La verdad es que acudo a la cita con Paco Roca con el propósito de hablar con él acerca de su nuevo cómic, ‘El abismo del olvido’ (Astiberri), publicado conjuntamente con Rodrigo Terrasa. Sin embargo, apenas ha transcurrido una semana desde que Radio Televisión Española le dedicase uno de los programas de la serie ‘Imprescindibles’. Así que el dilema está servido. ¿De qué le pregunto? Pero la disyuntiva se disipa con rapidez. Lo mejor que se puede hacer con Paco Roca es hablar sobre Paco Roca, a quien conocí a comienzos del año 2008, cuando recién había publicado su ya eterno álbum ‘Arrugas’, con el que empezaba a derribar barreras y eliminar prejuicios sobre la capacidad del cómic como medio de expresión artística. Ya en aquella primera entrevista, el artista valenciano se mostraba absolutamente convencido de que todo, absolutamente todo, se puede contar mediante el lenguaje del cómic. Y a demostrarlo se ha dedicado a lo largo de sus sucesivas entregas. En ese sentido, Álvaro Pons, otro monstruo del mundo del cómic, hablaba en Babelia de «la magistral perfección a la que ha llegado Roca para crear imágenes que se clavan directamente en nuestras retinas y nos revuelven la conciencia». Paco ha conseguido convertir en realidad su ilusión de siempre: contarnos la vida, con sus memorias y desmemorias, en dibujos hablados. Con sus rotuladores y lápices es capaz de trasladar al papel cualquier cosa que se le venga a la cabeza. Y su trabajo ha elevado más aún, si cabe, la categoría del arte de la historieta. Galardonado con el Nacional de Cómic y el Premio Eisner, entre otros muchos reconocimientos, Paco Roca necesita poca presentación. Y desde hace un tiempo se ha salido de la viñeta de papel para extender su actividad a otros territorios, como los murales urbanos. Ha bajado el cómic a la calle, lo ha puesto en circulación, lo ha incorporado a nuestras vidas como una parte más de la existencia. De todo ello, por supuesto también de ‘El abismo del olvido’, cuya autoría comparte con Rodrigo Terrasa, y de otras muchas cosas hablamos el primer viernes de febrero en una cafetería del barrio de Patraix. Por la calle pasaba el frío, aunque no mucho. Este año el invierno nos lo ha dosificado a cuentagotas. Al fondo de nuestra conversación soplidos cansados de la cafetera, tráfico de croissants y tostadas y el deambular de otras personas que, junto a nosotros, desayunaban o bebían café. Paco hablaba sobre detalles del mundo de la edición. Conecté la grabadora. Justo entonces. In medias res. Piloto rojo encendido. Y lo que sigue es lo que registró durante nuestra charla.
PR.- …Acabamos de vender los derechos de ‘La casa’ para Sudamérica. El sudamericano es un mercado complicado. Allí los cómics resultan muy caros, porque veinte euros, que aquí es un precio más o menos razonable, los convierten casi en un producto de lujo para países como Argentina o México. Además, hemos tenido también algunos problemas en la distribución. No sé lo que ocurre, pero siempre hay algo que hace que la cosa no termine de funcionar. Y es una verdadera pena, porque es un mercado con un potencial enorme.
HC.- Paco, me sabe mal que te hayas tenido que quitar el pijama para acudir a esta entrevista, aunque a estas horas tan tempranas no sé si quedaría demasiado bien venir vestido así… PR.- Cada vez lo llevo menos tiempo. Hoy tengo un día de locos: una firma, unas reuniones, una tertulia y la inauguración de la exposición de ‘Regreso al Edén’ en Riba-roja. Ya no me quedan días tranquilos. En el ‘Imprescindibles’ del otro día, Elvira Lindo decía que, cuando las cosas te van bien, se produce una especie de conspiración para que no sigas trabajando. Y es cierto. Durante este año he conseguido seguir produciendo al mismo nivel, pero al precio de no disponer de tiempo para nada más. Y por ahora he de seguir así.
