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Ensoñaciones

Existe la posibilidad, siempre palpable, de que el lenguaje onírico se torne pesadilla a través del universo totalitario
Juan Antonio Freije Gayo
viernes, 28 de julio de 2023, 11:01 h (CET)

Afirmaba Rodríguez Zapatero en un mitin, durante la reciente campaña electoral, que “"el infinito es el infinito; el universo es infinito muy probablemente. No cabe en nuestra cabeza imaginarnos cómo es el infinito"; aseveraba asimismo que "pertenecemos a un planeta, la Tierra, y a una especie que es absolutamente excepcional" y que:” somos el único sitio del Universo, del Todo, si es que podemos concebir el todo, donde se puede leer un libro y se puede amar".


Siempre resulta chocante, en plena refriega política, ese lenguaje de ensoñación, propio del personaje, entre la mística y la autoayuda, pero con un toque de Teosofía, tal y como la concibió, en tiempos decimonónicos, Madame Blavatsky. Pero, al margen de ello, la perorata nos hace más bien  evocar a Bienvenido Mister Chance, filme de 1979, en el que Peter Sellers interpretaba a un jardinero medio tarado a quienes todos tomaban por un genio de la política que hablaba en clave; cuando  reseñaba  aspectos concretos del cuidado de las plantas, rebuscaban los que lo escuchaban el significado oculto, inexistente en realidad, de sus palabras.


La palabrería y jerigonza hueca no son exclusivas del mundo político, que las asimila en todas las ubicaciones del espectro, sino que también se hallan, con demasiada frecuencia, en el universo de lo económico y de las finanzas, de la cultura  e incluso de la Ciencia (se aconseja la lectura de Las Ciencias Sociales como forma de brujería, publicado en 1973 por Stanislav Andreski).


Abundan los ejemplos. Muchos ejecutivos estudiaban con fruición a Sun Tzu (El arte de la guerra) escudriñando estrategias trasladables al mundo de los negocios, tras una lectura metafórica, y delirante, de ese tratado de estrategia castrense. Cualquier excusa sirve para la fantasía; pongamos como ejemplo  el modo de analizar El Principito, de  Saint-Exupéry, por parte de algunos iluminados,  extrayendo significados que no resisten un análisis, pues, sin negar la originalidad y aportación literaria del librito, la exageración de sus virtudes moralizantes conduce a la nada sobre ella misma.  Cuando sirve cualquier interpretación o metáfora, sea cual sea el texto original,  todo significa todo y nada significa nada. Así se sirve el absurdo antesala de nuestra perdición.


Porque, en realidad, todo esto va de totalitarismo. Javier Benegas, en  La ideología invisible, afirma que “nos enfrentamos a un nuevo y temible totalitarismo, una ideología invisible, líquida y polimórfica que desborda las tradicionales fronteras ideológicas. Un monstruo con vida propia que apela a las emociones y no a la razón, a las ensoñaciones y no a la realidad, que promete proporcionar aquello que cada uno desee, aunque sea una identidad imposible”.


Es por ello que lo escrito al principio resultaría hilarante si no fuera porque, muchas veces, el trasunto de todo ello provoca efectos que no causan tanta risa, sobre todo cuando procuran, quienes anhelan pastorearnos,  partir de estas ensoñaciones para dirigirnos por el buen camino. Casi todas las utopías, o más bien distopías, se relacionan con esa tendencia a la anulación de nuestras libertades. Ojo, pues, con los ensueños, o tal vez delirios, que no atesoran detalles, pero la realidad sí los tiene, y muchos, y el resultado es la posibilidad, siempre palpable, de que el lenguaje onírico se torne pesadilla a través del universo totalitario.

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