Aforismo latino que vertido al Español quiere decir: “La corrupción de lo muy bueno es malísima”. Con esta frase se quería indicar que lo óptimo, cuando se echa a perder, cuando se pudre, es fétido, es lo peor que hay.
Por desgracia hoy entre los españoles está vigente ese dicho. A poco que observemos a nuestro alrededor nos daremos cuenta de que cualquier cosa que antes la teníamos por excelsa, hoy está corrupta por haber sido prostituida por los políticos. Cabe que nos preguntemos ubi sunt? (¿dónde están)? ¿Dónde se encuentran todos los valores que han conformado nuestra sociedad y han sido los pilares de nuestra civilización? ¿Dónde esté el valor a la palabra dada? ¿Dónde el compromiso adquirido? Todo se ha convertido en agua de borrajas. La formalidad, la seriedad, el cumplimiento del compromiso adquirido se ha escurrido entre los dedos de nuestros políticos, como un puñado de agua o de arena. Personas que antes fueron ejemplo de dignidad, honradez y bonhomía, hoy son paradigma de todo lo contrario. El político, como personaje público que es, debería de ser, en su comportamiento y actuación, un modelo a seguir por el pueblo llano. Las conductas que muestran, las actitudes que exhiben y su forma de actuar en general, más bien parecen que nos gobiernan pillastres del Patio de Monipodio, que políticos con dignidad y cumplidores de sus promesas. Antiguamente, lo oí mucho a mis mayores, cuando un hombre decía que cumpliría su palabra, apostillaba diciendo “yo me visto por los pies”, es decir, cumplo lo que prometo. Casi como queriendo decir que lo llevaría hasta el final, aunque le fuese la vida en ello. Eso ha desaparecido hoy. Las promesas hechas en las campañas electorales son humo de pajas que de lo lleva el viento. Hubo cierto socialista que dijo, respecto a ellas, que se hacen para no cumplirlas. Quien tal haga, además de que está faltando a su palabra es un traidor, ya que los ciudadanos votamos, precisamente porque le promesa es una cláusula del contrato verbal que se establece entre el candidato y el votante. Quien no lo cumpla ha traicionado y dado por nula tal obligación. Hoy, como en tantas otras ocasiones estamos ante un caso claro de corrupción de lo muy bueno. Se trata de Fernando Grande Marlaska. Cuando desempeñaba sus funciones como Juez, fue un ejemplo de la lucha contra el terrorismo de ETA. Su bien hacer y honradez soportaban la prueba más exigente que se pudiese hacer respecto al cumplimiento de su deber. Todo lo ha echado por la aborda desde el momento en el que fue nombrado Ministro. Como tal tomó la decisión de cesar en la jefatura Comandancia de Madrid, al Coronel de la Guardia Civil Diego Pérez de los Cobos porque se negó a informarla del resultado de las investigaciones que su equipo estaba realizando sobre la manifestación de 8 de marzo del 2020. Es dable suponer que él como juez sabe mejor que nadie que las averiguaciones que lleve a cabo la policía judicial, el único que debe de conocerlas es el Juez que instruye el caso. Quien rompa este compromiso prevarica, cosa que no quiso hacer el Coronel. Su cese ha sido anulado recientemente por el Tribunal Supremo, con lo que ha venido a demostrar que lo que pretendía Fernando Grande Marlasca era un caso de prevaricación. Tenemos en la actuación del Ministro un caso claro de corrupción de lo bueno que termina siendo abominable.
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