si quería paz, tendría paz, y si quería guerra, tendría guerra. Con la aclaración subsiguiente: de que su rey era más poderoso que el rey de Portugal ya que era emperador de todos los cristianos y que, si no quería ser su amigo, enviaría otra flota con suficiente gente para destruirlo”. La mutación era asombrosa, en pocas semanas un conjunto de famélicos desesperados perdidos en el océano, a punto de morir de hambre y sed, se convierten en soberbios conquistadores. ¿Cuál era su fuerza? La ideología católica y la tecnología. Cruz y pólvora.
El mercader de Siam conocía a los portugueses y le susurró al rey que se cuidara de estos hombres que habían arrasado toda la costa de la India, Calicut, Malaca, con sus bombardas y que era mejor evitar el conflicto. Humabón captó el peligro y reafirmado por su coterráneo, el rey de Mazán, invitó a Magallanes a sellar un pacto de sangre, es decir de hermandad.
Magallanes comenzó a tomar el rol de evangelizador hablando de los santos evangelios, de Adán y Eva y de la conveniencia de bautizarse para lograr la salvación espiritual. Los cebuanos parece que escuchaban entusiasmados sus palabras. La cuestión es que se avinieron a un bautismo masivo en el cual Magallanes realizó la ceremonia convirtiendo a 500 nativos a la fe cristiana el 14 de abril de 1521. Para Magallanes era la culminación de sus ambiciones en la vida, era un católico creyente y ferviente, y ahora, además de descubridor y conquistador, era evangelizador.
Sabemos por los manuales de historia que el 26 de abril 1520 el guerrero filipino Lapulapu venció y mató a Magallanes en las playas de Mactan. El cadáver de Magallanes quedó allí sin poder ser retirado honrosamente a su barco. Los aborígenes consiguieron su mayor trofeo frente a los españoles que huían desesperadamente. ¿Cómo pudo ocurrir semejante desastre? El comandante general muerto en una batalla con los primitivos indígenas locales, arcos y flechas, lanzas y palos, contra pólvora de arcabuces y de cañones, armaduras y cascos. Ese grupo de nativos se hallaba bajo la tutela del jefe tribal Lapulapu, quien se niega, ahora, a pagar tributo a Humabón. El negarse a rendir tributo al nuevo rey cristiano no podía ser tolerado por Magallanes. Cayó en la trampa y decidió ir a combatirlo personalmente al frente de 60 hombres. ¿Contra cuántos? Probablemente más de 1.500. Magallanes alista tres botes con 20 soldados armados cada uno para ir a tierra y darle su merecido a Lapulapu.
Sus capitanes le aconsejan a Magallanes no abandonar el barco, tal como indicaban las instrucciones recibidas antes de zarpar en España, pero el capitán general es incontenible y seguro de sus fuerzas. En las costas lo esperaban más de 1.500 hombres, es más, modernos historiadores estiman que podían llegar a ser cerca de 4.000. La suerte estaba echada. Iban al suicidio. La invencibilidad de los armados europeos se derrumba cuando los mactanos comienzan a flechar muslos y piernas desprotegidos de corazas. La lluvia de flechas produce el desbande de los españoles que luchan por volver a los botes y las órdenes de Magallanes no son escuchadas, mientras Pigafetta y Enrique permanecen al lado del capitán general haciendo valer sus espadas, cuando una flecha hiere la pierna de Magallanes y cae herido.
La bravura de Pigafetta y Enrique no puede impedir la masacre de Magallanes y ambos, heridos, logran volver a las chalupas debiendo dejar el cuerpo del capitán en manos enemigas. Una vez atrincherados en los barcos, los españoles intentan una negociación por el cadáver de su capitán general pero la respuesta es soberbia: “un trofeo semejante no se cambia por nada”. Ahora la retirada es vergonzosa y se requiere la acción diplomática de Enrique, el esclavo de Magallanes, quien se encuentra destrozado anímicamente por la muerte de su amo a quien sirviera desde muy jovencito y al único a quien se sentía obligado.
