En otros estamentos parecería imposible normalizar según qué tipo de situaciones por sus efectos precarizantes e indolencia. Las mismas que sufren a diario este colectivo de profesionales, que por desgracia, se deducen en otros de mayor infortunio. Por descontado, evitaré el juicio pericial, que aquí no corresponde, del recurso técnico objeto de opinión y las circunstancias propiciatorias que han de concurrir para su correcta adecuación a las normas que regulan su uso.
La policía, que administra a diario la potestad de la fuerza como medio de coerción, siempre fundamentado en reconducir actitudes contrarias a la integridad de las personas, y en ocasiones, rellenando insuficiencias previas que parece no asumir nadie, son la significación del respeto que como sociedad nos debemos, y parte íntegra de nuestras libertades.
Una atribución ciudadana irresponsable y un nulo compromiso frente a las imágenes de violencia que en bucle reproducen la mayoría de los medios de comunicación, mostrando policías asidos en una especie de maraña humana lanzando golpes y a la vez, zafándose del que pareciera estar en la mayoría de los casos, ausente de la realidad, pero que empuja al resto a un riesgo incierto, es una evidencia clara de lo poco que nos exigimos como seres interdependientes.
Probablemente, el desarrollo de nuevos procedimientos pase por mejorar el umbral predictivo de las actuaciones, y no tanto en las capacidades físicas de la policía como barrera frente a la característica propia del ser humano de la impredecibilidad. Máxime, si ésta viene motivada por trastornos psicosociales. La todavía alarmante necesidad del <combate mano a mano> para la contención de comportamientos ominosos e incompatibles con los derechos elementales, al tiempo que proteger al individuo de sí mismo, acumula una violencia residual mayor que la causada en la provocación.
Las objeciones a la implementación de la Taser (dispositivo electrónico de control), cimentadas en la probabilidad de errar en las consecuencias o en su manejo, es tanto como pretender trasladar lo humano y social a una especie de clarividencia científica propia de una episteme fuera de época. Conviene recordar, que la policía es, y forma parte de esa misma realidad a la que observa e interpreta. De ahí, la enorme complejidad de proyectarse como valedores de un intrincado equilibrio. El síndrome de 'muerte súbita', en aquellas detenciones policiales ejercidas a través de técnicas físicas a personas que presentaban 'delirium' agitado, arroja una casuística que bien debiera interesar a la investigación clínica. Al parecer, las situaciones de gran estrés como la señalada desencadenan una respuesta fisiopatológica límite, en ocasiones no suficientemente justificada en personas sin patologías subyacentes.
El protocolo Taser, contempla para los casos considerados de 'emergencia médica', como en los demás supuestos previstos en el mismo, la asistencia médico sanitaria para la intervención. Ésta se activa desde el momento en que la evaluación técnica recomienda, conforme siempre a la opción menos lesiva para todos los implicados, el sistema de control alternativo.
El debate se presenta huérfano en lo que a la seguridad de los agentes se refiere. Una variable para muchos relegada, sí o sí, a la suerte del desempeño. Sin duda, un pensamiento adulterado que permite a algunas formaciones políticas direccionar sus discursos partidistas: unos hacia el vetusto y sacrificado 'heroísmo policial' y otros hacia una casualidad de pacifismo anarquista. El cual considera que dotar de medios a un poder represor merece, como poco, la reprobación moral e intelectual de todos nosotros.
Una vez más, y lejos de retóricas complacientes, todo hace pensar que el escollo real radica en cómo diluir la lógica, pero incómoda responsabilidad que vincula a toda acción. ¡Una costumbre muy lugareña, no creen?
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