Hace más de dos mil años apareció en Judea un hombre que no era político, pero que dejó a la humanidad el mejor programa gubernamental con el que se podría regir un país.
Sus consignas eran la paz y el amor. Cuando llegaba a ver a sus amigos, su saludo era, “La paz sea con vosotros”; cuando se despedía les decía: “Mi paz os doy, mi paz os dejo”. Su muestra de amor la dejó patente con su muerte; su programa político lo resumió en ocho máximas, llamadas Bienaventuranzas. Este hombre, solo me refiero a su condición humana, que se escabulló cuando sus seguidores quisieron nombrarlo su rey, fue traicionado por uno de los que componían su más íntimo círculo de amigos: Judas Iscariote. El precio de la venta del Ser Humano más grande que ha venido al mundo fueron treinta monedas de plata, treinta denarios acuñados en tiempos del Emperador Aurelio, que al cambio de la moneda de la UE, equivaldrían unos 50 euros. Poco valor ¿verdad? para lo que más vale en el mundo: una vida humana. Pues bien, hoy tenemos como Presidente en funciones de nuestro Gobierno a un hombre que no duda traicionar, vender y trocear a España, por siete votos. También muy poco precio para fragmentar un reino con más de quinientos años de historia. La pregunta siguiente es: ¿Se puede realizar esa felonía? No, si nos atenemos a que lo que pretende hacer es conceder amnistía a individuos que, por sus miserables y rastreros intereses políticos, y sin contar con el consentimiento ni la aquiescencia de la totalidad de los ciudadanos de la región catalana declararon a esta parcela de España independiente del resto de ella, afrontando todas las consecuencias derivadas de su fatua pretensión, empecinados en que cuando se les presente otra vez la ocasión volverán a hacerlo. La amnistía equivale en la guerra a un armisticio que es lo que se firma cuando dos países están en guerra y deciden deponer esta. Este ejemplo, posiblemente traído un poco por los pelos, fue lo que ocurrió a la muerte del dictador, cuando las dos Españas que habían estado enfrentadas en la guerra incivil, acordaron olvidar su disensiones y hostilidades, mantenidas durante cerca de ochenta años, para emprender una nueva andadura en la que, como en un abrazo de Vergara, se acabasen las desavenencias. Pero la inmensa megalomanía y egolatría de este hombre sin palabra y sin dignidad, que es capaz de desdecirse de lo que momentos antes ha dicho, pues era totalmente contrario, no hace mucho tiempo, a la concesión de una amnistía, hacen que se cisque en su palabra, no por 30 monedas, sino por siete votos que son los que necesita para mantenerse en el machito. Esa miseria de votos por los que quiere trocear a España nos va a ocasionar a los españoles tal cúmulo de adversidades e infortunios que, caso de que consume su alevosía, posiblemente, Dios no lo quiera, nos lleve a peligros indeseados y a abocarnos a ser arrastrados a una situación que creo que ningún español sano de mente, desea.
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