Las cadenas de radios, televisiones y periódicos son hoy como los jinetes del apocalipsis que inundan nuestros hogares de noticias que sobresaltan diariamente nuestros espíritus. Si eres un modesto ahorrador, inversor o empresario ya sabes que el estornudo de un banco en EEUU, la gripe de otro en Suiza o la Sra Lagard desde el BCE, te pueden amargar el desayuno. Si a esto le añades la desbocada subida de precios como consecuencia de la descontrolada inflación, la resultante es que la ciclogénesis financiera y económica está servida. Ponte a refugio.
Si además eres un trabajador asalariado o autónomo, tienes que añadir a la inestabilidad de tu puesto de trabajo o la supervivencia de tu pequeño negocio, la incertidumbre del futuro de tu salario o pensión. El actual sistema de seguridad social, solo lo mantiene la constante inyección que le insufla los presupuestos del Estado a través de los impuestos, porque el modelo de reparto, -trabajador por pensionista-, es ya inviable y tratar de garantizar su sostenibilidad con el incremento de las cotizaciones, es un sumando más a la asfixia fiscal que sufren los empresarios y trabajadores.
Cuando parecía que en el deporte y especialmente en el fútbol, el ciudadano de a pié había encontrado una evasión de la absorbente realidad, el “caso Negreira” ha enfangado los estadios con la corrupción de directivos y árbitros. Así podríamos ir relatando un sinfín de malas noticias que harían de nuestra vida un campo de minas intransitable. William Arthur Ward, escritor estadounidense, decía que “el pesimista se queja del viento; el optimista espera que cambie; el realista ajusta las velas”. Está claro que la esperanza del cambio y el reajuste quizás de nuestras vidas, nos ayudará a sobrevivir con un grado mayor de optimismo, a este tsunami de malos augurios que se ciernen sobre nuestras cabezas.
Incluso resulta positivo a veces desdramatizar algunos escenarios, ya que podría ser un aliciente para rebajar el voltaje de la crispación y el enfrentamiento en el que se ha convertido la vida política de este país. Me refiero al nuevo episodio de la parodia nacional en la que sus señorías han transformado el Congreso de los Diputados. El senil y trashumante político Ramón Tamames, ¡de la mano de Vox!, va a representar el día 21 desde uno de los escaños de la soberanía popular, no se sabe si un sainete, una comedia o un drama, para censurar al presidente del gobierno. El libreto teatral ya ha sido convenientemente filtrado entre la prensa y figurantes, y el cartel de “no hay entradas” ya cuelga en la puerta de los leones de la Plaza de Las Cortes.
También los católicos debemos huir del pesimismo, aunque no debemos bajar la guardia ante los vientos huracanados que hoy sacuden a la Iglesia. Un grupo de obispos y laicos alemanes han sido abducidos por la ideología de género y pretenden socavar, desde su pretendido Consejo Sinodal, los fundamentos morales y doctrinales de la Iglesia universal. La receta del Cardenal Newman, converso del protestantismo, era determinante: “La Iglesia debe denunciar la rebeldía como el mayor de los males posibles. No debe admitir componendas con ella; si quiere ser fiel a su Maestro debe proscribirla y anatematizarla”.
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