Los tradicionales inconvenientes que surgían al acudir a los servicios públicos, destacando en este punto las colas y esperas de los usuarios, tienden a ser superados, dado que empieza a ser, según dice la propaganda, una exigencia de la sociedad actual. No hay que pasar por alto que este país se ha embarcado en la nave del progreso —entiéndase progreso mercantil, y no social—, que afecta a casi todo, y se empeña en vender, al que escucha el discurso progresista, que todo va a mejor, aunque la mejoría solo sea para los bolsillos de algunos, mientras que, para los demás. los avances se resistan a aparecer más allá del terreno virtual. En el marco de esa intención de mejorar, ha cobrado estado lo de la cita previa —aunque aparece y desaparece a voluntad del promotor—, que ha venido para solucionar problemas o, quizás, para crear otros. Al margen de la problemática, habría que señalar su contribución al saneamiento del debilitado negocio telefónico y para animar el consumo de datos en internet. Incluso, buscando el punto de referencia del nuevo modelo de ese progreso importado, fundamentado en la atenta desatención al usuario, inevitablemente habría que acudir al entramado surgido con ocasión de la pandemia, todo un experimento social, político y económico, del que se han extraído importantes conclusiones, que han permitido dar paso al nuevo modelo burocrático.
Eficaz para aliviar el problemas de las esperas interminables para el usuario, y evitar que si se camina por libre le den con la puerta en las narices, de entrada, el beneficio apenas compensa, ya que le hace dependiente del momento; de tal manera que tiene que aparcar otros asuntos para correr a cumplir el compromiso adquirido con la cita, tras una larga espera. Por otro lado, debe de prescindir de la oportunidad y la urgencia esperando, aunque sea en la poltrona de su casa, que llegue el día y, tal vez, encontrarse con el mismo problema que si esperara resignado en la fila de antaño. En definitiva, con la cita, el tiempo se le escurre entre las manos y se limita a alargar lo inevitable. Aunque se dice que el usuario ha ganado mucho con lo de las citas, porque ya no tiene que esperar haciendo una larga cola, a veces, continuando con otra cita tras la cita previa, ahora solamente se trata de la espera en la cola normalizada, atento a que una pantalla o una debilitada voz le autorice el acceso al designado para resolver su asunto, con la casi certeza de que no resolverá nada o casi nada, ya que si pierde la vez, debe repetir la misma función, a la espera de pasen los días y continuar con el mismo ritual, hasta que cumpla con los requisitos exigidos.
Tratándose de la burocracia pública, sin duda, la cita previa ha sido bien recibida porque muestra sus evidentes beneficios, ya que permite estar a la modalidad de trabajo tasado. Un método adaptado a sus conveniencias para hacer más llevadera la jornada laboral, evitando agobios, y permite cortar el patrón de trabajo a la medida, ya sea para dedicar un tiempo, debidamente retribuido, a conciliar o al merecido relax. Incluso, si es posible, compatibilizar con el teletrabajo, porque resulta mucho mejor. Cuando aparecen en escena pequeños problemas puntuales son fáciles de obviar. Tal es el caso de que las solicitudes de citas previas se desborden y acaben poniendo en evidencia la ineficacia del servicio, la solución es no recibirlas, descolgando el teléfono o silenciando internet. Si se trata de solicitar citas por enfermedad, es suficiente con demorarlas hasta que el enfermo no precise del servicio, ya sea porque ha sanado o porque ha causado baja definitiva. Asimismo, no hay que pasar por alto que, al crearse un estado de sumisión para los afectados de la cita previa, el poder residual que detenta la burocracia, amparada en formulismos normativos, se incrementa considerablemente.
Evidentemente que la cita previa es útil, para algunos usuarios, y necesaria para la burocracia, porque aspira a esa meta, generalmente demandada, de trabajar lo menos posible. La cuestión es que lo de la cita previa, en parte obviada por algunos servicios públicos, ahora se extiende en otras direcciones. Atenta a esa utilidad, la burocracia privada no ha dejado pasar la oportunidad de hacerse notar y aplicar la fórmula del trabajo tasado, para limitar la jornada laboral y mejorar el rendimiento de sus empleados. La delantera la han tomado los empleados de algunas de las grandes empresas de servicios, al menos las más aventajadas, y han impuesto el mismo sistema. Resultando que como, en ciertos asuntos, hay que pasar por el aro, el que no traga con la cita por obligación queda excluido como cliente, y que se busque la vida en otra parte, porque no le necesitan, puesto que ya ganan dinero suficiente. Algo más rezagados caminan los negocios menores, pero están en ello. De manera que, tal y como marcha el asunto, cualquier día se exigirá cita previa, sea por teléfono o internet, para adquirir productos de primera necesidad en la tienda de la esquina. Parecería como si algunos mercaderes, tratando así a la clientela, quisieran tirar piedras contra su propio tejado espantando a potenciales consumidores y usuarios, pero no debe ser así, porque los consumistas han llegado a tal estado de sumisión a las reglas que se les imponen en el discurrir de su existencia, que están perdiendo lo que quedaba de su identidad personal.
Llegados a este punto, si todavía hay alguien que se oponga a la cita previa, no tendrá más remedio que doblar el espinazo y someterse a los nuevos mandatos, integrándose en las exigencias que se imponen en la sociedad del progreso.
|