En esto del habla, decirnos cosas, comunicarnos y entendernos o no; la disparidad irrumpe arrolladora con un rico muestrario. Las ideas, intenciones y palabras, generan un galimatías de gran magnitud. Si comienza la gallina y vienen detrás los huevos, o bien sucede al revés, sigue haciendo brotar incontables incógnitas. Las elucubraciones mentales se traducen en el empleo de palabras transmisoras, y a la inversa, los vocablos elegidos y su reiteración contribuyen a la modelación de los procesos mentales. Lo que resulta indudable es la REPERCUSIÓN de la práctica lingüística en la convivencia y en la salud mental de los implicados. Aunque desdeñemos dicha relación y sea poco atendida, queda patente su importancia en la práctica.
Se palpa a diario el maltrato que damos a las palabras en cuanto al sentido y la oportunidad de su empleo; el desajuste es patente en las conversaciones habituales, no son necesarias las demostraciones complejas. Su uso ha derivado en atribuciones extrañas, hasta dejarlas sin sentido o con significados inexplicables; al pronunciarlas, se hace necesario aclarar de que se habla. Para los protagonistas en un momento y ambiente concretos, comprobamos modificaciones relevantes que interfieren en los comunicados. Hasta en niveles teóricos se aprecia una DESINTEGRACIÓN radical, por parte de quienes niegan el contenido preciso de cada palabra, sin aceptar las convenciones generalmente aceptadas.
Aunque pasen desapercibidos a los dialogantes, hay ciertos detalles influyentes a la hora de establecer esa comunicación, no todo radica en los vocablos elegidos. Repercuten en ambos intervinientes. La expresión escogida se relacionará con las circunstancias del entorno y cambia su cara con los estados de ánimo, deseos y proyectos, de los interlocutores. La referencia básica al contenido expresado favorece el entendimiento, en especial si predomina su entidad sobre los matices añadidos al proceso, a veces sin detectarlos. El grado de CONFLICTIVIDAD se incrementa con la implicación de los detalles referidos. Para no perderse en divagaciones es fundamental no perder aquel foco inicial.
El punto de partida del texto es más visible en la lectura, pero más cercano en el habla por su vivacidad; esas palabras se abren a la experiencia de transmitir sensaciones. El texto puede quedar recortado a la distribución escueta de sus palabras, o bien ampliar sus significantes en el curso del diálogo; en la medida de su apertura se inmiscuye en el pensamiento de quienes se acercan a él. En esa labor interpretativa, la reflexión trata de asimilar los factores confluyentes con gran componente IMAGINATIVO, al calcular, recordar, desear o simplemente disfrutar de esa acción. Dicha imaginación creativa consolida las expresiones en sus diferentes aspectos, refleja la participación como seres humanos.
En otras ocasiones, lo que se ha dicho con pretensión de rotundidad, por esa característica, genera su propio desprestigio, incluso desplaza su sentido hacia todo lo contrario. Suele ocurrir cuando se parte de entusiasmos irreflexivos que llegan a desplazar los conocimientos elementales. Desde los idealismos fanatizados, las intenciones maliciosas o la simple ingenuidad, el uso rimbombante intenta disimular las limitaciones expresivas. Surge de inmediato la sospecha ante la INDETERMINACIÓN de los conceptos; Dios, amor, amistad, arte, patrias y tantos otros términos, exigen precisar otros pormenores para saber a qué atenernos; a no ser que la intención sea contraria, la de esconder maquinaciones.
Al hilo de lo referido, no disponemos de ningún lenguaje con la capacidad de incluir la totalidad de las características de la comunicación, de las personas, seres vivos o del mundo en general. Los conceptos indeterminados abundan. La palabra pretende ser analítica, concreta, configurando una serie de fronteras expresivas convencionales; pero apenas si consigue una representación orientativa, y ya sería esa mucha afirmación. El fondo de una mirada, el alcance de una sonrisa, personas enteras, nos muestran a las claras ese EXCEDENTE que supera los lenguajes disponibles. No podemos entenderlo como un fracaso comunicativo, tenerlo en cuenta nos informa del aterrizaje de la auténtica realidad de la presencia humana en el mundo.
Cuando dirigimos la palabra a cualquier persona, quién sabe lo que le estaremos transmitiendo en realidad, por un lado, la larga serie de matices entreverados a través de las palabras; a ellos añadiremos el conjunto de elementos que introducimos a la hora de manifestarnos. Cuestión diferente será si disponemos de los sensores adecuados para calibrar la valía de esos elementos. De todas formas, los gestos, la mirada, las posturas, pero también el tono empleado, el ritmo, el vigor del hablante, se adhieren a la pronunciación escueta de la frase. Ese ACOMPAÑAMIENTO añadido a la comunicación verbal modela el resultado final y hasta puede revelar presencias un tanto etéreas no detectadas por las percepciones someras.
Los antagonismos radicales parecen tener escaso recorrido en estos trámites de ponerse en contacto las personas; los resultados de dicho empecinamiento los comprobamos en los diferentes ámbitos geográficos y en sociedades de costumbres diferentes. Los contemplamos en sectores académicos de supuesta preparación intelectual y con enorme profusión en agrupaciones de menor erudición. Su desconexión con la sensatez se centra en el terco reduccionismo de simplificar las expresiones en una sola preposición, CONTRA. Se convierte en un empleo obsesivo de convertir los interlocutores en adversarios irrevocables. Una auténtica desmesura totalitaria; ni matiza ni admite matices en el discurso, con el consiguiente peligro.
La nitidez de los matices empleados al comunicarnos, sobre todo en el lenguaje, está en relación directa con la riqueza y claridad de las ideas fraguadas en el caletre. Si no se tienen claros los conceptos, será imposible expresarlos con precisión; a la inversa, al percibir expresiones enrevesadas, su asimilación se verá muy perjudicada. Entre las palabras y la mente funciona ese PARALELISMO de las dos direcciones. Sobre cual influya en mayor medida, las palabras en el pensamiento o las ideas sobre lo que se dice, el muestrario pródigo satisface todos los gustos.
Aunque me inclino hacia una percepción poco satisfactoria de cara a esa doble función; en los ambientes modernos predomina el aliento de la indiferencia, con la consiguiente desorientación. El artificio instrumental de los individuos para intentar un poco más de sabiduría, ese diálogo para compartir experiencias, no puede quedar descalabrado si pretendemos que sirva para algo. En el esmero dedicado a eso de pensar y hablar, nos jugamos nuestra PRESTANCIA como personas, con la suficiente inteligencia y ánimo para no caer en el absurdo de las necedades deseadas.
La luz y el aliento en el intercambio de ideas no viene dado de fábrica, supone toda una conquista, exige del interés, esfuerzo y acierto, para el éxito de la empresa. No se trata de cantidades, vamos sobrados; necesitamos reivindicar las CUALIDADES para conseguir expresiones nítidas; sólo a través de ellas será posible el discernimiento crítico. Desde las edades tempranas, resulta clamoroso ese requerimiento.
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