HC.- ‘El abismo del olvido’ nos cuenta la historia de Pepica, una mujer cuyo padre, José Celda, fue fusilado como tantos otros en las proximidades del cementerio de Paterna y arrojado su cadáver a una fosa común, la número 126. Apoyada por la Ley de la Memoria Histórica, Pepica peleó lo indecible ante las instituciones para recuperar los restos de su padre. Reencontrarse con sus huesos significaba rescatar la memoria, que los vencedores de la guerra civil hurtaron a las familias de los miles de hombres y mujeres fusilados durante la posguerra y “enterrados” en lugares anónimos. ¿Cómo se tropezó Rodrigo Terrasa con esta historia? PR.- Él es periodista y siempre se mueve con temas de actualidad. Todo surgió cuando se excavó la fosa 126 del cementerio de Paterna y fue noticia que habían aparecido unas botellitas debajo de los restos. Rodrigo investigó el asunto, entrevistó a Pepica, habló también con la hija de Leoncio, el enterrador, y se quedó con la idea de que era un tema que daba para bastante más. Y me lo comentó. Aunque yo ya había publicado ‘Memorias de un hombre en pijama’ o, incluso, ‘La Encrucijada’, quería probar ese camino de la no ficción, darle una densidad al cómic que, cuando narras desde el punto de vista de la ficción, no puedes conseguir. De repente, este asunto me encajaba por todos lados. Podía colaborar con Rodrigo y contar una historia que recogía testimonios, permitía dramatizar una parte desde la ficción y, al mismo tiempo, arrastraba un carácter periodístico que te exigía hablar del contexto de la represión, de lo que es una exhumación, de la Memoria Histórica.
HC.- Sin duda que la dureza del asunto ha condicionado el tono que le has imprimido a la narración. PR.- Sí, claro. A veces, como sucedía en ‘Regreso al Edén’, el tono te lo proporciona algo que encuentras y que, aparentemente, no tiene mucho que ver con lo que llevas entre manos. En ‘Regreso’ el contrapunto y la melodía me la ofrecían la historia de Don Milán, que le aportaba una cierta poesía y cambiaba el relato. En ‘El abismo’ el tono proviene de los enterramientos y del contexto histórico de ‘La Ilíada’. Unos amigos arqueólogos me explicaron que los enterramientos son una necesidad, un fenómeno humano, igual que el ritual que les acompaña. Y en ‘La Ilíada’ esta necesidad también estaba presente. Entonces me vi con dos historias paralelas y, de repente, la estructura narrativa se convirtió en otra cosa. Todo comenzó a funcionar. La segunda historia que, en el fondo, es el tema principal del cómic, fue modulando y complementando todo lo demás.
HC.- Obviamente, no te ha quedado mucho hueco para el humor. PR.- No, no, qué va. He intentado meter alguna cosa, pero es muy poco. Apenas nada. Nunca había narrado una historia tan dura. Normalmente, puedo llevarlo por otros lados, pero en este caso no. Se trata de un material muy encorsetado, porque está anclado en la realidad y cuenta unos hechos demasiado concretos, que no me permitían muchas alternativas.
HC.- En el álbum explicas que la especie humana es la única que entierra a sus muertos. PR.- Sí, es algo sociológico. Desde que el ser humano vio que la muerte era un asunto trascendental, porque daba sentido a la vida, el neandertal y el homo sapiens empezaron a enterrar dignamente a sus muertos, mediante un rito funerario. Era un signo de respeto. Por otro lado, es algo absolutamente imprescindible. Como afirman los psicólogos, necesitamos que ese ritual nos permita pasar página. Si no haces un funeral a tus seres queridos es algo que se queda pendiente. Durante la pandemia mucha gente no pudo asistir al entierro de sus muertos, ni despedirse de ellos. Y eso crea un trauma. No nos cabe en la cabeza que una persona viva, ya no lo esté al día siguiente. Y debemos reanudar nuestras vidas. Hemos de despedirnos y asumir que, a partir de ese instante, la situación ha cambiado. Es algo que siempre ha estado ahí. Lo vemos también en ‘La Ilíada’, cuando Patroclo se le presenta a Aquiles y le dice “si tanto me has querido por qué no me entierras dignamente” y cuando Aquiles roba el cuerpo de Héctor, que es la aberración más grande. Son acontecimientos tan importantes que, al concluir una batalla, se fijaba un tiempo para permitir que cada bando recogiese a sus muertos. Es algo genético y cuando te das cuenta de eso, comprendes la crueldad del régimen franquista, que negaba a las familias un entierro digno y la posibilidad de efectuar un rito de despedida. Y digamos que todo eso lo puedes entender bajo la dictadura, que quería eliminar y castigar a los perdedores con total crueldad, pero no puedes comprender esa misma actitud en democracia. Se dice con otras palabras, no mirar el pasado, no remover todo esto, dejar a los muertos en paz, etcétera… Pero es lo mismo. Por humanidad necesitamos un entierro digno y un ritual que nos permita mostrar en público nuestro dolor.
