Lo que está ocurriendo en España, desde que Sánchez tomó el poder (apoyándose en una moción de censura alimentada por una escandalosa sentencia del magistrado De Prada) es una catarata de despropósitos y traiciones que está minando los cimientos de nuestra Constitución y causando al pueblo español un daño político y económico de unas proporciones gigantescas.
Ninguna de las promesas que hizo cuando presentó la moción, ha quedado en pie; es más, ha hecho todo lo contrario de lo que anunciaba hasta límites insospechados. Y, como consecuencia de esta deriva, vemos atónitos que nos deslizamos peligrosamente hacia una situación interior, tan grave, que pudiera dar al traste con la ilusionante etapa constituyente en la que los españoles, en una amplísima mayoría, nos juramentamos para emprender una convivencia democrática en la que todos tuviéramos los mismos derechos.
A esta lamentable situación nos han llevado los llamados progresistas que a las órdenes de los separatistas Junqueras y Otegi (defensores de las historias criminales que todos conocemos) tienen cogido -por ahí mismo- a Pedro Sánchez Pérez-Castejón, presidente del Gobierno y a sus veintidós ministros. Pero, siendo esta una incuestionable verdad, también lo es que ninguna de las fechorías que han cometido, hubieran podido llevarlas a cabo si, los ciento veinte diputados socialistas del Congreso no estuviesen, en perfecta sintonía con las trapisondas del Gobierno.
Conclusión: Cada miembro del Grupo Socialista del Congreso (independientemente de su nombre y sexo) es políticamente un Pedro Sánchez; y como Sánchez es un Judas, hay en el Congreso de los Diputados español, al menos, ciento veinte Judas.
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