Unos días después, el rey Humabón de Cebú invitó a un banquete a los 27 oficiales supervivientes, que fueron asesinados a traición. De acuerdo a la historiografía oficial, Enrique habría conspirado con el líder cebuano para acabar con la vida de sus captores españoles, que no respetaron la última voluntad de su amo. El fiel Enrique había permanecido junto a Magallanes durante todo el combate. Duarte Barbosa – a quien la tripulación eligió, después de la muerte de Magallanes, juntamente con Serrao, como capitán general – comete la torpeza de ofender a Enrique. Le grita brutalmente para advertirle que no debe creer que después de la muerte de su señor podría imaginarse que ha dejado de ser un esclavo. Los españoles, engañados, aceptaron la invitación al festín, donde fueron finalmente emboscados por los nativos. Enrique había logrado su objetivo cobrando su venganza en ese momento y acá en la Tierra. Un solo europeo es mantenido con vida y llevado semidesnudo y aporreado a la costa para mostrarlo a sus compatriotas de las carabelas, se trata de Juan Serrano, ahijado de Carvalho. Devenido pronto jefe de la expedición, Carvalho, no duda en izar las chalupas y levantar anclas para huir.
Perdido Barbosa en el festín y abandonado Serrano a su trágico destino, la flota tiene un nuevo capitán: Juan Carvalho. De los 265 tripulantes originarios solo quedan alrededor de 120, muy pocos para tantos barcos, por lo cual deciden quemar La Concepción. Se encuentran, sin saberlo, a solamente dos semanas de las islas Ternate y Tidore, sin embargo, serán varios y angustiosos meses adicionales. Al llegar a Borneo (Brunei), se animan a negociar con los locales y reaprovisionar. Pigafetta anota que, después de tantos sufrimientos, muchos de ellos tenían ganas de quedarse para siempre en tierra. Dos de ellos deciden desembarcar para siempre. El nuevo capitán de flota, Carvalho, es destituido por incompetente, lo cual acepta sin resistencia, y en su lugar se nombran el vasco Juan Sebastián Elcano comandante de la Victoria y Gonzalo Gómez de Espinosa comandante de la Trinidad.
El miércoles 6 de noviembre se divisa el volcán de una isla y el piloto dice la palabra mágica que desató la empresa más terrible y significativa de la navegación, descubrimiento y conquistas humanas: ¡Molcuas! A mitad de camino era como llegar a la cumbre, sin embargo, todavía quedaban muchas penurias para los españoles antes de llegar finalmente a Sevilla. Las dos islas principales de las Molucas son Ternate y Tidore, regidas por sultanes puesto que la fe árabe ya había llegado hasta allí. Cuesta entender como todavía disponían de bienes para negociar y comprar especias, pero la cuestión es que pudieron abastecerse y llenar sus bodegas. Se fija como fecha de zarpe el 18 de diciembre de 1521. La Victoria leva anclas y sale esperando que le siga la Trinidad. Pero, acá surgen problemas, el ancla no zafa y además se detecta un rumbo con entrada de agua importante. La Victoria vuelve al fondeadero y el Sultán promete ayuda para la reparación a fondo del casco deficiente. Los dos comandantes acuerdan lo siguiente: la Victoria debe zarpar inmediatamente rumbo al oeste procurando retornar vía Cabo de Buena Esperanza a España, desafiando el control portugués, y la Trinidad, después de su reparación, debe retornar por donde vinieron rumbo al este por la nueva vía española atravesando el estrecho recién descubierto de Todos los Santos.
El 21 de diciembre se dividen las dotaciones, 47 hombres vuelven a bordo de la Victoria y 53 permanecen con la Trinidad. El Sultán les provee pilotos para arrimarlos al mar abierto del Océano índico y así zarpan rumbo al oeste al mando de Juan Sebastián Elcano, ex amotinado, ahora comandante de la Victoria. La Trinidad continúa sus reparaciones y recién en abril se disponen a zarpar. Enfrentando hambre, sed y enfermedades, retornan a las Molucas, donde llegan solamente 27 supervivientes, pero acá no los esperan aborígenes combativos, sino algo mucho peor: portugueses. Portugal ya había tomado posesión (en este nuevo mundo globalizado bajo tutela del Tratado de Tordesillas) de las islas de las especias, y los españoles son encarcelados.
