La gente de mi generación comenzamos a ahorrar tímidamente. Nos recrearon los oídos con cantos de sirena. Planes de pensiones. Inversiones en Sofico o en Telefónica. Prometían unos sustanciosos rendimientos y muchos pensamos que éramos unos capitalistas en ciernes. Al principio todo fue muy bien. Doce por ciento de rentabilidad, plusvalías legendarias, etc. Todo eso se fue deshaciendo como una pompa de jabón. Aun, todavía, muchos incautos cayeron en aquellas inversiones piramidales que prometían beneficios asombrosos. Todo ello quedó en nada. Los planes de pensiones adelgazaban con la inflación. Sofico se fue al traste y las famosas “Matildes”, que compramos hace más de treinta años, valen ahora menos de lo que nos costaron, sin tener en cuenta la inflación. Los sufridos pertenecientes a las clases medias no podemos jugar a ser banqueros. Como mucho podemos ahorrar cuatro perras para no pasar apuros en la vejez. Nuestra inversión consiste en darles a nuestros hijos la formación y el estilo de vida que nosotros no pudimos disfrutar. Los potentados países del Golfo Pérsico se están quedando con nuestros medios de comunicación, nuestras mejores calles de las ciudades, los equipos deportivos, etc. Ahora les ha tocado a nuestras queridas “Matildes”. Terminarán quedándose con los olivos, los espetos y las biznagas. Habrá que comprarse una chilaba y verlas venir. Mi buena noticia es que sigo conservando mi puñadito de “Matildes” desde 1999. Lo conservo como oro en paño. No valen mucho, pero me hacen rememorar aquellos tiempos en que me sentí un rutilante inversor en bolsa.
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