“Un estudio reciente desveló que aproximadamente el 40% de las mujeres con esquizofrenia tuvo un ingreso psiquiátrico durante su embarazo, siendo más frecuente durante el primer trimestre”, asegura la Dra. Gemma Parramon, Psiquiatra del Hospital Vall d’Hebrón, que ha participado como moderadora y ponente de la jornada “Enclave mujer. Repensando la esquizofrenia desde una perspectiva de género”, organizado por la Alianza Otsuka-Lundbeck.
Junto a la Dra. Elisa Seijó, psiquiatra del Hospital Universitario Central de Asturias, y el Dr. Alexandre González-Rodríguez, psiquiatra del Hospital Universitario Mútua de Terrassa, han abordado los retos que existen en la esquizofrenia en tres etapas clave para las mujeres: juventud, embarazo y menopausia.
“La edad de comienzo de la sintomatología psicótica de la esquizofrenia suele ser en la adolescencia”, reconoce la Dra. Seijó, quien asegura también que suele aparece antes en los varones. “Las mujeres experimentan un curso más benigno de la enfermedad, no sólo con un inicio más tardío, sino también con una respuesta superior a la medicación antipsicótica, mejor evolución global, menor número de hospitalizaciones y un menor riesgo de suicidio”, explica.
Es por eso, que la doctora del Hospital Universitario Central de Asturias incide en la importancia de un diagnóstico temprano, aunque “éste hoy en día sigue siendo muy estigmatizante”. “En líneas generales cuanto antes se realice el diagnóstico y se instaure el tratamiento adecuado, mejor será el pronóstico”, asevera la especialista, quien cree que, en el caso de los adolescentes, “es necesaria la actuación coordinada por el médico especialista con otros profesionales sanitarios, sociales y escolares, la propia familia, amigos y cuidadores del paciente”.
La Dra. Parramon, por su parte, afirma que “se calcula que un 4% de las mujeres embarazadas sufren un trastorno mental severo”, entre los que se encuentra la esquizofrenia. Es por eso que considera fundamental que el o la psiquiatra hablen con el paciente sobre salud sexual y reproductiva, si se tiene en cuenta que éstas “tienen más probabilidad de embarazo no planificado y perdida perinatal” así como “una tasa más alta de repetición de embarazo no deseado dentro de los 12 meses posteriores a un embarazo anterior”.
La especialista asegura que “se han observado tasas de recaída reducidas en mujeres durante el embarazo, cuando los niveles de estrógeno en plasma son altos”. Aunque también señala a otros estudios que muestran “un empeoramiento de los síntomas psicóticos durante el embarazo, principalmente en el primer trimestre”. “Donde hay más evidencia es inmediatamente después del parto, que es cuando presentan más síntomas psicóticos”, asegura la doctora del Hospital Vall d’Hebrón. Esto se debe a que es frecuente que abandonen el tratamiento antipsicótico antes del embarazo o al descubrirlo y que “en el postparto no lo retomen por temor a que la sedación haga que estén menos alerta a las necesidades del bebé”.
Las mujeres embarazadas con esquizofrenia “tienen más complicaciones obstétricas y neonatales”, mientras que “los bebés tienen más riesgo de prematuridad y bajo peso por la edad gestacional”, asegura la especialista. Es por eso que subraya la necesidad de una atención prenatal y perinatal multidisciplinar y especializada para apoyar a estas mujeres y “evitar, así, la separación de sus hijos e hijas”.
En la esquizofrenia, las mujeres presentan un primer pico de incidencia alrededor de los 25 años, y un segundo pico sobre los 45 años, en el período de transición a la menopausia. En este sentido, el Dr. González-Rodríguez reconoce que éste es un período clave, ya que “éstas presentan un peor pronóstico en edades más tardías”. “En esta etapa, al perderse el efecto neuroprotector de los estrógenos, presentan un empeoramiento clínico global, una disminución en la respuesta antipsicótica y un incremento en el riesgo de hospitalización”.
Por todo ello, el especialista del Hospital Universitario Mútua de Terrassa cree necesario un seguimiento clínico más exhaustivo durante este período y una “buena coordinación entre profesionales de la salud mental, otras especialidades médicas y los agentes sociales”.
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