HC.- Pero, como relatas en ‘El abismo’, quizá hoy la situación sea incluso más hipócrita, porque se niega esa posibilidad a las familias republicanas, mientras que los caídos de la División Azul, son repatriados y se les rinde honores. PR.- De hecho, eso ha ocurrido tanto con gobiernos socialistas como del PP. Cuando fallece un alpinista en la montaña, los gobiernos, aunque saben que está muerto, hacen un esfuerzo para rescatar su cuerpo y repatriarlo. Es lo normal. Como español, piensas que merece un entierro digno y sus familiares un ritual de despedida. Lo mismo sucedió cuando falleció un militar en Afganistán y con los miembros de la División Azul que, como seres humanos, también merecen ser enterrados. Sin embargo, a los muertos republicanos se les trata de otro modo. Hay víctimas de primera y de segunda, y el gobierno ni siquiera se preocupa por exhumar e identificar a las de segunda. Han de encargarse de ello las propias familias, a las que se les concede una ayuda económica o no. En este contexto, enseguida te das cuenta de que pasa algo raro con este asunto.
HC.- Quizá para relajar un poco el tono de la entrevista, mientras la preparaba releí unas cuantas historietas de ‘Memorias de un hombre en pijama’, ¿echas de menos estas tiras? PR.- La serie del ‘Hombre en pijama’ me vino muy bien, aunque ahora la he parado. Muchas de aquellas ideas sigo desarrollándolas a través de la radio. Cada quince días participo en el programa de Pepa Fernández y de esta manera cubro la faceta humorística que tenía la serie. Como guardo escritas mis colaboraciones, quizá algún día las retome y convierta en cómic.
HC.- Has apostado de nuevo para ‘El abismo del olvido’ por el formato apaisado. ‘Mucho Guerrero del Antifaz’, ‘Jabato’, ‘Capitán Trueno’, ‘Cachorro’ y ‘Hazañas Bélicas’ has leído tú. Este formato, que tan complicado es de guardar en las estanterías, ¿qué ventajas representa para tu trabajo? PR.- Je, je, je… Sí, me gusta mucho este formato. Me permite un tipo de narración que la página vertical no me ofrece o yo no soy capaz de conseguir. Puedo dividir la página en varios niveles, un nivel de observación, por ejemplo, y otro más narrativo, así como utilizar unas cosas para ambientar y otras para narrar lo que sucede. En resumen, me da mucho más juego. Es verdad que a la gente, en algún momento, puede parecerle un poco confuso, sobre todo porque mis historietas llegan a un público que no es lector habitual de cómic, pero a fin de cuentas da igual. Yo pruebo. Si no funciona, cambio el rumbo. En ocasiones, sucede que, con este formato, tires por donde tires, se entiende igual, porque el cómic posee ese modo de lectura, que lo convierte en algo único, y que consiste en que todo sucede a la vez. Puedes ir hacia delante y hacia detrás en el tiempo sin ningún problema, como una especie de Doctor Manhattan. Por otro lado, el formato apaisado me permite jugar con la estética. Si abres la doble página, te encuentras con una visión panorámica, que te proporciona una sensación lectora más pausada, más íntima y cercana, lo que no ocurre con el formato vertical. Y eso es algo que le viene muy bien a este tipo de narraciones.
HC.- ¿Te manejas con un guión muy rígido o la propia narración te indica el camino a seguir? PR.- Improviso mucho en el guión, pero al acabarlo procuro tenerlo lo más cerrado posible. Mi forma de trabajar consiste en disponer de casi todo el material y comprender la historia. En este caso, la iba entendiendo conjuntamente con Rodrigo, con quien comentaba todo lo que surgía. Y a partir de ahí creo esquemas. Sin embargo, es verdad que pasó más de un año a lo largo de ese proceso y que durante todo ese tiempo encontré dudas y generé distintas soluciones. Cuando empiezas a convertir el guión en dibujo, es cuando de verdad comprendes todo el conjunto y descubres si falta algo y hay que añadir alguna página accesoria. Nunca empiezo a dibujar hasta que veo que el guión funciona, porque si funciona sé que el resultado final estará bien.
