Sorprende comprobar que no es “del rey abajo, ninguno” sino que son casi todos los que tiene “parné” (el “maldito parné” de la copla) los que formaron sociedades fantasmas en la lejana Panamá. De Cameron a Strauss-Kahn, pasando por primer el primer ministro islandés (hoy dimitido por ello) Junker, la Infanta Pilar… llegando aquí en España con Bertín Osborne y muchos “indignados de la divine gauche cañí” (Almodóvar, Imanol Arias etc.) casi no existe títere sin caspa en la cabeza: todos, de una manera u otra, tienen que cepillársela ante la opinión pública, en un vano intento de decir “yo no he sido” o “sí, lo he hecho; pero sólo porque me lo aconsejaron” o “no es nada ilegal” y una innumerable panoplia de excusas de mal pagador; ya que de eso es al fin de lo que se trata: de no pagar.
Se habla mucho de que la economía sumergida es el factor que impide que estalle una revolución social en nuestro país, y hay quienes empezamos a creerlo. Si no fuera con el “con iva o sin iva” y sus múltiples variantes, muchos no levantarían cabeza. El Estado es voraz con los pobretones pero muestra poco apetito con los ricachos; es evidente que prefiere lo magro a lo mollar y está claro que la Hacienda Pública –como ya señalara una peculiar abogada del Estado en el “caso Noos”- no es igual para todos. Y prueba de esa desigualdad es que, incluso entre los ricos, no aplica la guillotina de la misma manera: Ahí están los Pujol, indemnes y riéndose de todos, frente a Rodrigo Rato, el difunto Ruíz-Mateos o, desde hace tres días, Mario Conde… por cantidades que serían poco más que calderilla en los bolsillos del ex Honorable y su prole.
Los “papeles de Panamá”, un admirable trabajo de eso que ahora se llama “periodismo de investigación”, sólo pone de manifiesto una cosa: que el homo sapiens, aunque sea sapiens-sapiens (es decir, por partida doble) no ha superado en su psique egoísta y primaria al “mono catarrino”, al parecer uno de nuestros más remotos antepasados directos. El “toma el dinero y corre” no es solamente el título de una famosa película, sino el corolario de toda una actitud vital en la que brillan por su ausencia la solidaridad social y la empatía. Puede que sea legal tener la pasta en empresas “offshore”, pero ¿es ético?
Un somero análisis de por qué se hace y quién lo hace nos dará la respuesta (aunque ya la tengamos de manera intuitiva)
Existen 57 paraísos fiscales repartidos por el mundo, y en ellos se acumula el 30% de la riqueza total del Planeta. Dejando a un lado la procedencia legal o ilegal de esas fortunas (resulta claro que muchos capitales proceden del narcotráfico, la venta de armas, la trata de blancas o del comercio con seres humanos) lo cierto es que lo que se persigue creando esas empresas fantasmas es simplemente una evasión de impuestos con un marchamo de legalidad. Se trata de tributar lo menos posible en el país de origen o residencia; es decir: de contribuir con el mínimo al bien común. La sanidad, la educación, los servicios públicos, el subsidio de desempleo, la ayuda a la dependencia y un sinfín de prestaciones del Estado a los ciudadanos provienen precisamente de esos impuestos que esas “figuras de la vida pública” tratan de eludir o minimizar.
En definitiva ¿es ético?
No; no lo es.
Por eso –he insistido muchas veces en ello- es necesario distinguir lo que puede ser legal de lo que es moralmente aceptable.
Ante los “papeles de Panamá” escucharemos muchas explicaciones de unos y otros, tratando de justificarse. A nadie le gusta que lo tachen de avaro o egoísta, falsario o mentiroso, y por eso muchos de esos que nos abruman en la tele –en mi casa o en la suya- o que nos cuentan, a su manera, “cómo pasó” o son ministros de la cosa en funciones o disfunciones, nos dan de vez en cuando la tabarra solidaria para que contribuyamos a la noble causa de “un juguete, una ilusión” o al apadrinamiento de uno de esos pobres niños atascados en la frontera de Macedonia.
Y es que el cinismo no está comprobado que sea una característica de los monos, sino algo propio del homo sapiens sapiens, al que algún latino consideró también lobo hambriento para sus semejantes.
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