Supongo que todos lo conocerán, pero paso a recordárselo. Se trata de un hombre mayor que pasaba sus últimos momentos en una chabola paupérrima rodeado de sus familiares. El sacerdote que le acompañaba en este trance, le transmitía conformidad recordándole las bondades de la otra vida y la maravillosa situación que iba a alcanzar en un lugar maravilloso tras la muerte. El abuelete meneaba la cabeza diciendo. “Todo eso está muy bien… Pero como la casa de uno…” Parece ser que uno de los “avances” de esta sociedad consiste en ingresar a los mayores en residencias en las que “van a estar muy bien”. Los familiares no siempre lo hacen pensando en el mayor, sino que, a veces, pretenden eliminar un “problema” que les recorta su libertad. De ninguna de las maneras estoy en contra de la existencia de estos centros (la mayoría de ellos muy bien gestionados y con una atención a los mayores de excelente calidad), pero estimo que el mayor es mucho más feliz mientras viva sin dificultades en su hábitat natural, solo o en la familia. En los tiempos actuales se tiende a “largar” los obstáculos familiares a otros, aunque suponga un sacrificio económico. Se meten a los niños en guarderías apenas nacen y se mandan a los mayores a una residencia a las primeras de cambio. Es decir, la familia se considera un lugar de paso, mientras no se moleste o se coarte la libertad del resto de lo familiares, que dedican todos sus esfuerzos a sí mismos. Aunque las residencias para los mayores –o las guarderías infantiles- sean de lujo, nunca podrán substituir al calor familiar y la vida en una parcela territorial conocida y cultivada durante muchos años. Desgraciadamente estas instituciones son imprescindibles. Son muy convenientes para aquellos que, desgraciadamente, viven en una soledad impuesta por las circunstancias. También me consta que la mayoría de los profesionales que atienden las mismas son unos seres extraordinarios. Pero… como la casa de uno…
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