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‘Esas vidas’ de Alfons Cervera: de nuevo la muerte, de nuevo la ficción, de nuevo la vida

Herme Cerezo
Herme Cerezo
miércoles, 13 de mayo de 2009, 07:53 h (CET)
Por favor, no me malinterpreten, ni tampoco se presten al equívoco y después de la siguiente frase sigan leyendo: no es ‘Esas vidas’ la mejor de las novelas de Alfons Cervera. Pero no es la mejor porque sea mala, todo lo contrario, sino porque resulta complicado – a mí, imposible – escoger una entre ellas como la mejor. En el fondo, ni falta que hace. Lo de escoger, digo. Como reseñista, como alguien que se inició en esto de juntar palabras, animado por la lectura de sus obras y las de Lobo Antunes, no soy capaz de definirme. Me gustan todas porque me gusta su literatura.

Quizá en esta dificultad para escoger, tenga algo que ver la forma en que Alfons Cervera se plantea sus escrituras: sin guión, con título – en la primera página, requisito imprescindible –, nombre del autor – también en la primera página, ineludible – , un tema sobrevolando la novela y a darle a la tecla. Y nada más. El de Los Yesares se deja llevar por esa tentadora emoción que supone construir un libro al albur del azar. "Escribir es un ejercicio de libertad y también una experiencia de soledad, la única aventura posible en el siglo XX" me dijo una vez Pedro Uris, otro escritor de la tierra que piso. Y en ese azar del que les hablaba entran sus vivencias, sus pensamientos, su vida, su no vida, sus lecturas, las de esos libros que, como el propio Alfons dice, tanto nos unen. ‘Esas vidas’, como otras de sus novelas pero más que ninguna de ellas, es un collage, donde el escritor reparte pinceladas, superpone capas, mezcla tonos y, sobre todo, texturas.

Alfons Cervera, con su literatura, ha conseguido lo difícil: construir un mundo propio, en el que a través de sus personajes y su otro yo, el yo narrativo, la voz en off que seduce con sus palabras, nos invita a entrar a los demás. A cualquiera de sus lectores, los maquis, Laia, Marce, Rollopellejas, Faulkner, La Agrícola, Walter Benjamín, el Musical, Roth, Carmelo Gómez, Ojos azules y otros muchos le son familiares, indispensablemente familiares. Es más, desde que uno empieza a conocer su obra, adquiere el compromiso ineludible de penetrar en ese mundo para comprenderlo en toda su dimensión, sin quedarse a medias. Quedarse a medias es lo peor que un lector puede hacer con las obras de Cervera, porque se pierde todo un bosque de referencias, de matices, de evocaciones.

En sus novelas, escribo todo el rato novelas pero en el fondo no sé si llamarlas así, y ‘Esas vidas’ no es una excepción, conviven el pasado, el presente, La Serranía, sus amigos, la biografía y el ensayo, lo leído y lo pensado, la realidad y la ficción. Y esto último las convierte en algo mucho más real y mucho más ficticio a la vez. ¿Acaso la realidad que vivimos no está surcada por pensamientos ajenos, por criaturas de tinta y papel, engendradas por contadores de historias, vivos y no vivos, incluso extraídas del mundo del cómic? La ficción es la mitología del hombre del siglo XXI (y el del XX), en realidad de todos los tiempos. Transita con nosotros por la vida, ofreciendo su compañía y en multitud de ocasiones, prestándonos auxilio, consuelo, consejo, ahuyentando o alimentando miedos, otro de los referentes de Alfons Cervera: "Yo sé mucho del miedo …"

La muerte de la madre del escritor de Los Yesares, acaecida en la vida real unas semanas antes que el escritor comenzase a reflexionar sobre ella y muchas otras cosas en ‘Esas vidas’, no es sino el pretexto (antes lo fueron los argentinos refugiados o los guerrilleros o los asesinos sin sentido o los fascistas de la posguerra) para encontrarnos de nuevo con su inconfundible ritmo narrativo, esa prosa donde las digresiones personales engrasan con la acción/ inacción que aquí se desarrolla, alimentada con citas, párrafos, referencias a lecturas y escritores que marcaron, y marcan, su devenir cotidiano. Coherente con este ritmo narrativo, consustancial con él, ‘Esas vidas’ no contiene puntos y aparte, únicamente los indispensables para terminar los capítulos, que tampoco vienen numerados, algo habitual en su escritura. En uno de ellos, incluso, no hay puntos y seguidos, ni comas: nada. Sólo principio y fin. ¿Para qué más?

No hay misterio, ni intriga, en ‘Esas vidas’, sólo una acción lineal, entrevista desde un cúmulo de reflexiones que provocan una visión circular del asunto. Pero esta visión no nos llega a través del punto de vista de los personajes, sino del propio narrador, que escarba a su alrededor para tratar de comprender un fenómeno tan desconocido y conocido a la vez, tan temido y, posiblemente, necesario, como es la muerte. Y como es la vida, porque Cervera usa la vida para explicar la muerte y también la muerte para comprender la vida. En esta última obra, con firmeza, se abren paso dos territorios novedosos en su bestiario: la historia de su padre, Claudio, desconocida hasta esta novela por el propio escritor, y la de su hermano, también Claudio. Dos elementos por explorar, uno pasado, otro presente, actual, vivo, que, a buen seguro, darán mucho juego en sus próximas entregas. Tiempo al tiempo.

‘Esas vidas’ es novela bien construida, pero mejor narrada. Alfons Cervera, una vez más, consigue un verbo engrasado, concatenado, exabruptos los precisos, donde todo desliza bien. Hay un dominio del lenguaje peculiar, en el que las palabras recientes suenan con el sabor que los antiguos literatos imprimían a sus textos. Parece que no sean vocablos recién llegados, todavía difíciles de asimilar e integrar, sino palabras de toda la vida. El escritor de Los Yesares logra que cobren un relieve y un poso que no se consigue de buenas a primeras, sino después de que, durante algún tiempo, años tal vez, se engarcen dentro del lenguaje popular y del literario, cuando ya no suenan extrañas sino familiares, íntimas, habituales. Hay novelistas que hacen lo mismo, pero sin embargo, sus voces suenan huecas, extrañas, vacías, casi falsas.

Y una última referencia, tan indispensable como las otras, o tan superflua según se mire, como las palabras, como los capítulos: la portada. Alfons, me consta, las elige él mismo. Ya lo escribí una vez. Y siente preferencia por las fotografías antiguas, ésas que encierran historias pasadas, ciertas, ficticias, historias que encierran otras historias. En primer plano, su madre, en blanco y negro como fue su vida durante muchos años, su madre, la protagonista o el pretexto para escribir ‘Esas vidas’. Ésas y no otras.

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‘Esas vidas’ de Alfons Cervera. Editorial. Montesinos, abril, 2009; 149 páginas, 14 euros.

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