A menos de un año de los comicios presidenciales en EE. UU., la partida ha comenzado. Aunque los candidatos están designados, el resultado de la votación y el tono de la campaña siguen rodeados de incertidumbre. Según un sondeo de la CNN sobre intención de voto, Trump, quien se perfila como claro favorito en el bando republicano, superaría actualmente a Biden con un 49 % de los sufragios, frente al 45 % del actual inquilino de la Casa Blanca.
Una cosa es segura: el próximo presidente deberá lidiar con un contexto económico muy diferente al de los dos mandatos anteriores. Exceptuando el paréntesis de 2020 y la recesión provocada por el COVID, las dos últimas presidencias han disfrutado de un crecimiento económico sólido, tipos de interés especialmente bajos y una situación de prácticamente pleno empleo. El precio a pagar ha sido un déficit elevado, con una deuda que debería rondar el 125 % del PIB a finales de 2024, según el FMI. Aunque la Fed recortara varias veces sus tipos hasta entonces, el coste del endeudamiento adicional amenaza con obligar al futuro presidente a aplicar cierto rigor presupuestario, ya se trate de Donald Trump, cuyo programa de 2024 concede una gran importancia a nuevos recortes de impuestos, o de Joe Biden, cuyo primer mandato ha estado marcado por el gasto público.
En un contexto internacional tensionado con perspectivas económicas sombrías, y en un momento en el que el Tío Sam se ha involucrado indirectamente en dos guerras, el consenso económico y la Fed cifran en un 55 % el riesgo de recesión durante los próximos 12 meses. El riesgo político se cuela, por tanto, en la agenda de los mercados financieros. En 2024, los inversores bursátiles deberán lidiar con un ingrediente adicional: la volatilidad.
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