Si resumimos las descripciones de las diversas enciclopedias sobre el término “cibernética”, podemos colegir, simplificando, que se trata de la relación del hombre con las máquinas computadoras. Desgraciadamente esa asignatura no la hemos cursado aquellos que nacimos hace más de medio siglo. Hoy he tenido que realizar una gestión en Hacienda. Antiguamente se encaminaba uno a un edificio tenebroso donde te encontrabas con una serie de funcionarios parapetados tras unas ventanillas. Una vez traspasado el umbral, el tembloroso contribuyente accedía, tras pasar por información (una cola), un lugar de suministro de formularios (otra cola) y pasar un buen rato rellenando el mismo, se ponía en otra cola hasta que fuera atendido por el probo funcionario. Si no faltaba una póliza… estaba mal redactado el documento. O nos habíamos olvidado de algún misterioso papelito que era imprescindible adjuntar. Finalmente, a la segunda o a la tercera, nuestro denuedo era compensado con la obtención del preciado documento. Si no ese día… al siguiente. Bendita burocracia (por lo menos nos veíamos las caras). Hoy en día no. Se comienza solicitando una cita por Internet. Primer escollo. Hay que tener Internet y saber manejarlo. Una vez recibida la misma (por correo electrónico y mensaje a tu teléfono móvil), te presentas en las oficinas de la Agencia Tributaria correspondiente y accedes a una pantalla donde, tras introducir tu filiación, te sale un papel con el número por el que serás atendido en una ventanilla determinada. Tienes que estar muy atento a otros paneles colgantes por la sala de espera donde sale tu numerito. Puedo prometer que a mi alrededor se encontraban varias personas mayores que necesitaban un guía para realizar todas estas maniobras. Finalmente, en mi caso, superada esta yincana me atendió una amable funcionaria que me entregó un documento de la Real Casa de la Moneda en la que se me indicaba que recibiría mis claves por correo electrónico. Más Internet. Cuando llegué a casa ya lo tenía en mi ordenador. Desde este momento mi presencia personal ya no sirve para nada. Ni siquiera si la ratifico con mi DNI. Ahora tengo un código de acceso y una firma electrónica para hacerme presente en cualquier trámite (pero siempre a través de la red). Soy un número y una clave. Voy a acabar añorando las colas y el “vuelva usted mañana”. Cosas veredes… amigo Sancho. Cuanto añoro los oficinistas “forgianos”.
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