Las sociedades que cuidan a sus mayores para que tengan, simplemente, una vida saludable, son sociedades calculadoras: “edad, salud, costumbres e independencia”. Esos baremos, tratados con IA, nos dan el tipo de persona que interesa cuidar más; el tipo de persona que importa, pero menos; el tipo de persona que hay que mantener, sin más; el tipo de persona que ya no importa.
Nos guste o no, cuando se llega a mayor, los condicionantes de “independencia” y “salud” sitúan a las personas en determinados “apartheid”, perfectamente diseñados para que vivan “contentos” pero sin molestar con ilusiones e ideas que den trabajo.
Algunos, ya mayores, pillados por el avance tecnológico imparable... dependientes por culpa de la precariedad de sus pensiones... atascados sin solución de continuidad... NO PUEDEN REACCIONAR... La sociedad que ellos mismos formaron les ha devorados sin compasión: la ley de la supervivencia, la naturaleza salvaje que mata para vivir y el sentimiento feroz de la individualidad sin pertenencia, se convierten en una eutanasia silenciosa que con cuidados, dicen paliativos, van desconectando todos los cables que antes les permitía circular por la comunidad. Sólo queda DIOS; aquel SER al que renunciamos por la soberbia mediocre del que cree que no tendría fin. Nos agarraremos a ÉL, como decía un gran amigo mío:
“Espero la muerte con resignación y curiosidad. Con resignación, porque forma parte intrínseca de esto tan maravilloso que llamamos vida. Y con curiosidad, para saber, por fin, quién estaba equivocada: mis creencias recibidas, o mi inteligencia. (Lo malo es que, en el segundo caso, no voy a enterarme de ello...).
Entretanto, me acojo a su misericordia, y le pido perdón anticipadamente, si la inteligencia (¡que Él me dio para pensar!) ha llegado a conclusiones contrarias a las enseñanzas religiosas. Como suelo decir, en broma, "le doy a Dios la oportunidad de hacerme ver que yo estoy equivocado... Gracias, Señor, porque me has dado tiempo para pensar y porque te has acordado de un pobre hombre que, ciego, se acostumbró solamente a palpar para saborear. Gracias por acordarte de los muchos miedos que me rodean...”
|