El caracol manzana (Pomacea maculata) es uno de los grandes hándicaps que sufren los arroceros del delta del Ebro. Con pérdidas de hasta el 100%, muchos cultivos sufren la devastación provocada por esta especie invasora, introducida accidentalmente el año 2009. Desde entonces, la plaga ha colonizado todo el hemidelta norte y parte del sur gracias a la falta de depredadores y una alta capacidad de reproducción en agua dulce. Para frenarlo, una de las medidas agroambientales desplegadas es el secado de los campos después de la cosecha, de octubre a abril.
Así, de un 63% de superficie agrícola inundada en el Delta antes de la invasión, se ha pasado a un 35% de media en los últimos seis años. A pesar de los beneficios de hacerlo en la gestión del caracol manzana, modificar el régimen hídrico implica alterar un ecosistema de alto valor agrícola y biológico. Para estudiar los efectos de esta medida en las emisiones de gases de efecto invernadero y en la biodiversidad, investigadores del Instituto de Investigación y Tecnología Agroalimentarias (IRTA) tomaron muestras de las tasas de emisión de metano e hicieron el censado de pájaros, comparando los datos de los campos secos con los de los inundados, los inviernos de 2015 y 2016. Los resultados, que se han publicado en The Proceedings of the Royal Society, concluyen que el secado comporta una reducción muy significativa de las emisiones de metano, uno de los principales gases de efecto invernadero, y alertan que los campos secos son menos atractivos para las aves, por lo que los investigadores sugieren una gestión más integrada.
El estudio revela que el drenaje de los arrozales después de la cosecha ―que es cuando se producen entorno a dos tercios de las emisiones de metano― disminuyó las tasas de emisión de este gas en un 82% el 2015, y un 51% el 2016. «En los campos inundados, la descomposición de la materia orgánica produce mucho gas metano; en cambio, cuando introducimos condiciones aeróbicas en el suelo, es decir, cuando éste se expone al aire, se inhibe la actividad microbiana que lo produce», explica Maite Martínez-Eixarch, investigadora del IRTA. Ahora bien, según las observaciones de los investigadores, la afluencia de pájaros acuáticos fue menor en los campos secos, tanto en términos de abundancia como de variedad. La diversidad de especies se redujo en un 75% el 2015 y en un 57% el 2016, especialmente en grupos como las urracas, los ibis y limícolas. Todas ellas son aves que encuentran en los arrozales inundados un hábitat rico en alimentos, como zooplancton o crustáceos.
En conjunto, más de 250.000 pájaros acuáticos pasan el invierno en el delta del Ebro, una de las mayores zonas húmedas de Europa occidental en este sentido. «Según un estudio reciente, aún hay suficiente superficie inundada para albergar las aves que pasan los inviernos en el Delta, y habrá que velar para que siga siendo así», advierte Néstor Pérez-Méndez, investigador del IRTA.
Sea como sea, la plaga del caracol manzana pone en relieve una idea: en las respuestas contra las invasiones, es tan importante estudiar el remedio como la enfermedad. «En sistemas tan complejos, cuando tocas una tecla puedes modificar el equilibro; hace falta ver cuáles tocar para alterarlos lo mínimo posible», señala Pérez-Méndez. En el delta del Ebro, se solapan retos como la producción alimentaria, la reducción de emisiones agrícolas y la conservación de la biodiversidad. Por eso, las decisiones pasan por la concertación: «Hay que encontrar un manejo adaptado en función de las zonas, un mosaico de inundación y secado, según donde valga la pena», defiende Maite Martínez-Eixarch.
El estudio amplía, por tanto, la panorámica en los esfuerzos para eliminar el caracol manzana. Pero la lección se aplica más allá del Delta: «La dicotomía observada se planteará en muchos otros ecosistemas, por eso es tan importante la gestión integrada», concluye la científica.
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