God Jul! Kalle Anka, och hans vänner önskar!, ¡el Pato Donald y todos nosotros les desean a Uds. una feliz Navidad! es el lema tradicional en las navidades suecas. Desde 1958, cuando a un canal de la televisión sueca se le ocurrió transmitir el Pato Donald en cadena, las familias miran sus peripecias, que cambian cada año, vaya a saberse si con algún fin didáctico o como forma singular de recordar amablemente el nacimiento del Hijo de Dios. Digo “se le ocurrió” pues el Instituto de Cultura no ha logrado comunicar aún el para qué ni el porqué de tal transmisión.
Quizá, debido a que no hay interés de interpretar más allá de la ontología de los hechos, cada Nochebuena el mismísimo pato de Walt Disney congrega antes de la célebre cena a la familia sueca. Grandes y chicos, ateos o agnósticos, creedores o creyentes de distintas religiones, gracias a los canales de la televisión pública, todos ellos celebran la llegada de Jesús con un dibujo animado, cuya significación (deseo suponer) está lejos de aquel Ariel Dorfmann, chileno y del belga Armand Mattelar, críticos durante los años setenta del famoso pato. Dorfmann se rectificó cuando mudó a Norteamérica, de todas formas su texto ya nos había informado a los lectores y universitarios de entonces y pensar que en los medios de comunicación hay casualidades, sería hoy una franca ingenuidad.
Durante la Nochebuena de 2022, pude ver en Estocolmo a un Pato Donald en automático, copión en mi imaginario del Charles Chaplin en “Tiempos Modernos”: el pato se dedicaba en esa oportunidad a transmitir como un indiferente y prolijo dueño de fábrica, el esfuerzo obrero de la comunidad pata que construía juguetes navideños. Una especie de cámara subjetiva nos exhibía a los espectadores las partes fragmentadas de un caballito navideño (el caballo es un símbolo artesanal de Suecia, los hay en distintos formatos y colores). Cuestión que los patos obreros armaban y pintaban los caballitos rápidamente hasta alcanzar, muy monos ellos, el consabido resultado del flamante juguete. Y tal Nochebuena, el Pato Donald no solo me remitió en mi imaginario al talentoso Chaplin debido a la trama sino también a los conocidos sobrinos del pato, un calco cada uno del otro, repetidores de análogas conductas en ese lenguaje tan particular y optimista del Pato Donald, que desempeñó un rol de propaganda optimista durante los oscuros tiempos de la postguerra.
Mi hija, la familia sueca y yo reímos tal 24 de diciembre. Yo, confieso que un poco avergonzada de pensar en una sociedad (la mía, argentina) que atribuye perfección y eficiencia a un primer mundo un poco idealizado. En contraste, el entorno escandinavo exhibía “precisión y puntual labor” gracias al Pato Donald. Ello, en una sociedad de auténtica solidaridad social y bastante transparencia. Sin embargo, pienso, Suecia ha sido capaz también de dar a luz a Ingrid e Ingmar Bergman, a Stieg Larsson, a Henry Mankell; a Carl Larsson y a Greta Garbo, a Alexander Ekman y a tantos otros; a la propia Santa Brígida –copatrona de Europa-, a vikingos, buenos navegantes (y conquistadores…).
Ejerzo el vicio de buscar el sentido de las cosas incluso en la vida doméstica. He escrito y leído acerca de los sistemas de ideas, las políticas públicas, los supuestos Estados de Derecho, la influencia de los pensadores franceses, alemanes y argentinos sobre cómo disminuir el malestar en la cultura. Y conozco bien el ensayo de nuestra María Elena Walsh, admiradora en su tiempo del bienestar sueco. Recomiendo “El paraíso escandinavo”, un magnífico artículo de ella que data de 1979. Pero en este Siglo me hago esta pregunta: en una cultura que respeta sus tradiciones y es agnóstica, aunque de base luterana (por lo menos en aquello vinculado a la “autoridad y al valor ético de la palabra”), para celebrar el Nacimiento: ¿hay necesidad de introducir personajes foráneos? (el Pato Donald no es vikingo y poco representa a Jesús). Y otra: ¿creerán los suecos que el repetir constituye en sí mismo una tradición? Kalle Anka no participa de la Misa de Gallo ni se encuentra presente en la Nochebuena de los hogares de creyentes, agnósticos o ateos argentinos. Nosotros padecemos menor igualdad ante la ley, más corrupción y descalabros económicos, pero en la tradición del Nacimiento, parecemos sobrios en lo simbólico.
Por mi parte y donde me encuentre, veré siempre el Pato Donald: me divierten sus aventuras tanto como a mis nietos suecos. Pero en vísperas de Navidad, prefiero rezar y acordarme de Jesús (aunque nada les digo a mis nietos sobre su Pato Donald navideño).
God Jul! ¡Feliz Navidad para todos!
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