Érase una vez un comediante que andaba loco por encontrarse con el drama y la comedia a pierna suelta, con toda su expresión, y a ello dedicó gran parte de su vida. Incluso cuando le ofrecieron irse a un gran curso intensivo de teatro subvencionado por la administración, no dudó en apuntarse y demostrar que aprendía rápido y sabía mostrar su genial valía.
Su trabajo de funcionario, entonces seguro, lo dejó algo aparcado por sus sueños de interpretación. Aún se podían hacer esas cosas para intentar ser auténtico en cuanto a futuros predecibles y bohemios.
Eran tiempos en que a veces a algunos jóvenes les entregaban dádivas para que pudieran cumplir sus sueños culturales, sus deseos más grandes de evasión y de expresión. Y se hizo actor. Y comenzó una carrera larga e intensa, para mostrar al mundo que era muy válido removiendo el humor y las conciencias de la gente utilizando su propia conciencia de actor.
El amor le llevó también al teatro, y se dejó llevar. Llegó hasta la cuna del teatro clásico por excelencia y se convirtió en director teatral, jugueteó con Lope, Calderón, Cervantes, etc. Ofreció estos autores por toda España, pero sin moverse del Corral de Comedias, joya que cuidó desde siempre, quien le dio nombre a su propia compañía estable, Corrales de Comedias, C+C.
Los adolescentes llegaban en numerosos autobuses a la ciudad de Almagro, los veíamos comiéndose los bocadillos en su gran Plaza Mayor, tras pasar al teatro, fotografiándose para el recuerdo en el caballo de Diego de Almagro y comprando objetos de regalo para sus madres, siempre tras intentar entender el teatro clásico por excelencia, ese que nos hace pensar a todos en la rueda de la vida.
Luego se mudó a empresario. Como tal, muchas fueron las tardes que ofreció al público adulto, completando numerosas colas de mucha mierda en los soportales de esa misma Plaza Mayor, ya saben, lo que equivale a decir de mucho público, incluso entró en la programación del Festival Internacional de Teatro Clásico de Almagro. Su sapiencia teatral lo llevó a interpretar y a dirigir obras en el Claustro del Museo Nacional del Teatro, también en la llamada Iglesia de las Bernardas, de la misma ciudad. Toda una labor destinada al teatro en su mayor expresión.
Una pandemia injusta hizo que los espectadores acudieran menos a presenciar su arte, se viajaba menos, se acudía menos a los escenarios y por si le faltara algo por probar como profesional de la comedia, se convirtió por estos motivos en bululú, en bululú de los bululúes, es decir en un nuevo comediante para las obras de un solo actor, ese que es capaz de actuar y lanzar varias voces delante de una aglomeración o tumulto. Y ahí sigue ofreciendo su arte en plena Plaza de Almagro. Se llama Antonio León y lo sabe todo sobre el teatro. Siempre subido al carro de Tespis. Contrátenlo en los pueblos, ahora él lo pide como bululú, como un gran actor.
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