Uno de los mitos más extendidos en nuestra sociedad es que la economía capitalista en la que vivimos funciona o puede funcionar guiada tan sólo por una mano invisible que, a partir de la simple iniciativa individual, organiza todo el orden económico garantizando -automáticamente y sin necesidad de ninguna otra intervención- estabilidad y plena satisfacción de los intereses generales.
Es un mito porque la realidad muestra constantemente que las cosas funcionan de otro modo. La economía capitalista no es de libre competencia, sino que provoca una enorme concentración del capital y de la riqueza, de modo que el poder, la capacidad de decisión, también termina estando en muy pocas manos. Y, como consecuencia de ello, tampoco es cierto que todos los individuos disfruten del mismo grado de libertad en el capitalismo. Salvo en el sentido irónico de Anatole France: «Los pobres han de trabajar ante la majestuosa igualdad de las leyes que prohíben, tanto al rico como al pobre, dormir bajo los puentes, mendigar en las calles y robar pan».
En junio pasado, la revista Forbes publicó su conocido análisis de las 2.000 mayores empresas del planeta. Según sus datos, todas ellas acumulan riqueza por valor de 231 billones de dólares y 538 financieras poseen 171 billones de dólares. Teniendo en cuenta que la riqueza total que hay en el planeta es de 454,4 billones de dólares, según Credit Suisse, resulta que sólo esas 2.000 grandes empresas tienen la mitad de la riqueza mundial y las grandes financieras el 37%.
No es una mano invisible lo que mueve el mundo, sino esas grandes corporaciones que, disponiendo de esa inmensa riqueza, pueden comprar medios de comunicación, universidades, partidos, fundaciones, ong’s… y mantener en nómina a miles de periodistas, académicos, militares y políticos para que difundan la ideología y los mitos que permiten fortalecer su poder, como ese de la mano invisible.
El periodista estadounidense Thomas Friedman, tres veces ganador del Premio Pulitzer y columnista durante mucho tiempo de The New York Times, escribió un artículo en ese diario el 28 de marzo de 1999 en el que lo decía muy claramente, sin perder actualidad: «La mano oculta del mercado nunca funcionará sin un puño oculto: McDonald’s no puede prosperar sin McDonnell Douglas, el constructor del F-15. Y el puño oculto que mantiene al mundo seguro para las tecnologías de Silicon Valley se llama Ejército, Fuerza Aérea, Armada y Cuerpo de Marines de los Estados Unidos».
Esa es la realidad. No hay mano invisible sino un puño de acero que se oculta para defender los intereses de las grandes corporaciones. Eso es lo que hay, así se gobierna el mundo y eso es lo que explica el vasallaje de la Unión Europea y de los gobiernos en general ante el poder imperial de Estados Unidos. El gasto militar billonario (un negocio en sí mismo), los conflictos bélicos y la violencia no se producen en defensa de nuestras patrias, ni para defender a la gente corriente y hacerla más libre, como dicen. No es nuestra libertad la que defienden sino la de quien acumula riqueza y poder. A los ingenuos que no se dan cuenta de ello se les pueden aplicar las palabras de Goethe: «Nadie es más esclavo que el que se tiene por libre sin serlo».
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