HC.- ‘En el abismo del olvido’ una buena parte de tu trabajo documental procede de testimonios directos, de entrevistas personales. PR.- El narrador ha de ser fiel a la realidad. Es una norma que te impones a ti mismo. En lo relativo a la ficción, eres más o menos fiel. Has de partir de la idea de que no puedes saber con exactitud si los testimonios son reales o no. En las declaraciones encuentras muchas lagunas. La gente con la que hablas no ha vivido la mayoría de las cosas que te cuenta y hay detalles que desconoce. En consecuencia, tú has de inventar cómo y porqué los protagonistas se comportaron como lo hicieron. En esa parte del relato me he permitido una cierta holgura a la hora de trabajar, pero con relación al contexto histórico, no me he tomado licencia alguna. He tratado de ser lo más fiable y veraz posible.
HC.- Hagamos un inciso. El pasado domingo se emitió el programa ‘Imprescindibles’, dedicado a ti y a tu obra. En él apareces en una conversación con tu madre, un momento bien emotivo. PR.- A las dos semanas de esa entrevista, mi madre se puso enferma. Ingresóen el hospital y ya no salió. Fue cuestión de suerte tenerla en el programa. Y me hacía mucha ilusión porque el documental se centra especialmente en ‘Regreso al Edén’, donde ella es la protagonista. Es muy importante y emotiva para mí la visión de mi madre sobre el trabajo artístico de su hijo. Ella nunca pensó que dibujar tebeos me aportaría dinero suficiente para vivir. Es algo muy tierno. Solo por eso ya valió la pena haber rodado el documental.
HC.- ‘Imprescindibles’ también mostró tu faceta como muralista, que está alcanzando un buen volumen. PR.- Sí, cada vez hago más. Acabo de terminar uno para la Universidad de Cuenca y dentro de poco haremos otro en Titaguas. Y todo esto sin buscarlo. Por un lado, hacer murales me ofrece la posibilidad de trabajar fuera de mi estudio, que es algo muy divertido. Normalmente, siempre dibujo en soledad y es muy diferente hacerlo en equipo, a cuatro manos, y más con Martín que es un buen amigo. Y por otro lado, te conviertes en un artista urbano, estás al aire libre y la gente que pasa por allí opina sobre lo que hacemos y nos aporta ideas.
HC.- Entonces el mural tiene un puntito de obra colectiva… PR.- Es verdad y es algo que realmente no tiene el cómic. La gente que interactúa con nosotros de alguna manera forma parte de él. Te dan una idea o les haces un guiño. Y te entra el sentimiento de que un dibujo tuyo forma parte del paisaje urbano, lo que es muy bonito. Tus dibujos ya no son solo un libro que puedes comprar y tener en tu casa, están presentes en la vida de los demás. No sé cuánto tiempo durarán, pero me parece precioso que dentro de veinte años haya alguien que se pregunte sobre quién los pintó.
HC.- Con los murales y también con tus esculturas sobre Picasso, que encontramos por la ciudad de València, has conseguido trasladar e integrar la ficción, tu mundo, en la realidad más pura que es la calle. PR.- Es algo que nunca tienes previsto, pero es verdad que vas dejando ahí como una pequeña huella que se diluye dentro de todo lo que hay en una ciudad. Es un hecho que mis dibujos han traspasado el papel y la viñeta para formar parte de un entorno, lo que habla también de los cambios experimentados por el mundo del cómic. Ahora está mucho más abierto a un público generalista y, prueba de ello, es que, de forma consciente o no, el cómic cada vez está más presente en nuestra vida diaria.
HC.- En ‘Imprescindibles’ se te ve tomar apuntes del natural en la playa o en la ciudad de Roma. Pensaba que utilizabas fotografías para tu trabajo y que, a partir de ellas, dibujabas tus viñetas. PR.- Normalmente, trabajo con fotografías, que es la mejor manera de hacerlo. Sobre todo fotografío los lugares y también a algunas personas, que voy a dibujar después, aunque es cierto que luego me guío mucho por la memoria. Los apuntes del natural los tomo como por distracción o para disponer de algún recuerdo. Son más para mi uso particular que para utilizarlos en los álbumes.
