La cavilación sobre Ética y Estética, como dos ramas que son de la Filosofía, ha formado parte de las disputas teóricas durante siglos. Se ocupa la primera de la moral y de las acciones humanas; se centra la segunda en la belleza. No parece que tal querella sea hoy un asunto clave de nuestras discusiones, y es posible que se nos antoje puro forcejeo verbal y bizantino, propio de escolásticos ociosos, pero adquiere cierto interés en estos tiempos preelectorales. Ambas meditaciones se presentan inseparables, pues la ética, exhibida hacia afuera, es, con frecuencia, pura estética, y esta suele irradiar trasuntos éticos. La filosofía griega las concibió como un todo, y esa concepción se extiende, en tiempos contemporáneos, entre quienes piensan el arte, verbigracia, como transcripción de lo ético (todos los academicismos, la creación artística como compromiso, el “realismo socialista”…). También en el presente, se tiende, desde otra perspectiva, a entender que no es otra la finalidad del Arte que encarnar la belleza, lo cual independizaría a la estética respecto de la ética.
Por otra parte, aquello del simulacro de Baudrillard, ya tan lejano, y que se refería al universo de los mass media tradicionales, ha llegado mucho más allá de lo que el propio pensador galo pudo nunca sospechar, en este orbe de lo digital y de las redes sociales, con medios crecientes, o ya casi infinitos, para manipular a masas e individuos. Vamos, que la estética es, en nuestro presente, indisociable de la ética, y viceversa, pero debido a razones muy distintas de las esgrimidas por los clásicos.
El mundo de la política se torna prototipo perfecto de ello, como ámbito de indisimulada beligerancia por el control del Poder. Ahí, más que en ningún otro campo, la moral ha devenido mero fingimiento, y la estética parece rebajarse hasta el más ramplón de los postureos, en esta era del metaverso unidireccional, en la que la realidad no interesa, suplantada por un sucedáneo de apariencia y propaganda. Así pues, más estética que ética en el hoy, con menoscabo para nuestra índole de humanos suplicantes de libertad.
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