Estoy convencido de que algún colectivo se sentirá ofendido por este artículo así como por el uso del genérico. Como comprenderán, me refiero a personas, animales y cosas de ambos sexos. El fondo de la cuestión es que, a mi parecer, nos estamos pasando.
Las estadísticas no mienten. El número de animales de compañía ha superado en nuestro querido país al de niños menores de catorce años. En cuanto nos despistemos un poco, el número de veterinarios superará al de pediatras. Otrosí: a nivel mundial se venden más pañales para ancianos que para niños. La humanidad va envejeciendo por ausencia de un relevo generacional suficiente. Nos reproducimos poco. Estimo que detrás de estas frías cifras, se esconde una especie de egoísmo provocado por el ansia de tener más cosas a cambio de tener menos obligaciones. Esta situación se produce al evitar padecer (craso error, yo creo que disfrutar) de las dificultades propias de criar a una prole. Con algo tenemos que llenar nuestras vidas llenas de objetos y vacías de cariño. Los perros no protestan, no viven demasiados años y se puede deshacer uno de ellos con más facilidad. A los mayores se les lleva a un asilo y se acabó. Se trata de obtener una especie de cariño a la carta y que no de demasiado la lata. Sin ánimo de generalizar estimo que a las mascotas se les está tratando demasiado bien. Se les deja pisos en herencia, se les saca billetes individuales en los aviones, se les viste con “modelitos” de pasarela y se les trata por psicólogos y terapeutas de todo tipo. Un poco excesivo. Lo de los muñecos “personalizados” es para echarle de comer aparte. Te “confeccionan” un bebé a la carta (una especie de tamagotchi) en el que se deposita todo el cariño y las atenciones que no podemos -o no queremos- dispensar a los semejantes que nos rodean. Al prójimo-próximo. Crean clubes de “padres”, abuelos y familiares en general y se intercambian experiencias paraescolares. Lo siento en el alma. No los comprendo. En mi casa siempre ha convivido con nosotros un perro o dos, un pájaro, un hámster o hasta una tortuga. Pero en su sitio. Salvando las distancias adecuadas y de cariño o atención respecto a los niños o al resto de los familiares. Los muñecos han durado el tiempo justo y suficiente para perder un ojo, una extremidad o ser arrastrados de cualquier manera por unos y otros. Según lo que dicen los “expertos”, en mi familia debemos ser una especie de tipos raros. Mi buena noticia de hoy me la transmiten los integrantes de dos comunidades que dedican sus esfuerzos al cuidado de niños pertenecientes a familias con problemas o, a veces, sin ningún tipo de familia. Se trata de Hogar abierto y Nuevo futuro. Hogar abierto se preocupa de buscar familias de acogida que integren en sus familias niños que momentánea o definitivamente carecen de las suyas. Nuevo futuro crea una serie de pequeños hogares donde los menores pueden disfrutar de un ambiente acogedor y positivo. Donde un equipo de educadoressupervisa su día a día escolar, social y emocional. Estas dos instituciones funcionan merced al trabajo de una serie de personas solidarias que se preocupan, desde hace muchos años, de atender y cuidar a niños que necesitan cariño y la presencia en sus vidas de cuidadores que se ocupen de ellos amorosamente. No estoy en contra, ni mucho menos, de aquellos que deciden adoptar una mascota o encariñarse con un muñeco si así lo desea. Hacen muy bien. Pero les sugiero que dediquen un poco de tiempo a sonreír con un niño o cuidar a un anciano. Ahí está aquella promesa del Evangelio. Recibirán el ciento por uno.
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