Al paso del tiempo se están perdiendo los valores que inspiraron los juegos olímpicos y, especialmente el Maratón
Y no solo por la incorporación de nuevas disciplinas, sino por la pérdida de la mayor parte del espíritu que animó a aquellos amantes de los deportes, que a finales del siglo XIX, en Paris, decidieron reeditar la celebración de aquellos juegos olímpicos de la antigüedad, que se celebraban desde el siglo VIII a.C. en la ciudad helénica de Olimpia. En el año 1894 el Barón de Couvertin instauró el Comité Olímpico Internacional, que patrocino la celebración de los primeros juegos olímpicos de la edad moderna en Atenas. Transcurría la primavera-verano de 1896. Se inició con una serie de disciplinas –especialmente el atletismo- que han ido incrementándose a lo largo de los años. Posiblemente la más destacada –la que ha despertado más interés- es la que rememora aquella carrera que protagonizó Filípides en el año 490 a.C., entre Maratón y Atenas. Desde aquellos primeros juegos olímpicos, el maratón se ha venido desarrollando cada cuatro años a lo largo de 29 ediciones. No conformes con esto, se han ido celebrando maratones en diversas ciudades de todo el mundo. Asimismo se ha incorporado el maratón femenino. Todo esto ha traído consigo una gran popularidad del evento, con un despliegue económico y propagandístico a su alrededor. Y aquí surge lo que para mí desvirtúa el sentido último de la prueba. Se ha mezclado el deporte con la economía y ha perdido su esencia basada en el puro esfuerzo humano. Lo hemos podido comprobar en estos días, en los que una especie de superhombre ha conseguido recorrer los 42,195 Kms. en dos horas y 35 segundos. Para ello han tenido que concurrir una serie de circunstancias que dejan casi en segundo plano al corredor. Un grupo de “liebres” que le han acompañado a lo largo de la carrera y, sobre todo, “volar” sobre unas zapatillas milagrosas, carísimas y de un solo uso. Supongo que Filípides correría descalzo y “las liebres”, en forma de enemigos, correrían detrás. En la actualidad no concurren estas circunstancias. Pero nuestro extraordinario corredor Kelvin Kiptum contó con una serie de “ayudas”, que le permitieron correr mucho más que si se encontrara en su Kenia natal. Detrás de todo esto aparece la larga mano de los negocios. La venta, perfectamente programada, de las zapatillas. La publicidad diseñada alrededor del sector de las prendas y los aparatos deportivos y la manipulación genética y alimentaria de los deportistas convertidos en una especie de robot. Un invento para correr. Carísimo, exclusivo, de un solo uso y amparado por una investigación sustentada en millones de dólares de inversión. Muy lejos de las posibilidades de esos africanos, dotados extraordinariamente para la carrera por la madre naturaleza, que, sin quererlo, se sienten inmersos en unas ambiciones lejanas de las necesidades de su pueblo basadas en poder comer todos los días y tener unas chanclas de goma. Estimo que les convierten en una excusa para vender sus productos. Espero que estas conquistas para la élite se proyecten en mejoras para los miembros del “segmento de plata” a los que dirijo estas reflexiones. Ojala podamos tener fácil acceso a los fisioterapeutas, calzado cómodo y a las mejoras sanitarias que requieren nuestros maltrechos huesos. Asimismo es importante que manifestemos nuestro rechazo a esta desorbitada lucha por el record, que frustra los deseos de aquellos que se conforman con vivir el deporte como una actividad que les divierte y mejora su actividad física.
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