Confieso haber vivido varios años en Argentina, durante el auge neoliberal de la última década del siglo XX, curioseando sobre la mentalidad, cultura e historia de ese país tan grandioso y sorprendente como dramático y desgarrado. Las privatizaciones y asimilación de políticas promovidas por organismos financieros internacionales de ese tiempo fueron un experimento controlado que pude seguir con mis propios ojos.
No estuve en automotores Orletti, pero más de una vez me ví entre la policía montada y fuerzas de choque sindicales, refugiado en un comercio que debió bajar la cortina metálica para proteger a clientes y transeúntes ocasionales como yo.
Enriquecedora revelación de capitalismo salvaje en un país semi industrializado, para alguien llegado de tierras donde la economía monoproductora y primaria no había ido mucho más allá de la estructura colonial y feudal.
En el afán de importar modernismo, gran parte de lo que el esfuerzo y prodigioso talento argentino había levantado, se esfumó en esa época como en un acto de prestidigitación.
Claudicar era la estrategia para convocar inversiones del presidente Carlos Menem, engendro de una corriente política cuya emblemática marcha prometía gobernar "combatiendo al capital".
La bipolaridad argentina, pude enterarme, hundía su raigambre en las guerras independentistas y la consiguiente interminable guerra civil del siglo XIX.
Los padres fundadores de la nación, criollos españoles renegados de su propia hispanidad, se habían adherido a la causa británica durante las guerras napoleónicas que convulsionaron a Europa. La relación fue tan notoria, que recién se proclamaron independientes en 1816, al año de consumarse la derrota de Waterloo.
Prosiguió la dialéctica entre federales y unitarios, subproducto del choque entre una élite sin autonomía de pensamiento y caudillos arraigados de tierra adentro. Hoy son considerados prohombres de esta patria figuras como Mitre y Sarmiento, impulsores y ejecutores de una limpieza étnica que para poblar y gobernar, empezó por despoblar.
La baja autoestima con que se aplicaron a sí mismos el concepto de "barbarie" contrasta con el ego desproporcionado de sus exponentes. Sarmiento, en una demostración de masoquismo racial y cultural, incluso hizo notar que la palabra "ignorante" era anagrama de "argentino", a lo que un detractor replicó que la misma relación existía entre "Sarmiento" y "mentirosa".
Los reyezuelos vendidos que mediaban entre los condenados a perecer y las metrópolis a las que hacían eco, gestaron un producto híbrido, incapaces como ambas corrientes eran de instalar un relato definitivo, que diera solución de continuidad a la guerra.
Las fuerzas antagónicas trazaron una historia, donde en materia de gobiernos, lo único ininterrumpido fue la interrupción: Yrigoyen, Perón, Frondizi, Illia, Alfonsín, De la Rúa.
Los candidatos que el domingo se enfrentaron, volvieron a encarnar esa vieja colisión entre visiones que bifurcan los senderos, duplican perspectivas y enfrentan relatos en Argentina.
Se impuso el discurso más extremista, sobre la propuesta tibia y complaciente de un postulante con itinerario sinuoso, que acabó desechado por feudos del interior que siempre habían respaldado a la fuerza política que representó.
Se deduce inevitablemente que el ganador se encuentra comprometido con los presuntos derrotados, hecho que anuncia inequívocamente una gestión más realista que su discurso. También confirmará un certero fallo del filósofo español José Ortega y Gasset, quien había observado, a su paso por Argentina, que los habitantes de ese país "detrás del gesto y la palabra no tienen acción consecuente". LAW
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