Walter Benjamin, el gran pensador alemán, se suicidó en Portbou en 1940. Compartía con tantos otros genios el origen berlinés que me legó mi padre. Sabiduría y humildad lo hicieron paciente frente a la fogosidad de otros intelectuales contemporáneos. Él no quería ser considerado filósofo, por lo menos en el vulgarizado sentido de la palabra, se expresaba como un auténtico narrador: oraciones breves, ejemplos paradigmáticos para contrastar con un entorno moderno, enamorado de sí mismo.
El coleccionista (opuesto al consumidor fetichista de la mercancía); el flâneur (paseante con la guía del único mapa de su inquietud); el jugador (el intrépido que arriesga el pellejo sin culpa ni necesidad de certezas…).
He tenido la oportunidad de participar en el homenaje que le hizo la VIII Escuela de Estudios Benjamin el 22 al 24 de setiembre en Cataluña. Recorrí una parte de esta región que desconocía.
Disfruté del pueblo mágico de Portbou, donde frente al Mediterráneo se alza el memorial que conduce al muelle trágico que lo vio morir. El mar verde y azul, que también asombra en Lliança y llega a la costa de Cadaqués, donde se marca historia de moderado lujo junto a las voces sempiternas de Picasso, Dalí, Duchamp, los Busquets y toda esa intelectualidad añorada hoy. Porbou y sus alrededores, callejas con casas de floridos balcones, pequeños negocios de cercanía, hospedajes austeros y bellos.
La fantasmagoría de Benjamin descentra, va en busca de renovados conceptos singulares a través de las figuras del flâneur, del jugador y del coleccionista (recuerdo enseguida los cronopios de Cortázar). Lejos de la teoría canónica de la crítica, Walter Benjamin construye bases para una heurística sobre la historia, la obra de arte y la narración. Se acerca al lector, comprende el misterio de quienes escribimos y leemos. Y se opone al mito, va por la historización: el mito para él es miedo, repetición opuesta a la dinámica de la existencia…
Conferencistas de distintas partes del mundo se congregaron en ese paraje catalán para llevar al auditorio, inquieto y atencioso por cierto, un modo de razonar y exponer contra la desmemoria del sinsentido. En tiempos de crisis, cuando el signo se erige como si la significación fuera un proceso matemático…, Cari Oriol Serres, filóloga, disertó acerca de la evolución existencial de las cosmogonías de Benjamin. Interpretó a Franz Kafka en sus Cartas a Milena. Carme Aldkka Elorza, psicoanalista de orientación lacaniana, reversionó las ficciones de Benjamin a partir de su astuta expresión “Mientras haya un pobre, habrá mito” (mentre hi hagi un pobre, hi haurà mite). María Mailat, antropóloga y ensayista, profesora asociada de la Universidad París V, París VIII, nos instruyó (digitalmente) acerca del exilio alemán durante la II Guerra Mundial y Cari Oriol Serres y Pilar Parcerisas presentaron la reedición de “Las Sin sombrero”, de Tania Balló, entre tantos otros.
Asimismo, la filóloga, profesora emérita de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona y traductora Amalia Rodriguez Monroy refirió extensa y cabalmente a la película de Margaret Von Trotta sobre Hannah Arendt y su polémico comentario a propósito del juicio en Jerusalem a Eichmann (“la banalidad del mal”), mediante una interpretación acerca de la responsabilidad subjetiva del otro/Otro y del uno mismo, que despertó controversia y adhesiones. Allí, en Portbou, en la VIII Escola d´estiu, estaba el espíritu de Benjamin, a quien se le hizo finalmente un emotivo homenaje mediante una ofrenda floral y el “ángelus Novus” en su tumba.
A todos y a todas nos quedó la sensación de que cuando unos cuantos se inspiran en el deseo, tan lejano al goce, es posible insistir (pese a la contemporaneidad tan líquida) en una colectiva e imprescindible esperanza. Rescato, por ello, que para Walter Benjamin, en el análisis del momento singular y en riguroso detalle, es que se puede captar (para comprender) el devenir universal. Él prestaba atención a los sueños, redimía la fantasía y las expresiones del vivir cotidiano. No proclamaba objetivaciones artísticas. Lejos de los cánones de la época, incluso de la Escuela de Frankfurt, supo sentar bases hasta en la teoría crítica literaria sin amaneramiento alguno. Y el proceso económico e industrial, el capitalismo moderno, era para él una suerte de proto fenómeno complejo en el cual parecía retornarse siempre a “lo mismo”. Su exilio literario, el cuestionamiento a su identidad, su profundo trabajo en soledad, fueron recuperados en este curso, donde estuvieron presentes el amor y el saber. Acaso ¿se puede saber sin amar?
Gracias, Portbou. Este curso demostró que hay movimiento también permaneciendo. No se trataría, pues, de andar a los saltos…
|