Eran tiempos convulsos en los Estados Unidos en plena guerra del Vietnam ante unas masas enfervorecidas y bastante cabreadas por la situación en general y el trato a los miembros de la comunidad afroamericana en particular. El discurso planteaba los deseos del líder del movimiento en pro de los derechos civiles norteamericanos, basándose en una serie de sueños reivindicativos, especialmente referidos a la comunidad negra del país.
Un servidor también tiene sueños. Soy de aquellas escasas personas que recuerdan la mayoría de los mismos y los pueden seguir hilvanando una vez despiertas. Me parece que se trata de una capacidad bastante enriquecedora. Cuando el sueño ha derivado en una pesadilla, tienes la posibilidad, una vez despierto, de desecharla y alegrarte de que las circunstancias de la misma no se hayan producido en la realidad. Si por el contrario se ha tratado de unos sueños agradables, te puedes recrear en los mismos como si se hubieran desarrollado efectivamente. Una de estas noches pasadas tuve un sueño. El mundo que me rodea había cambiado por completo. Nos gobernaban muy pocos políticos y los que se ocupaban de la gestión pública –todos a una-, se preocupaban de mejorar la situación económica, sanitaria, educativa y familiar en todos los aspectos; defendían los derechos y los valores humanos en lugar de defender los propios o los de su partido. Los países buscaban la forma de trabajar en común, se anulaban las fronteras, los idiomas nos unían –no nos separaban-, el dinero, que hasta entonces se dilapidaba en comprar armas, se dedicaba a mejorar las infinitas posibilidades de los países necesitados de desarrollo. La justicia y el reparto equitativo habían hecho innecesarias las ONGs y la “caridad”. Por otra parte la humanidad descubrió que la fe se puede exponer, pero nunca imponer, que todas las religiones e ideas son respetables, mientras que no perjudiquen las de los demás, que la libertad de uno acaba cuando comienza la del otro, etc. En el campo de lo personal, soñé que las familias estábamos unidas y felices. Que aprovechábamos la vida para celebrarla con nuestros parientes y amigos. Que la Navidad se vivía todo el año. Que no era necesario lo externo, la lotería, el dinero o las copas para ser felices. La vida era una en sí gran fiesta. No quería abandonar la cama. Quería permanecer en ese espacio que acompañan a ese duermevela matinal. Cuando no tuve más remedio me levanté pensando: ¿Será posible que algún día estos sueños se conviertan en realidad? Todo este sueño comenzó a fraguarse en mi mente a raíz de un comentario vertido por un lector de uno de mis artículos publicado recientemente. Me decía que una persona que lleva casi veinte años dedicado a recopilar buenas noticias, no debería caer en la trampa de unirse a la serie de agoreros que disfrutan en airear a través de los medios las malas noticias y se regocijan en sacar a relucir lo peor del ser humano y de la humanidad en general. Llevaba toda la razón. La buena noticia de hoy es que ha vuelto a salir el sol. Por lo menos en mi mente y en mi espíritu. Me he puesto a la tarea. ¿Cuáles son los deberes?: Vivir el presente, olvidarnos del pasado y dejar el futuro en las manos de Dios. (Por cierto, cuando reviso estas notas ante de publicarlas una parte del sueño se ha hecho realidad. Ayer estuve en un cumpleaños familiar que cubrió de sobra la parte personal de mis expectativas). La respuesta ha venido dada por las palabras de ese cuyo nacimiento vamos a celebrar la próxima semana. De ese Niño Dios humilde que después se hizo Hombre. El hombre con mayúsculas que nos dejó un mensaje corto y liberador: Amaos los unos a los otros. Y yo añado: Olvidaos de vosotros mismos. Entonces gran parte de los sueños (la mayoría) se hacen realidad.
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