HC.- Regresamos a ‘El abismo del olvido’. Hay algunos personajes fundamentales como Pepica y su padre José Celda. El caso de Celda, republicano fusilado durante la posguerra, es especialmente duro, puesto que su indulto llegó dos meses después de haber sido pasado por las armas. PR.- Bueno, esto es algo de una crueldad total. A veces puedes pensar que fue un error debido a la burocracia o, simplemente, por lo chapuzas que eran. Pero cuando empiezas a darte cuenta de que era algo que se repetía con frecuencia, entonces piensas que eso iba más allá, que no era una casualidad. No dispongo de datos a nivel nacional y lo dejo un poco en el aire, pero parece un síntoma de la existencia de una crueldad intencionada detrás de todo ello. Precisamente, la crueldad es otro de los temas que trata este cómic. No sé si todos somos malos y nos falta la oportunidad para demostrarlo, pero el poder absoluto que tuvo la dictadura, y también los milicianos durante los primeros meses de la guerra es lo mismo. Parece que cuando se nos presenta esa posibilidad, surge una maldad y una crueldad sin sentido enormes. Y eso me lleva a pensar que cada cómic pertenece al momento en que lo dibujas. No es lo mismo hacerlo en los años sesenta o setenta u ochenta que ahora. De alguna manera tu contexto altera la obra. Y en esta historia hago hincapié en determinadas situaciones, porque veo que se parecen en algo a lo que estamos viviendo en la actualidad, o porque pienso que podemos llegar a vivir de nuevo algo parecido a lo de entonces. En los primeros años se produjo una deshumanización de los demás, de los enemigos. Eso provocó que se actuase con una maldad absoluta, carente de empatía. No consideraban a los otros como rivales políticos, sino como unos seres a los que su ideología había llegado a convertir en infrahumanos. Y eso es algo que ahora también puede suceder. Corremos el riesgo de ver a los que no piensan igual que nosotros como si fueran imbéciles, gente que no tiene derecho a nada. Es verdad que el marco de una democracia impide todo esto, pero puede llegar a ocurrir.
HC.- Pasemos a otro personaje fundamental del álbum: Leoncio Badía, un republicano represaliado que, en medio de tanto dolor por los fusilamientos ante las tapias del cementerio, se convierte en el enterrador de los rojos. Por un lado, parece una luz de esperanza para los familiares de los fallecidos; pero, por otro, se presenta como un resistente ante tanta maldad. PR.- Sí y es curioso porque lo consideramos un héroe, pero no es un héroe que libera ciudades, como el protagonista de ‘Los surcos del azar’. Lo que Leoncio hace es lo mismo que haríamos nosotros en una situación normal, es decir, dar sepultura y aliviar el dolor de los familiares en la medida de lo posible. Pero esa actitud, en aquel momento histórico, se convirtió en un gesto heroico, porque se estaba jugando la vida por ir a contracorriente. Y eso es lo que intentamos contar en el cómic. Fueron pequeñas heroicidades, pero para personas a las que se les había prohibido todo, eran importantísimas. Detalles tan insignificantes como el cordón de un zapatero o un mechón de pelo se convirtieron en recuerdos imprescindibles para esas familias tan desgraciadas. Según nos contó su hija, Leoncio fue un personaje increíble. Era maestro, le gustaba la astronomía, la historia y la filosofía. Era perfecto y nos permitía poner en su boca pensamientos contemporáneos y reflexiones que, dichas por Pepe Badía, un sencillo labrador, habrían sonado extrañas. Si hubiéramos tenido que inventarnos a Leoncio, habríamos intentado que no resultase tan perfecto.
HC.- En contraposición, al lado de Leoncio colocas a Tomasín, su ayudante, quien en medio de todo el dolor intenta obtener un beneficio cobrando veinte pesetas por cada entierro a los familiares de los fusilados. PR.- Esto es algo complicado. Cuando partes de la realidad encuentras que la memoria es muy selectiva y, a veces, los testimonios pueden resultar contradictorios. Y, por el contrario, si todos coinciden en lo mismo, también parece un poco raro. Para Maruja, la hija de Leoncio, su padre era un ser perfecto. Sin embargo, algunos testimonios de otras personas matizaban determinados aspectos y afirmaban que cobraba por alguna de las cosas que hacía. Ante esa dualidad del personaje y teniendo presente que Maruja contaba que todo lo hacía su padre solo, lo cual por el volumen de trabajo nos parecía excesivo, decidimos crear a Tomasín, que es un poco el lado oscuro de Leoncio. Es una forma de decir que Leoncio no cobraba, pero que había alguien que sí lo hacía. Y ese alguien iba a ser Tomasín. Al mismo tiempo, esta idea nos permitía sugerir que Leoncio tenía sus puntos oscuros. Además, narrativamente, nos funcionaba muy bien el personaje de Tomasín, porque nos permitía presentarlo como un nuevo ser nacido en tiempos de la dictadura, que se dejaba el bigotito facha, alguien que empezaba a preocuparse por otras cosas y que incluso llegaba a pensar que los fusilaban porque algo malo habrían hecho.
