Impotencia de un detalle
No son necesarios los detalles, cada uno se desvanece en la oscuridad del cementerio. En bolsas negras se marchan los cuerpos, con soledad y silencio de espantos. Sin el Adiós ni la lágrima que refresque el ataúd, donde se van los sueños. Solo queda un detalle esparcido en los feudos, la impotencia. La impotencia de no poder ver el rostro sereno del finado, de no apreciar su silencio.
Rostros desnudos
Yo vi una tarde de verano desvanecerse una dama en plena calle y decenas de ojos contemplando su sangre, alrededor de ella como un anillo. Muerta quizás, por la pandemia o por algún trago amargo tomado a escondida. En medio de la gente, condenada al suelo, silenciosa como la guitarra del que muere. Yo la vi alejarse ausente y triste en una bolsa, hacia el lugar donde todo se termina y nada vuelve, mientras la tarde balanceaba su tristeza en las esquinas. Era una mujer de fe pequeña, que se desvaneció por llevar la cara desnuda, yo la vi caer con el peso de la blasfemia, brotando de su boca todo el peso de la espuma.
Gemidos de la noche
Infame la calle que hoy más que nunca está vacía; las multitudes son una trampa, para que veas mañana la luz al final del túnel.
Las puertas de las casas están cerradas y en el horizonte un halo de luz pálida y tenue, cae sobre el silencio de una ciudad sin calma. Pero, la ciudad en su agonía recoge las hojas secas, y se enternece, gigante entre los escombros, valiente, resucitando sus lázaros que, en las calles pálidas y vacías, permanecen a la espera de un hálito de lumbre.
Infinitas oraciones que palidecen al cielo y espantan los sueños de los hombres, telaraña donde se quedan atrapadas las palabras de la noche. Noche incendiaria donde gira el dolor multiplicado de los Robles, noche al fin que predice el infortunio del aire contaminado. Telaraña donde quedan atrapados los gemidos de la noche. Rostros ocultos
En cada rostro que veo por las calles, la marca del dolor es una propuesta indeseable, rostros que envuelven la tragedia, ocultos sin cesar hasta donde gritan los ojos. Porque es inmortal la mirada larga, espléndida exposición de peligro, pupila que invierte mi soledad, máscaras de todos los colores del invierno. Pero jamás vencida la hora de los suplicios, en donde todos cabemos por misericordia, porque es más grande la esperanza de un suspiro, que vuela libre más allá de la cara. Aunque sólo dibujen mis palabras la dureza de la pena y el contagio de la historia, muy cerca se encuentra el destino desnudo de un rostro despojado de su sombra.
(del libro inédito POEMAS EN PROSA (Tiempo de pandemia)
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