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"Sayonara Journalism"

He tenido la fortuna, o mejor dicho el infortunio, de leerme en estos días la obra del periodista Antonio Caño
Vicente Manjón Guinea
domingo, 26 de noviembre de 2023, 12:32 h (CET)

Digan la verdad


He tenido la fortuna, o mejor dicho el infortunio, de leerme en estos días el libro escrito por el periodista Antonio Caño, quien fuera director del egregio periódico El País. El libro, que se titula Digan la verdad, hace alusión a esa máxima periodística que cualquier profesional del periodismo que se precie debe buscar por encima de todo, aún a pesar de los intentos de manipulación y obstaculizaciones múltiples que se encuentre en el camino.


Hay dos ideas principales que me han quedado en la mente de la lectura de dicho libro. Una es el deterioro del periodismo actual. Un periodismo informativo que no es tal. Eso ya no existe. El periodismo ecuánime y veraz se ha convertido en mera propaganda. Ya nadie dice la verdad como tal. Porque la verdad no deja de ser relativa y con múltiples esquirlas. Se acabó para siempre la imagen idílica de esos periodistas llevados al cine, en películas como Luna nueva de Howard Hawks, Juan Nadie de Frank Capra, Los gritos del silencio de Roland Joffé o Primera plana de Billy Wilder, por poner algunos ejemplos. Periodistas que lejos de diferenciar en el lienzo de la vida el blanco del negro, fueron capaces de cubrir la tela con una enorme y variada gama de colores y tonalidades. De provocar en el espectador y en el lector la capacidad crítica.


Poco o nada, queda de aquella imagen de un periodista con el nudo de la corbata ladeado y flojo, con prisas siempre de un lado para otro, trasnochadores, fumadores y bebedores, no antes de terminar su artículo o su reportaje que, previamente, había sido desplantado de manera maleducada por un jefe que colocaba los pies sobre la mesa del escritorio. Periodista que, cuando por fin, cerraba la jornada laboral se iba caminando bajo la luz exigua de las farolas que iluminan el empedrado recién mojado a causa de los solitarios camiones del servicio de limpieza y de basuras. Con los pasos quedos y la tranquilidad interior de saber que, gracias a ese pequeño reportaje, había contribuido, de manera nimia y exigua, a colocar su pequeña pieza en el enorme mosaico de la Humanidad.


No queda nada de aquello, aunque puede que todo aquello fuera un cuento irreal escrito en la propia imaginación del periodista, iluso e ignorante, por creer que su esfuerzo valdría la pena para cambiar algo.


Aun así, ese romanticismo cinéfilo se ha terminado por corromper del todo. Sueños incumplidos y salarios indignos. Noticias dirigidas como si fueran altavoces de propaganda política parece que es lo único que importa hoy día. Dice Antonio Caño que el verdadero enemigo de la información está en la propaganda. Esa que se emite como la pólvora por las redes sociales. Por blogueros y youtubers que se jactan de no contrastar las informaciones y de ser los primeros en lanzar cualquier tipo de fake que les aumente el contador de visitas.


El periodismo informativo de ahora es la gran mentira. No es tal. Se camufla bajo esa etiqueta, pero en realidad es un periodismo de impacto, radicalizado y resentido que, lejos de informar, lo que busca es influir e incluso manipular sin recelo alguno. Ha echado sobre sus doloridas espaldas la capa sedosa y noble de los grandes actos humanitarios. Sin vergüenza alguna. Capa tejida con motivos tan nobles como el medio ambiente, la igualdad de las mujeres, la eliminación del racismo, la paz mundial. Se hinchan y llenan los espacios televisivos o las columnas de opinión de panegíricos indisolubles. Se alzan en un pupitre y con su altavoz de parcialidad creen contener a todo aquello que no comparta sus formas de ver tan impolutos ideales. Lejos del rigor periodístico y de la distancia que debe tener la mirada de cualquier gran profesional, se han convertido en meros panfletarios porque se han auto investido con la verdad absoluta.


La otra gran idea que he sacado de este libro, Digan la verdad, es la irreversible muerte del periodismo como tal. La prensa ha muerto. Ya no queda tiempo para sentarse abrir las hojas de un periódico a cinco columnas y leer el reportaje que, en profundidad, realizó un garante de la libertad, de esos amanuenses del cuarto poder. Dice Antonio Caño en su libro que «el periodismo es una profesión sencilla con una responsabilidad enorme. No conozco otra labor en la que sea tan grande el abismo entre la facilidad de su práctica y la gravedad de sus efectos».


Con la muerte de la prensa escrita ha llegado la muerte del periodismo informativo, porque este se ha visto inmerso en tener que competir con esa pedrada de youtubers, de periodistas tiktokers, de lanzadores de noticias de dos líneas en Twitter y en Facebook, que cuanto más rayano y más se aproxima a la absurdez, más seguidores tiene.


La era digital ha restado rigor al periodismo, hasta llevarlo a valores ínfimos. El sólo hecho de sentarse a leer un periódico en la mesa de un bar o en el banco de un parque lleva al lector a concentrarse y a empaparse de esa noticia conociéndola en profundidad y generando el interés de seguir conociendo los vericuetos y dudas que surgen, como en la vida misma. Con lo digital todo es más superficial, más sensacionalista. Nadie se libra de lo sectario y de dar una sentencia en menos de treinta segundos o dos miserables líneas.


Sayonara journalism, reza el título de este artículo. Sí. Hasta siempre periodismo. Ahora lo que nos faltaba por ver es a nuestro propio presidente, Pedro Sánchez, metido a presentador para dar voz a su propia propaganda. Ese es el gran periodismo que nuestros dirigentes quieren. El periodismo que tanto le gusta a Trump para influir en las redes sociales.


El rigor periodístico está condenado a muerte. Así lo han decidido nuestros panfletarios políticos en connivencia con los tiempos tejidos por las redes sociales y el marketing barato. Aquellos que con total irreverencia deciden meterse a literatos para ofrecernos su grandiosa obra como El escaño de Satanás, firmada por Esteban Gonzales Pons. ¡Ahí es ná! Qué curiosa ironía.


Ahora entiendo mejor que nunca aquellas palabras de Rafael Chirbes en sus Diarios sobre la política y la mentira: “lo que mejor soporta el paso del tiempo es la mentira. Se acogen a ella y la sostienen sin que se deteriore. En cambio, la verdad es inestable. Se diluye. Se asfixia. Se ahoga. Huye.” Sayonara baby.

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