HC.- ‘El abismo del olvido’ se inicia con la escena de un fusilamiento. PR.- Dibujar esas viñetas es jodido, porque has de introducirte en la piel de los personajes y de lo que estás contando. Me interesaba situarme en el papel de los que fusilaban y en el de los fusilados. Y ha sido muy difícil localizar información sobre cómo era un fusilamiento. Solo encontré un par de testimonios del bando vencedor. Descubrí que los que fusilaban ya no eran soldados profesionales que habían participado en la guerra. Eran reclutas. En el cómic les llamo pollos para que quede más claro, aunque no sé si entonces les llamarían así.
HC.- Debe de ser muy distinto matar a sangre fría, ante un paredón, que hacerlo en el frente de batalla. PR. Si, claro, es muy distinto, especialmente si los encargados de fusilar son gente joven que no había participado en la guerra. Alguien nos contó que, a partir de cierto momento, los fusilamientos corrieron a cargo de la guardia civil. Pero no podía precisar con exactitud desde cuando, ni tampoco el motivo. Otro testimonio, este de un cura de Zaragoza, que había estado presente en muchos fusilamientos, hablaba de lo torpes que eran y contaba que la gente no moría por los disparos del pelotón, sino por el tiro de gracia posterior. Así que te imaginabas que los reclutas dispararían con los ojos cerrados. Con todo ello, te hacías una idea del drama que significaba tener que fusilar a alguien y, por parte de los fusilados, te planteabas qué pensaban durante los últimos momentos de su vida.
HC.- ¿El día que dibujaste esa primera página pudiste dormir bien? PR.- Cuando los arqueólogos te contaban lo que los fusilados llevaban encima, objetos simbólicos como un sonajero o un botón, te dabas cuenta de que les servían para darse fuerza en el último momento de sus vidas… Todos los muertos de la fosa 126 encierran una historia y se hace muy difícil dibujar todo esto. También leí algunas cartas de despedida, que me dejaban hecho polvo para el resto del día. Sin embargo, no te das cuenta de lo hundido que te has quedado hasta el momento en que entregas el cómic a la editorial… La verdad es que ha sido un trabajo muy difícil de hacer, sobre todo porque quería llevarlo a cabo de forma honesta y al final terminas empatizando con todo ello.
HC.- Fusilar a una persona viva y enterrarla en paradero desconocido, sin dar información a los familiares, es como matar a una persona dos veces. PR.- Claro, no les avisaban y eran las familias las que tenían que estar al tanto de cuando los fusilaban. Y hablamos de una época en la que las distancias eran muy grandes y la gente no podía desplazarse con la misma facilidad que lo hacemos ahora. A veces se enteraban de dónde estaban sus muertos cuando la fosa donde lo habían tirado ya estaba cerrada. Digamos que resultaba muy difícil para las familias darles el último adiós a sus seres más queridos.
HC.- Los días previos al fusilamiento deberían ser muy duros y difíciles de sobrellevar para los familiares. La sensación de preparar con antelación el entierro de un ser querido, que estaba sano, debe ser horrorosa. PR.- Sí y eso lo descubres también mientras escribes. Los familiares se veían obligados a tratar a los condenados como personas muertas cuando, en realidad, estaban vivos aún. En ese momento, sobre todo si no tienes creencias religiosas, te das cuenta de lo que es la vida, que es casi una anormalidad dentro del universo. Como ya contaba en ‘Regreso al Edén’, la muerte es un momento fugaz y que te llegue de una forma tan subjetiva, resulta mucho más cruel. Y digo subjetiva porque, en aquellos momentos, la vida de los condenados dependía de la decisión de una sola persona que podía permitir que siguieran vivos o no.
