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​Albóndigas

Algunos de esos corazones, hoy solo contornos, experimentarán el inevitable “efecto ratatouille”
Abel Pérez Rojas
lunes, 22 de enero de 2024, 12:45 h (CET)

I


La señora Benita ha alcanzado cierta fama por su guiso de albóndigas en salsa roja.


Algo tiene la receta de esferas de carne, que, dicen los más fieles devotos a la sazón de doña Tita, como le llaman sus conocidos de cariño, que es inevitable el “efecto ratatouille”.


Es por ese mentado efecto que todos los días los hambrientos burócratas en funciones de comensales abarrotan el insuficiente local de la popular lonchería “La sazón de Tita”.


“La sazón de Tita” es muy vieja, casi tan antigua como –sin exageración–, La Purísima, el barrio compuesto principalmente de pequeñas casas que fueron construidas por trabajadores ferroviarios.


Los convidados a la mesa quedan tan satisfechos y es tanto el cariño a la regordeta morena, que, dicen sinceramente, que cada vez que Tita prepara albóndigas, una parte de su corazón queda impregnado en la mezcla de la carne molida de res.


Hay un recurrente comentario de broma: “Tita tiene un corazón tan grande que le alcanzará para todas las veces que prepare albóndigas; nadie se quedará sin probar al menos alguna vez su manjar”.


II


La Purísima es un barrio que tuvo su origen a la orilla de las vías del ferrocarril.


Cuando Porfirio Díaz impulsó la expansión ferroviaria por gran parte del territorio nacional, surgieron  pueblos y comunidades en torno a los colosos de hierro y vapor.


Como un conjunto de pequeñas casas de adobe a las espaldas de los talleres de locomotoras, La Purísima creció poco a poco hasta convertirse en el bello suburbio de mediados del siglo XX y la pintoresca referencia que es hoy.


Allí, en el corazón de ese lugar, en la esquina formada entre Héroes de la revolución con Insurgentes de la patria, está “La sazón de Tita”, construcción añeja que todavía conserva forja en sus ventanales, vigas con polines que alguna vez fueron usados en las vías del tren y algunas partes de muros levantados con escombros.


III


—Hay que mezclar bien la carne con el perejil, el huevo y la cebolla. También hay que ponerle cilantro, ajo en polvo, pan molido y paprika, le explica con detenimiento Benita a Julia, la más pequeña de sus nietas.


La pequeñita asienta, toma nota en su teléfono móvil y de vez en cuanto toma fotos y videos de algunos detalles de la explicación.


Julia muestra tanto interés que Benita tiene la corazonada de que la cría será la sexta generación de “oficiantes” de la receta orgullo familiar.


—Una vez formadas las bolitas de carne hay que colocarlas en un refractario para horno con mucho cuidado para que no se batan, continúa explicando la abuela a la despierta niña que en un par de semanas ingresará a cursar el segundo grado de primaria.


Ensimismadas en ese momento mágico entre abuela y nieta, ambas mujeres están lejos de pensar que el origen del platillo es árabe y no italiano como cree la mayoría de personas, pero eso qué importa cuando la cocina se convierte en un lugar de comunión intergeneracional.


IV


El llamado “efecto ratatouille” surge de la más famosa de las escenas de la película Ratatouille de Disney.


Trata de un episodio en el cual se recrea la confluencia entre recuerdo, felicidad e infancia, originada por la exquisitez de cierto platillo; en el caso de la película, de un platillo de verduras.


Cuando el comensal siente que la suculencia de alguna elaboración gastronómica le retrocede en el tiempo y le recrea el sabor y contexto de hogar, entonces, se está en presencia del “efecto ratatouille”.


—¿Quién no ha sentido alguna vez el “efecto ratatouille”?, piensa el más reciente “convertido” a los artilugios de la nacida en una familia conservadora de la fórmula que hasta los vegetarianos son tentados a probar.


V


Un paquete corta los aires, luego otro, otro más y decenas más cada vez que el tren de carga pasa en la madrugada frente a lo que fue una floreciente estación de ferrocarril, pero que ahora solo es patio de maniobras.


Siluetas en la oscuridad se estiran, parecen de goma.


Son las figuras de migrantes principalmente centroamericanos que hacen malabares para no perder el equilibrio, pero hacen lo que parece imposible para atrapar alguno de los paquetes arrojados.


A la orilla del tren mujeres con brazo de beisbolista siguen aventando los envoltorios.


Tita y un grupo de comadres sudorosas regresan a sus casas en medio de la oscuridad.


Pese a la penumbra se adivinan sonrisas en los rostros curtidos. Satisfacción de haber hecho al menos un acto de bondad al día.


En el lomo de “La Bestia” se alejan historias detrás del anonimato muy particular que solo la migración indocumentada da.


Quién lo diría, en medio de las sombras, el temor y la angustia, montados en el llamado “tren de la muerte”, algunos de esos corazones, hoy solo contornos, experimentarán el inevitable “efecto ratatouille”.

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