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Reflexión en Semana Santa

Aquellos discípulos asustados comprobaron que era Jesús y estaba vivo
Francisco Rodríguez
miércoles, 23 de marzo de 2016, 09:30 h (CET)
Contemplo en el televisor las procesiones de Semana Santa, con las calles llenas de gente que mira el desfile de cofrades, de músicos y de imágenes y me pregunto si ese Jesús preso, azotado, coronado de espinas, despojado de sus vestiduras y finalmente crucificado, representa algo en nuestras vidas.

Me pregunto si todos saben algo de ese judío condenado a muerte por Poncio Pilatos a instigación del Sanedrín judío en tiempos del emperador Tiberio, hace dos mil años, que murió perdonando a sus verdugos y abandonado de casi todos sus discípulos, pero que tres días después resucitó y les encargó difundir su mensaje: “Id al mundo entero y predicad el evangelio”.

Aquellos discípulos asustados comprobaron que era Jesús y estaba vivo, por lo tanto era efectivamente quien decía ser: el Hijo de Dios. Eran testigos de ello y su testimonio no les salió gratis, fueron perseguidos, torturados y muertos, pero su mensaje ha llegado hasta nosotros, aunque quizás no le estemos haciendo ningún caso, entretenidos con los ruidos que nos llegan del mundo a través de todos los medios de comunicación.

El mismo Jesús, haciendo el camino inverso de Adán que quiso ser como Dios, se hace hombre para que siguiéndolo podamos volver a Dios de quien recibimos la existencia. Junto con la existencia también recibimos de Dios la libertad, para que libremente le amemos o lo rechacemos.

Jesús predicó durante un poco tiempo en Palestina, anunciando el reino de Dios y proclamando cosas tan chocantes como llamar dichosos a los pobres, a los que hambrientos, a los que lloran, a los que son perseguidos a causa de la justicia, porque ellos serán consolados, poseerán la tierra, porque de ellos será el reino de los cielos.

En cuanto a la ley, de la que eran tan celosos guardianes los jefes de la sinagoga, se atrevió a cuestionarla proponiendo superar los mandamientos: se os dijo: no matarás, pero yo os digo más: ni tan siquiera ofenderás de palabra a los demás, se os dijo: amarás a tu prójimo, pero yo os digo que también a tu enemigo, se os dijo: ojo por ojo y diente por diente pero yo os digo más: ofrecerás la otra mejilla al que te golpee, se os dijo: no codiciarás la mujer del prójimo, pero yo os digo más: ni siquiera la mirarás con mal deseo…

El mensaje que Jesús quiere que difundan sus discípulos es que hay más gozo en dar que en recibir, que el que quiera ser el primero ocupe el último puesto y sirva a todos, que el amor es más fuerte que el odio, que Dios nos ama y nos perdona si nos volvemos a Él.

Pero también nos advierte que el mundo odiará a los cristianos a causa de su nombre, pues el príncipe de este mundo, el mismo demonio que tentó a Adán, sigue activo con sus tentaciones, con su propuesta de ser como dioses hasta el fin de los tiempos.

En la oración que Jesús enseñó a sus discípulos, y que ha llegado hasta nosotros, pedimos que: no nos deje caer en la tentación y nos libre del malo, que sea santificado el nombre de Dios y venga a nosotros su reino, que siempre se haga su voluntad, también pedimos el pan de cada día, no el estado del bienestar, y el perdón de nuestras ofensas en la misma medida que nosotros perdonamos a quienes nos ofenden.

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