HC.- En una de las viñetas señalas que hay muertos enterrados debajo de algunas fincas actuales, que fueron construidas sobre sus tumbas. ¿La democracia se cimentó sobre el olvido? PR.- Sí, nuestra democracia se ha cimentado sobre el olvido y esa es la forma más visual de contarlo. Según nos informaron, ya era muy tarde para muchísimas exhumaciones, porque hay unas fosas localizadas y otras que no lo están. De las que se encuentran en el interior de un cementerio sabemos, más o menos, quiénes están sepultados en ellas. Pero los enterrados en cunetas los ignoramos. El crecimiento urbanístico ha convertido en imposible la posibilidad de desenterrarlos. Y volvemos otra vez a lo mismo: hay víctimas de primera y de segunda. Si un asesino en serie hubiera matado a veinte personas y las hubiera enterrado en un espacio sobre el que después, por ejemplo, se construyó una hamburguesería, primero habrían sacado los cadáveres. Pero en este caso no ha sido así.
HC.- El título del cómic procede de ahí, claro. PR.- Sí, viene de ahí, de ese abismo que ya es tarde para muchos de ellos. Mientras algunas personas los recuerden, seguirán vivos entre nosotros de alguna manera. Pero hay muchos otros que se van a perder en el olvido. Las excavaciones funcionan a un doble nivel: por un lado recuperan los cuerpos y por otro su recuerdo. Los arqueólogos reconstruyen la memoria de una época como si se tratase de la escena de un crimen. Pero si no exhumamos e identificamos los cuerpos, esas personas jamás podrán superar ese abismo del olvido.
HC.- En toda tu producción veo un punto de encuentro entre ‘Los surcos del azar’ y ‘El abismo del olvido’. ¿Llevas en mente un tercer álbum relacionado con esta misma temática para construir una trilogía? PR.- La verdad es que no es ese mi propósito. Yo voy buscando historias para contar, pero eso es como un agujero negro, en el que te introduces para localizar algo determinado y, como te tropiezas con tantas cosas a su alrededor, te resulta imposible salir de ahí. ‘El invierno del dibujante’ y ‘El abismo’ abarcan diez o quince años de nuestra historia, pero no hay intención de seguir por ese camino. Aunque, bueno, nunca se termina de saber…
HC.- Ahora que lo citas, la verdad es que tras leer ‘El abismo del olvido’, ‘El invierno del dibujante’ casi parece su reverso, la parte “amable” de la posguerra. PR.- La verdad es que ‘El invierno del dibujante’ es de la misma época que retrata ‘Regreso al Edén’, donde hablamos de la miseria y es posterior a ‘El abismo del olvido’, donde hablamos de la represión. Sobre todo hasta 1944, momento en que comenzó a disminuir, no por voluntad del régimen, sino porque sus aliados en la guerra mundial iban perdiendo y tenían que blanquearse para ocultar las cosas que aquí sucedían. El mismo Franco dejó de utilizar uniformes militares en sus actos públicos y empezó a aparecer vestido de civil.
HC.- Vamos con la última por hoy: ¿Paco Roca es la misma persona que comenzó a dibujar ‘El abismo del olvido’ y la que lo terminó? PR.- No, no soy el mismo. Al final hacer cómics me ofrece la posibilidad de reflexionar sobre los temas que me parecen interesantes. Tengo la doble suerte de hacer las historias que quiero y que, al mismo tiempo, sean comerciales. Temas que, a priori, parecen no serlo, después lo son. Trabajos como ‘El abismo del olvido’ me permiten conocer mejor el lado humano de las cosas, que es lo que yo pretendía. Empecé sin comprender el hecho de que personas como Pepica invirtieran todo su esfuerzo en rescatar los huesos de su padre de un lugar para trasladarlos a otro. Ella los había sacado para enterrarlos junto con los de su madre. Yo pensaba que era absurdo, porque dentro de unos años, cuando venciera su plazo de vigencia, pasarían a un osario. Sin embargo, lo que he aprendido, y hemos tratado de contar en esta historia, es el porqué Pepica hizo todo eso. Y me he dado cuenta de que yo haría lo mismo. Y no se trata de política, sino de dignidad. Hay política en el empeño de determinados sectores que no quieren que esto se lleve a efecto. Pero en hacerlo no hay ninguna política. Cuando observas estas cosas, te das cuenta de la vergüenza ajena que producen determinados comentarios, como cuando Rajoy se enorgullecía de decir que iba a dar cero euros para las fosas de la guerra. Entonces piensas que le ciega una ideología, que se parece en cierta manera a la franquista, o que no ha entendido nada de todo esto. Sería impensable que esos comentarios se dijeran sobre otros casos. Sin embargo, sí se escuchan referidos a las víctimas del franquismo.
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