Cuando lo que realmente se impone en la existencia colectiva son los mandatos de quienes explotan los recursos de la sociedad de mercado, ya sea como doctrina o como moda, los más avispados, es decir, aquellos que están al acecho de cuanto ofrece perspectivas de negocio, traducido en dinero, no dudan en explotar comercialmente cualquier sentimiento personal. En esta actividad intervienen de manera organizada profesionales, empresas y el erario público, si encuentran un filón de emotividad para ser comercialmente explotado. De ahí que aireando debidamente lo que son sentimientos personales, elevados a un plano cuantitativamente representativo, pase a tener valor económico, con lo que noble sentimiento de unos, lo contaminan esos otros tocándole con la vara del poder y del vil metal.
En este punto se ha puesto de moda dar cobijo y cariño a esos seres que se han llamado mascotas, en gran medida para referirse a perros y gatos, que hacen compañía, cuya inteligencia y afecto hacia las personas despierta la sensibilidad humana hacia esos otros seres vivos, incluida, en ocasiones, hasta la más perversa. Conectar con ellas es procurar momentos de bienestar, aportando nuevas formas de vivir, retornando a lo sencillo y experimentado el efecto de recuperar una naturaleza casi ignorada. Su contacto cotidiano ejerce tal atractivo que pasa a ser un motivo para vivir, en un tiempo donde los alicientes existenciales responden a ocurrencias meramente virtuales.
Apuntada la situación, es significativa la actitud de los que se guían por el provecho mercantil, porque han encontrado en el afecto a estos habituales animales de compañía un negocio a explotar. Para hacerlo con seguridad y guardando las formalidades, han llegado a elaborar normas, se dice, que para garantizar su bienestar, pero que traducidas en términos propios de la sociedad de mercado, se ha visto como una fuente de ingresos públicos y privados, además de establecer sistemas de control, asumiendo mayor poder sobre los afectados. Aunque a salvo quedan los buenos propósitos dignos de espeto y modelo de progreso social, para poner limites al maltrato y las malas prácticas. Lo relevante es que se ha olfateado que lo de disponer de animales de compañía supone para sus tenedores un bien al que, como sucede con otros, la sociedad de mercado, en la que casi nada es gratuito, debe imponer un gravamen.
Por un lado, la burocracia no deja pasar la ocasión, aprovechando el sentimentalismo que afecta noblemente a una gran mayoría de personas, para crear nuevos impuestos. Incluso, invocando el bien de los animales, crear delitos y otras obligaciones para dejar constancia del poder de los que mandan. La parte empresarial hace su negocio aprovechando la misma situación. En general la protección animal crea empleo. Todo ello respondiendo al aprovechamiento del sentimentalismo de las personas hacia los animales de compañía.
En la llamada sociedad de las libertades, no estaría de más dar un toque de atención para limitar los agobios que imponen a las gentes sus mandantes, para permitir que se respeten los sentimientos personales y no pasen a ser objeto de explotación, en este caso, bajo la forma aparente de protección a los animales, ya que es un asunto que, en el fondo, les resulta indiferente porque velan por el interés de la recaudación y, en segundo término, por la salubridad. Pero visto como se prepara la infraestructura y las motivaciones con las que se acompaña el despliegue de poder burocrático sobre los tenedores de animales de compañía, parece que todo es altruismo, cuando está afectado por la idea de negocio, dejando en segundo plano el sentimiento de las personas. Sentimiento que, por otra parte, puede ser sacrificado, dada la presión burocrática, y lo que se instrumentaba como supuesta protección a estos seres se transforme en abandono masivo, entrando en el aspecto no deseado de la supuesta protección normativa.
Con leyes o sin leyes, el sentido común invita a proteger a los animales, a que se deje vivir a todos y no se explote su existencia como negocio pecuniario para una parte, salvo en lo indispensable. Se trata de que las personas disfruten con quienes sirven de medio de conexión con la naturaleza sin mandatos ni imposiciones. Hay que respetar sin trabas ese sentimiento de cariño hacia los animales de compañía y, en especial, el dirigido al más fiel de todos los que se muestran al alcance de hombre, y que aquel les corresponde a su manera. Una razón superior es que este sentimiento de aprecio mutuo, al menos, socialmente, alivia la pérdida de identidad que acompaña a la individualidad, dominada por la mercantilización de la existencia. Por tanto, no es el camino apropiado agobiar con imposiciones. En todo caso, ya en el terreno del puro negocio, tampoco se debiera pasar por alto que, en cualquier momento, se puede acabar con la fuente impositiva por cargarla con demasiadas obligaciones personales.
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