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Lo que se observa

La doctrina capitalista ha cumplido su papel: trata de alimentar el jolgorio permanente, lo visual sobre lo real, la pantomima, las estupideces diversas...
Antonio Lorca Siero
viernes, 19 de enero de 2024, 10:54 h (CET)

Lo que se observa es una nueva sociedad construida desde el mercado, bajo la protección de la política y la colaboración de los medios, asumida pacíficamente por las gentes de buena parte del mundo, donde se respira un cargado ambiente de falsas libertades. Auspiciada por los intereses del mercado y la política, hay que señalar que la doctrina capitalista ha trabajado de forma eficiente para transformar la sociedad, sin levantar sospechas, a medida que pasa el tiempo, poniendo el foco de atención en el individuo. Para continuar medrando, la sociedad de mercado precisa consumistas convencidos, y a ello han contribuido el empresariado y los políticos.


El problema radica en que cuando se producen interferencias en el desarrollo de la individualidad, el proceso natural se falsea porque, en unos casos, modifica su identidad y, en otros, el sentido de la misma, debido a que la voluntad no existe, porque está contaminada. El individuo ya no colabora en el fin social, sino que queda condicionado por las intromisiones y no es libre —entendiendo por libertad, vivir conforme a la razón particular, pero dentro de las normas sociales, actuando en el marco que éstas le permitan en el desarrollo de su personalidad—. Asimismo, la tendencia a la uniformidad, dentro de la diversidad aparente, es un obstáculo calculado para evitar el despliegue de la individualidad, ya que es obligado imitar y tratar de diferenciarse a tenor de lo que marca la moda del momento.


De esta manera quiebra el espíritu de autonomía individual en beneficio de posicionamientos que no necesariamente responden al interés general, aunque se camuflen como tales. Junto a la doctrina, los grupos de interés, convertidos en privilegiados en base a conveniencias comerciales, pasan a ser intocables y el individuo común es obligado a pasar por sus exigencias, la individualidad pierde su independencia de criterio y, en general, la sociedad queda influenciada por nuevas creencias asociadas a la doctrina. De otro lado, la pluralidad es un problema práctico a resolver en una sociedad que camina hacia el imperialismo totalizante, por tanto, hay que uniformarla en el marco de las creencias políticas y comerciales.


Conducido por las exigencias de la elite económica, el hombre libre, acosado en todos los frentes, no es persona ni miembro de un país, se le ha transformado en consumista apátrida, un número en el mercado global. En el proceso, la política cumple con su parte en la función de adoctrinamiento de forma más completa y efectiva, porque la ciudadanía es conducida bajo la amenaza de la represión, desde la autoridad, invocando el imperio de la ley, y si se reclama la identidad de lo propio se le trata de subversivo. Invocando la razón, que no es otra que aquella que obedece a los intereses del sistema, el individuo ha sido privado de algo fundamental para la existencia, el sentido común.


Una labor que la doctrina trabaja desde la más tierna infancia, modelando la personalidad del sujeto para irle transformando en ciudadano zombi, al que se le exige compartir un modelo de existencia entregado a cumplir con los cánones político-sociales dominantes. El resultado es que, desempeñando su papel, no interviene en la marcha del progreso de la sociedad, se inhibe de la tarea que le corresponde, permitiendo que la minoría dominante le suplante, y solamente su existencia tiene por objeto la entrega a la oferta de bienestar dirigido que dice procurarle la sociedad de mercado. Los valores languidecen, porque todo es doctrina. Falto de alicientes y criterios personales, el individuo es víctima de la sumisión que imponen los intereses dominantes a través de los diversos medios, porque debe creer tanto en la publicidad como en la propaganda, ya sea por resignación o simple incapacidad para reflexionar por sí mismo.


La doctrina ha cumplido su papel construyendo un mundo de creyentes en el mercado y en los tópicos que ofrece la política, pero no hay que prescindir de otros componentes para hacer creer a las masas en este modelo de sociedad global como el mejor de los posibles. Se trata de alimentar el jolgorio permanente, lo visual sobre lo real, la pantomima, las estupideces diversas, con lo que hay que entenderla como sociedad del espectáculo, que camina hacia la decadencia, entregada a la pura complacencia y asumiendo el sentido comercial del bienestar.

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