Timor es el último puerto asiático que despiden los tripulantes de la Victoria hacia enero de 1522 y a partir de acá la escapada cruzando el Índico sin ser detectados por los portugueses. Cada semana mueren dos o tres hombres despedidos a la usanza marinera, arrojándolos al mar. El 19 de mayo logran doblar el cabo, que Pigafetta describe como “terrible”. Dos meses más tarde llegan a las islas de Cabo Verde donde fondean y descienden a tierra con la consigna de declarar que vienen de América y por accidente se desviaron de la ruta. Las autoridades portuguesas no se dejan engañar y si bien está permitido tocar ese puerto, lo que está absolutamente prohibido es usar la ruta portuguesa por el cabo africano y cargar especias. La Victoria estaba cargada, de la quilla a la perilla, de especias, por lo que una requisa sería fatal. Urgente levar anclas, resignar imprescindibles alimentos frescos y huir dejando 13 hombres encarcelados en la isla.
Los diarios de navegación, a pesar de todas las peripecias, se llevan con rigurosidad, y para ellos era día miércoles, mientras que los locales lo recibieron en día jueves. ¿Dónde estaba el error? Habían ido hacia el oeste y, entonces una vuelta completa al globo significaba contabilizar un día menos. Este fenómeno nunca había sido motivo de análisis y ahora en el mundo globalizado debía ser estudiado. En los siguientes siglos llevó lentamente a la fijación de hora internacional y línea de cambio de fecha en el antimeridiano de Greenwich. El 4 de septiembre llegan hasta el Cabo de San Vicente, primera vista continental europea.
El 6 de septiembre de 1522, en el muelle de Sanlúcar de Barrameda, un puñado de supervivientes derraman lágrimas de emoción por hallarse de nuevo en la tierra que dejaron tres años atrás. Mientras, aún a bordo de la destartalada nao que los ha traído a casa, Juan Sebastián Elcano escribe una carta al emperador Carlos V, a quien jamás hubiera imaginado dirigirse. Con unas líneas sobrias que a duras penas contienen la emoción del momento, da la primera noticia oficial de la realidad que habría de cambiar la concepción de las cosas: “Sabrá Vuestra Majestad que hemos dado la vuelta a toda la redondez del mundo”.
"El sábado entramos en la bahía de San Lúcar con sólo dieciocho hombres, la mayor parte de ellos enfermos. De los sesenta que habíamos salido del Maluco algunos habían muerto de hambre, otros habían huido a la isla de Timor, otros habían sido condenados a muerte por sus delitos. Desde que habíamos zarpado de aquella bahía hasta el día de nuestro regreso habíamos recorrido catorce mil cuatrocientas sesenta leguas, habiendo dado la vuelta al mundo, de levante a poniente".
Así describió Pigafetta, para asombro de tantas generaciones, el 6 de septiembre de 1522 el fin de la primera vuelta al mundo.
La proeza de Elcano demostraba que la tierra era redonda, que su diámetro era muy superior al que se pensaba y que las dimensiones del océano Pacífico eran colosales. Desde aquel sorprendente viaje ya nada sería igual en el devenir del planeta. Entre agosto de 1519 y septiembre de 1522, los supervivientes de la Victoria navegaron casi 90.000 kilómetros, una distancia quince veces superior a la que navegó Colón en su primera expedición al Nuevo Mundo.
El geógrafo Giovanni Battista Ramusio, uno de los primeros autores que publicó una colección de viajes ultramarinos, destacó la importancia de la circunnavegación. Ramusio consideró el viaje hecho por los españoles en el espacio de tres años alrededor del mundo como uno de los mayores eventos realizados en su tiempo, y señaló que dada la inmensidad del recorrido excedía todas las expediciones de la historia.
El historiador alemán Carl Schmitt dijo de la primera vuelta al mundo: “Es una revolución que no es comparable con ninguna otra. […] Lo que se transformaba, para la conciencia colectiva de los hombres, era más bien la imagen global de nuestro planeta, y más todavía, la concepción astronómica de todo el universo. […] Ahora, la redondez de la Tierra era un hecho palpable, una irrecusable experiencia y una verdad científica indiscutible. Nuestro planeta, inmóvil hasta entonces, se movía ahora alrededor del Sol. Pero tampoco, era eso, con ser mucho, la verdadera y más honda transformación espacial que entonces se llevaba a cabo. El agrandamiento del cosmos en sí y la idea de un infinito espacio vacío fueron lo decisivo”.
“En ese día histórico se levanta también gloriosamente el orgullo de la nación española. Bajo su bandera, Colón ha iniciado la obra del descubrimiento del mundo; bajo su bandera, Magallanes la ha concluido”, Stefan Zweig.
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